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Daniel Chandler, filósofo: "El mayor riesgo para los partidos de centroizquierda es que son demasiado cautos"

Pero fue cuando se dedicó al estudio de la desigualdad y trabajó para el Gobierno británico cuando Rawls se convirtió en su referencia personal y profesional.

Chandler dirige ahora la investigación académica de un programa de la London School of Economics (LSE) llamado Capitalismo Cohesivo, un proyecto para desarrollar ideas sobre cómo crear “un sistema económico que sirva de verdad al interés común”, que también tiene que ver con las ideas de Rawls.

El pensador estadounidense alcanzó el éxito con Teoría de la Justicia en 1971, que tuvo entonces una repercusión poco habitual para un ensayo de filosofía. En los años 80 y 90, fue arrinconado en parte por la corriente ideológica en la política del momento, pero en el siglo XXI voces del pensamiento de izquierda vuelven a reivindicar sus ideas. Chandler publica ahora en español el libro Libres e iguales, que explica cómo las ideas de Rawls pueden ayudar a los partidos progresistas a ofrecer una visión más coherente e inspiradora de la sociedad.

Chandler describe a Rawls como “un pensador global, esperanzador y constructivo” que ofreció “una utopía realista” de la sociedad más allá de la redistribución de la riqueza con la que ha sido identificado. “No sólo le preocupa la distribución del dinero. Le preocupan cuestiones sobre el poder y el control, la dignidad y el respeto por uno mismo, y apunta hacia una agenda económica diferente a la política redistributiva que ha dominado el pensamiento progresista en las últimas décadas”, explica Chandler.

Una de las formas de Rawls de mirar a la sociedad es lo que él llama “el velo de la ignorancia”: ¿Cómo te gustaría que funcionara la sociedad si no supieras qué lugar ocupas en ella, sin saber tu género, tu renta, tu posición social o tu orientación sexual? Otra de sus ideas esenciales es “el principio de diferencia”, es decir que las desigualdades pueden estar justificadas sólo si benefician a toda la sociedad, en especial a los miembros más desaventajados.

Hablo con Chandler unas horas antes de la toma de posesión de Donald Trump, en un mundo marcado por el ascenso del populismo autoritario y que parece alejado de las ideas del liberalismo de Rawls, basado en la defensa de las libertades básicas y la igualdad de oportunidades. Pero el filósofo cree que hay un camino de esperanza con ideas para respetar los derechos de las minorías y a la vez velar por los intereses de toda la sociedad, gestionar las empresas respetando la propiedad privada, pero con más participación de los empleados, o apreciar el conocimiento mientras se protege la dignidad de cualquier trabajo.

La falta de referentes ideológicos modernos para los partidos de izquierda es lo que, según él, ha hecho que no sean capaces a menudo de ofrecer una visión coherente alternativa al neoliberalismo que ha inspirado a la derecha.

Esta es nuestra conversación, editada por extensión y claridad.

¿Cuáles son las ideas más relevantes de Rawls hoy, particularmente para los partidos progresistas?

Mi motivación para escribir el libro fue la sensación de que los principales partidos progresistas, es decir, el Partido Laborista en el Reino Unido, los demócratas en Estados Unidos, el Partido Socialista de España, se han adaptado en gran medida al consenso económico neoliberal que surgió en la década de 1980 y han tendido a responder al ascenso del populismo de derecha enfatizando el pragmatismo tecnocrático, pero no han logrado ofrecer una visión propia, convincente y constructiva.

En parte, se debe a la falta de puntos de referencia intelectuales en el centroizquierda actual. Políticos neoliberales como Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron capaces de mirar a filósofos y economistas como Hayek y Milton Friedman, pero no está tan claro dónde deben mirar los progresistas hoy para una inspiración similar.

Rawls es un pensador que ofrece el tipo de visión esperanzadora y constructiva que los partidos de centroizquierda han perdido. Sus ideas ofrecen una síntesis entre lo mejor de las tradiciones liberal y socialista: combinan de manera coherente el compromiso con la libertad individual y la democracia, que se asocia más a menudo con el liberalismo, y el compromiso muy sólido con la igualdad social y la solidaridad, que se asocia más a menudo con la tradición socialista. 

