Resulta un debate interminable. ¿Deben ser éticos los productos culturales? ¿La política de la corrección cercena la imaginación de los creadores? ¿Hay más censura ahora que cuando existía una policía ideológica dando tijeretazos? Aunque parecen dos posturas antagónicas que jamás se darán la mano, hay quien ha encontrado un punto intermedio y la manera de explotarlo.
Es el caso de un colectivo reciente bautizado como Ficcial y que se presentará en el próximo festival Sitges. Este servicio de pago, del que aún se desconocen las tarifas, nace para contentar tanto a creadores como a minorías hartas de verse representadas desde una mirada hegemónica y condescendiente.
"La ficción se basa en la realidad, pero al mismo tiempo la modifica. Queramos o no, configura nuestra visión del mundo", informan en su nota de prensa. Por eso se presentan como una asesoría para guionistas que no quieran terminar en el paredón mediático por un chiste torpe o unas líneas vagas.
"No es una herramienta de censura. La idea es que nos manden el guion o la escaleta, lo leemos y les recomendamos otros referentes o textos para intentar que los personajes sean lo más completos posibles. Pero la decisión última siempre recae en el creador", explica Rubén Serrano, activista y colaborador de eldiario.es, a este medio. Él se encargará de revisar los aspectos de clase, género y LGTB dentro del colectivo porque la intención es actuar por áreas de especialización.
"Pose es el gran ejemplo que tengo en mente y se hace tan bien porque entre los creadores hay personas LGTB, trans y migrantes. Saben de lo que hablan porque es su historia y, sin eso, no creo que hubieran llegado a los Emmy", destaca Serrano. También aplaude la representación de la pareja homosexual en Élite, lo que no obsta para que el microcosmos de la familia musulmana caiga, en opinión de Ficcial, en los clichés y estereotipos de siempre.
En casos como el anterior, serían las escritoras y activistas Miriam Hatibi y Desirée Bela quienes asesorarían a los guionistas sobre racialización y diversidad religiosa. "Creo que nosotras tenemos un pie en un lado y el otro. Es decir, trabajamos en los medios de comunicación y llevamos el activismo a la parte más visible, pero a la vez estamos constantemente aprendiendo, recogiendo información y reflexionando sobre estos temas en colectivo", explica la primera en entrevista con eldiario.es.
En su opinión, la representación de la mujer árabe en ficciones españolas se da desde la perspectiva de la víctima o del verdugo. "Son historias que siempre giran sobre particularidades que tienen que ver con su cultura o religión", se lamenta.
Por ejemplo, el personaje de Nadia en Élite sufre una transformación en la segunda temporada que tiene que ver con el abandono de las tradiciones musulmanas para empoderarse en un colegio de mayoría occidental y, por supuesto, con la colisión que eso genera con su estricto y religioso padre.
Lo ideal sería que, como pide Ficcial, exista un diálogo bilateral y enriquecedor para ambas partes. Pero las jerarquías de las televisiones son complejas y, sobre todo en gigantes multinacionales como Netflix, la delicadeza o la corrección política a veces se ven supeditadas al número de suscriptores y a un plot twist que de luz verde a una nueva entrega.
Lo prioritario en el showEl caso de Élite no solo fascina a adolescentes, también ha atrapado a los adultos en más de 190 países. Cuando eso ocurre, la trama ya no solo importa a los guionistas y a los directores de la serie, sino a toda una cúpula de showrunners que pelearán por que su creación se mantenga en la plataforma lo máximo posible. Cueste lo que cueste.
"Los showrunners tienen muy claro que la prioridad es la trama, el thriller y representar determinados aspectos de la juventud como lo sexual. Por lo tanto, hay elementos que no tienen que ver con lo divulgativo, sino con la estética y la sorpresa", reconoce Ramón Salazar, director de la serie y guionista galardonado.
Aunque él no ha participado en la escaleta de Élite, asumió unas carencias en el dibujo de ciertos personajes que ha intentado paliar a través de la dirección y el trabajo con los actores. "Me encerré con los chicos dos meses antes de rodar para que ellos tuviesen un entendimiento y unos objetivos claros y respetuosos de lo que estábamos tratando", cuenta a eldiario.es.
Por eso mismo, no cree que el caso de la familia musulmana haya sido maltratado en las tramas. "Yo te puedo hablar desde lo interno: todos los que han interpretado a esa familia son musulmanes y hemos tenido mucho diálogo al respecto. En el caso del padre se hablaba de que sigue funcionando en las familias y que afecta a la mujer musulmana en cuanto a conseguir sus objetivos en la vida distanciándose de determinados apegos religiosos", defiende.
En cuanto a Ficcial, muestra interés y reticencias a partes iguales: "Me genera cautela si este asesoramiento es solo para establecer las cosas en un terreno de no molestar. Muchas veces las ficciones despiertan la conciencia molestando". A ese respecto, Rubén Serrano y Miriam Hatibi discrepan, puesto que "toda creación tiene una responsabilidad y se pueden abordar las tramas sin que las personas a las que retrate se sientan denigradas".
La otra gran duda que genera en el creador es si esta herramienta dirigirá los guiones "hacia lo que determinados colectivos quieren que se represente de ellos mismos". Un debate acalorado que se recrudeció hace poco con la guerra entre la directora Carmen y Lola y los colectivos gitanos que se sintieron insultados por su película.
Pagar por abrir los ojos: ¿una quimera?Hace dos años, Arantxa Echevarría fue duramente criticada por la Asociación de Gitanas Feministas, con quienes se había reunido antes de escribir Carmen y Lola, porque según ellas el resultado final de la cinta incidía en "estereotipos negativos". La historia de amor entre dos mujeres en un entorno opresivo, sin embargo, generó loas generalizadas y se hizo con el Goya en 2018.
Ramón Salazar empatiza con esta realidad, pues él recibió una respuesta parecida de colectivos trans tras el estreno de su película 20 centímetros. "No estaban de acuerdo en que yo mostrara a una trans dedicada a la prostitución", cuenta. "Una cosa es lo que el colectivo pretenda como objetivo final y con hacer desaparecer el estigma y otra que los creadores no podamos contar determinadas cosas porque les moleste".
Por eso, desde Ficcial dejan claro que "no nos erigimos como salvavidas ni como poseedores de la verdad absoluta. El creador tiene la decisión final y absoluta". Sin embargo, aunque celebra que existan proyectos así, Salazar descartaría de momento invertir dinero por un estudio de campo que puede realizar él mismo. "Por fortuna, siempre encuentras a alguien dispuesto a ayudarte. Me parece una opinión menos dirigida", explica.
Una concepción generalizada que el colectivo quiere rebatir: "Tendemos a pensar que, como lo que rodea a las personas son experiencias, cualquiera puede hacerse una idea sobre cómo contarlas, pero no necesariamente es así", argumenta Hatibi.
En lo que coinciden ambos es en que la ficción camina hacia debates y realidades que antes ni se imaginaban y no se puede cerrar los ojos ante lo evidente. Queda ver quién está dispuesto a pagar porque se los abran.