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Paolo Sorrentino regresa a Nápoles con 'Parthenope': “Si no hubiera nacido allí, no sería director”
Allí es donde nació el cineasta Paolo Sorrentino, que siempre que puede lo recuerda. No solo eso, sino que recientemente ha querido honrar a su lugar de nacimiento a través de su cine. 

Si con sus primeras películas había hecho un retrato satírico de Roma en La gran belleza, o había radiografiado a varios de los personajes más polémicos (y corruptos) de la Italia reciente como Berlusconi o Andreoti, ahora parece que quiere que su particular estilo quede unido a Nápoles. En Fue la mano de Dios acometía uno de esos ejercicios de autoficción que tanto hemos visto los últimos años para contar su momento fundacional como cineasta y la muerte de sus padres, de la que él escapó por quedarse a ver un partido de Maradona (de ahí el nombre de la película).

No sale de Nápoles, pero ahora la mira a través de los ojos de una mujer, uno de sus pocos protagonistas femeninos, en Parthenope, que coge el nombre de aquella sirena para dárselo a su protagonista y revisar la historia de su ciudad. Lo hace con su deleite por la belleza que encarna la actriz Celeste Dalla Porta, que se irá encontrando con numerosos hombres que caen rendidos a ella, entre ellos un John Cheever al que interpreta Gary Oldman.

Sorrentino, que siempre contesta con un tono socarrón que uno no termina de descifrar si es en serio o en broma, no considera que haya sido una “necesidad” hacer dos películas consecutivas en Nápoles. “He vivido 37 años en Nápoles. He pasado gran parte de mi vida en Nápoles. Fue la mano de Dios es una película autobiográfica, y Nápoles aparece porque ahí pasé mi vida, pero no era una película sobre la ciudad. Nápoles ha sido todo para mí en cuanto a que ahí se han conformado mis experiencias, mi formación, mis emociones… quería hacer una película sobre esta ciudad, una película que estuviera libre de todas estas experiencias personales”, contaba el director en el pasado Festival de Cine de San Sebastián.

Por ello cree que “no sería director si no hubiera nacido en Nápoles”. Lo dice “por muchas razones diferentes”. “Por todo lo que conlleva haber nacido en Nápoles, por conocer a los napolitanos, formarme allí, y porque en los 90 había una gran vitalidad cinematográfica en la ciudad que me permitió formarme. Prácticamente todo lo que hago es hijo de Nápoles. Por la ironía, cierta sensibilidad y el recurso constante a la belleza. Todo eso es Nápoles”, añade.

No es extraño que mencione la belleza, una constante en su cine. La busca en cada rincón, en cada fotograma, y en Parthenope está desde la propia concepción del filme, cuya “base es la idea de que la grandeza y la belleza de la vida se encuentra en el transcurso del tiempo”. “Todas las vidas tienen algo de heroico, aunque solo sea por la duración y la amplitud de la vida. Todas las personas somos un depósito de ilusiones, desilusiones, amores fallidos, pérdidas, logros, errores y cosas imposibles. Experiencias. Y en contra de lo que se suele decir, no sabemos qué hacer con todo eso. No hemos cambiado un ápice desde el principio y lo único que hacemos es recordarlo”, explica sobre su filme.

Una de las novedades es que aquí le da el protagonismo, por primera vez, a una mujer. Niega tajantemente que lo haya escrito diferente por el hecho de serlo, porque solo sabe “escribir de una manera”. “Cuando escribo sobre una mujer lo hago con el mismo enfoque que cuando lo hago de cualquier otra cosa, y es un enfoque amoroso. Necesito enamorarme del personaje, y enamorarme quiere decir también entrar con curiosidad en su mundo. No es fácil hacerlo sobre cómo es el mundo de una mujer, así que intento imaginarme cómo es ese mundo. Pero me pasó lo mismo con Andreotti, no conozco el mundo de Andreotti como no conozco a las mujeres”, justifica.

Su socarronería se acaba cuando se le pregunta si no cree que la búsqueda de belleza en esta película ha podido erotizar a su protagonista, ante la que su cámara se muestra tan embelesada como todos los personajes que se cruzan con ella: “En la época del macartismo se interrogó a una gran escritora que se llamaba Lillian Hellman. Cuando la interrogaron ella contestó que no tenía la menor intención de sumar su conciencia a la moda de este año. Y esa es su respuesta a tu pregunta”.

Lo que nadie puede negar es que un espectador puede reconocer que una película de Sorrentino es de Sorrentino. Hay algo en su estilo que hace que tenga eso que se suele llamar un universo propio. Principalmente uno estético. No lo siente como un piropo, sino como “un arma de doble filo”. “Por un lado es una alabanza, y lo agradezco, pero por otro muestra mis propias limitaciones, indica que no soy capaz de salir de mí mismo pase lo que pase, y de vez en cuando es muy placentero ser capaz de salir de uno mismo”, apunta.

Igual que no escribe diferente sea una mujer o un hombre su protagonista, tampoco cambia su forma de abordar un proyecto dependiendo de si es para cines o Netflix, como ocurrió con Fue la mano de Dios. Ahora cambia a la plataforma por A24, la distribuidora más cool de EEUU, pero dice que él ha trabajado igual con unos que con otros porque solo es “un tema de distribución, no sobre cómo se hace la película y es algo que responde a las exigencias del mercado”. Para dar fuerza a su argumento añade que las series las ha rodado de la misma forma, “como si fuera una película”.

“En el fondo, una película es un objeto que se lanza por la ventana y ahí ya pierdes el control. No sabes si las personas lo van a ver en el cine, en la televisión, en el teléfono móvil… Esta película está hecha para la pantalla grande, pero mañana igual hay alguien que la va a ver en el teléfono móvil. Entonces este debate, que yo hasta me había olvidado de que era un debate actual, me parece un debate un poco académico”, zanja con la socarronería recuperada.

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