Los principales partidos progresistas se han adaptado en gran medida al consenso económico neoliberal que surgió en la década de 1980 y han tendido a responder al ascenso del populismo de derecha enfatizando un pragmatismo tecnocrático, pero no han logrado ofrecer una visión propia, convincente y constructiva

Una de las limitaciones de la política de centroizquierda en las últimas décadas es que ha tendido a diferenciarse de los partidos de derecha o neoliberales en cuestiones económicas enfatizando la redistribución: la idea básica de que deberíamos adoptar mercados poco regulados y luego tratar de solucionar los problemas que crean mediante la redistribución del dinero. Y esa forma de pensar no conecta con la gente porque no hace nada con respecto a las desigualdades de poder que existen dentro de las economías de mercado y no reconoce la importancia del trabajo como una fuente no sólo de ingresos, sino de dignidad y respeto hacia uno mismo para garantizar que los ciudadanos sientan que todos están poniendo su granito de arena.

Algunas de las ideas que menciona, como la dignidad del trabajo, las hemos visto en discursos de Keir Starmer, Joe Biden y Kamala Harris. ¿Está calando ese mensaje?

Ha habido cierto cambio dentro del centroizquierda hacia el reconocimiento de la importancia de la dignidad, el respeto y el trabajo. Pero a menudo parece bastante superficial que estas palabras surjan ocasionalmente en un discurso de campaña y no se conecten con una agenda seria y práctica.

Biden es un ejemplo interesante porque, en realidad, tenía una agenda bastante radical. Para mí, la lección de la reelección de Trump no es que Biden tomó la dirección equivocada en política económica, sino que no logró combinarla con una visión política igualmente convincente. Biden no tenía el poder retórico o la voluntad de salir y hablarle a la gente que tenía alguien como Obama. Y una de las lecciones importantes de su Presidencia para los progresistas es que una buena política por sí sola no es suficiente. 

Chandler lamenta la falta de referentes ideológicos modernos para la izquierda. Chandler lamenta la falta de referentes ideológicos modernos para la izquierda.

A veces hay una percepción en la izquierda de que si llega al poder y hace cosas sensatas que mejoren la vida de la gente en formas pequeñas pero notables, será recompensada en las urnas. No es una manera realista de pensar en cómo funciona la política: la mayoría de la gente no presta mucha atención a los detalles de las políticas individuales. La gente vota sobre la base de un sentido de valores y una visión, responde a narrativas e historias que los políticos articulan sobre dónde está un país y hacia dónde debería ir. En el centro de esas historias y narrativas suele haber un conjunto de ideales, ideas y principios morales. Se necesitan políticos con un sentido de cuáles son esos valores y las habilidades retóricas para poder unirlos en una historia con la que puedan identificarse las personas que no dedican su tiempo a leer libros de filosofía.

Eso es parte de la lección de la experiencia de Biden: que una buena política por sí sola no es suficiente, debe combinarse con una visión. 

Starmer sufre algunas de las mismas limitaciones que Biden en el sentido de que no es un orador carismático y convincente, sino más bien un tecnócrata, un pragmático. Y la diferencia con Biden es que el Partido Laborista no tiene una agenda económica igualmente ambiciosa. El Partido Laborista está un poco más lejos de donde me gustaría que estuviera. 

Una de las lecciones importantes de la Presidencia de Biden para los progresistas es que una buena política por sí sola no es suficiente.

¿Las voces más prominentes de la izquierda, algunas de las más carismáticas o de las que han recibido más atención, como Jeremy Corbyn o Bernie Sanders, tenían esa capacidad de atracción pero no la visión coherente de la que habla?

Sobre todo Bernie Sanders tiene carisma, una capacidad para comunicarse necesaria para lograr un éxito político más amplio y combatir el ascenso del populismo autoritario. Una de las cosas que ha limitado el atractivo popular de personas como Bernie Sanders y Jeremy Corbyn es que han tendido a presentar sus ideas como políticos de fuera que intentan derrocar el sistema tal como lo conocemos. Pero se trata de encontrar una manera de que una política más radical conecte con ideas políticas dominantes que son familiares para personas ajenas al tipo de izquierda socialista más radical, de articular esas ideas de una manera que puedan tener un atractivo más amplio.

Dada la victoria de Donald Trump, la enorme influencia de Estados Unidos y el populismo autoritario en ascenso, ¿estamos más alejados de la visión de Rawls?

Estamos muy lejos de la visión de Rawls, pero lo que estamos viendo es compatible con lo que él decía. Parte de la justificación de la visión de la sociedad de Rawls es que si no intentamos lograr una democracia y una justicia económica genuinas, las democracias liberales serán inestables. En las democracias donde la gente siente que no tiene voz en el proceso político o que la economía no funciona para ella, eso naturalmente da lugar a una política de resentimiento que, en última instancia, puede socavar la propia democracia liberal. Lo que estamos viendo ahora se desprende del diagnóstico de Rawls sobre los problemas del capitalismo actual, de que si vivimos en sociedades profundamente injustas, deberíamos esperar volatilidad política. Y no deberíamos asumir que las democracias liberales que no intentan seriamente lograr la justicia económica durarán para siempre. 

Lo que está pasando en Estados Unidos refuerza por qué una visión política como la de Rawls es tan esencial, no sólo para hacer que la sociedad sea justa y equitativa, sino para garantizar que la democracia liberal pueda sobrevivir.

Al mismo tiempo, no deberíamos ser demasiado pesimistas. El politólogo Larry Bartels señala en su libro Democracy Erodes From The Top (“la democracia se erosiona desde arriba”) que el ascenso de los populistas autoritarios como Trump, en su mayor parte, no ha surgido como resultado de un giro hacia la derecha en la opinión pública. Si nos fijamos incluso en asuntos en los que se enfocan los populistas autoritarios como la migración y la identidad, la opinión popular en realidad no ha cambiado mucho. La mayoría de la gente en Estados Unidos y Europa todavía mantiene posiciones liberales en cuestiones de identidad nacional, actitudes hacia las minorías y el apoyo a la democracia. Y también hay un apoyo muy generalizado a reformas económicas igualitarias. 

El éxito de los populistas de derecha no proviene de un gran cambio inexorable en la opinión pública. Es sobre todo el resultado de un liderazgo político increíblemente efectivo y de la capacidad de los partidos de derecha para explotar las vulnerabilidades y la falta de visión de los partidos tradicionales, tanto de centroizquierda como de centroderecha.

Eso no significa que sea un problema fácil de resolver. Pero la lección, al menos potencialmente esperanzadora, es un recordatorio de la capacidad de la política, de los políticos y de los partidos, para liderar en lugar de seguir. Eso es lo que han entendido los populistas de derecha, que pueden dirigir el debate político en su dirección con la forma en que hacen campaña y participan en política. Y lo que me gustaría ver es que los partidos de centroizquierda aprenden esa lección, recuperan un sentido de agencia y lo toman como una fuente de confianza para articular políticas más audaces de las que quizás creen que son típicamente posibles. 

El éxito de los populistas de derecha no proviene de un gran cambio inexorable en la opinión pública. Es sobre todo el resultado de un liderazgo político increíblemente efectivo y de la capacidad de los partidos de derecha para explotar las vulnerabilidades y la falta de visión de los partidos tradicionales, tanto de centroizquierda como de centroderecha.

El mayor riesgo para los partidos de centroizquierda es que son demasiado cautos y carecen de sentido de agencia. Le sucede al Partido Laborista de Keir Starmer en el Reino Unido y a otros. Sienten que dependen de los grupos focales, de las encuestas de opinión y la triangulación que siempre los orienta hacia donde ven que está el centro de la opinión política en este momento. Una mirada seria a la evidencia sobre lo que hay detrás del ascenso de los partidos de derecha podría ayudar a restaurar un sentido de agencia política. Ese es el primer paso para intentar dar una respuesta seria.

El Brexit es un buen ejemplo de lo cautelosos que son los laboristas cuando la opinión pública ya ha cambiado.

Sí. Y también de cuán audaces han sido los grupos de tendencia más derechista al proponer cosas que parecen estar completamente fuera del consenso político dominante. 

Lo mismo vale para Trump. Si hace 10 años hubieras preguntado si un político podría tener éxito en Estados Unidos defendiendo muchas de las posiciones que Trump defiende ahora, la mayoría de la gente habría contestado, “de ninguna manera”. 

El triunfo de Trump es un recordatorio de la fragilidad de la democracia, de que cuando las élites políticas como él y el Partido Republicano renuncian a las normas democráticas básicas, podemos ir rápidamente en una dirección muy oscura y peligrosa. Pero ese sentido de agencia en la política también puede ser una fuente de esperanza y optimismo, porque nos recuerda que está dentro del poder de los principales partidos progresistas intentar cambiar la opinión en una dirección diferente y tal vez adoptar una agenda más ambiciosa.

El triunfo de Trump es un recordatorio de la fragilidad de la democracia, de que cuando las élites políticas renuncian a las normas democráticas básicas, podemos ir rápidamente en una dirección muy oscura y peligrosa. Pero también nos recuerda que está dentro del poder de los partidos progresistas intentar cambiar la opinión en una dirección diferente y adoptar una agenda más ambiciosa.

Como dice, en Estados Unidos el apoyo mayoritario a las ideas de inclusión e igualdad choca con el ascenso de Trump. ¿Es entonces más importante el carisma? En su caso hay pocas ideas detrás…

Es cierto en el caso de Trump, pero hay un populismo autoritario que se basa en ideas de una variedad de pensadores posliberales. El vicepresidente JD Vance es un ejemplo de alguien que está mucho más comprometido con el mundo de ideas que ha surgido alrededor de Trump. Parte del éxito de estos partidos populistas de derecha es que existe un ecosistema online muy activo de blogs, canales de YouTube y podcasts del que salen ideas. Responden a un deseo entre el público de una crítica ideológica de la sociedad tal como es ahora.

Aunque Trump parece un político inusualmente superficial, el movimiento más amplio que lo rodea está evolucionando hacia un compromiso con ideas, y ese es parte de su éxito. También algo de lo que los partidos de izquierda deben aprender.

¿Existe el riesgo de que lo que veamos sea más populismo también desde la izquierda en lugar de la alternativa que usted propone del pluralismo? 

“Populismo” es un término muy complicado. La forma más útil de pensar sobre el populismo y la más común ahora dentro del mundo académico es que la esencia del populismo es la idea de “nosotros contra ellos” y que los partidos y líderes populistas a menudo afirman representar la verdadera voz del pueblo y al hacerlo buscan deslegitimar a sus oponentes políticos: dicen que son la única voz verdadera del pueblo, y cualquiera que no esté de acuerdo con ellos es de alguna manera un traidor.

Sí, en España también vemos eso...

Ese tipo de populismo está reñido con la democracia: la democracia depende de un compromiso con el pluralismo, de reconocer que siempre habrá desacuerdos razonables sobre cuestiones políticas importantes y que eso debe tener cabida dentro de una sociedad democrática. Ese compromiso fundamental con el pluralismo es esencial para cualquier política progresista. 

Pero a veces cuando la gente habla de “populismo de izquierda” o de “populismo económico”, tiene en mente algo diferente, que es la voluntad de criticar a las élites económicas que se interponen en el camino de una reforma económica progresista o que están beneficiándose desproporcionadamente del sistema económico tal como existe ahora.

Es posible hacer esa crítica sin abandonar el compromiso con un pluralismo democrático esencial. Hay una forma de populismo económico que abraza la necesidad de reformas de mayor alcance y está dispuesto a criticar el poder de individuos y corporaciones que podrían obstaculizar esos cambios. Ese tipo de populismo económico puede ser una parte importante de una política progresista exitosa; el tipo de populismo que me preocuparía sería uno que insista en una visión muy estrecha de lo que es aceptable, de lo que es correcto. Los partidos progresistas necesitan mantener una base razonablemente amplia y eso requiere un compromiso con el pluralismo. 

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