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'Travy', un pequeño milagro teatral donde Oriol Pla dirige a toda su familia
La bronca con sus padres en el quinto capítulo es una buena prueba de la capacidad de este catalán nacido hace 32 años. Pero este actor lleva también tiempo trabajando en teatro. Hace siete se atrevió a dirigir su primera obra, Travy. Lo hizo con toda su familia. Buscando orígenes, nostalgias y pequeñas verdades. Fue un verdadero éxito en Barcelona. Ahora, este pequeño milagro escénico llega al Teatro de la Abadía, en Madrid.

La obra comienza con una pantomima del propio Oriol llena de vigor y saber circense. Una pequeña joya en la que el actor nos cuenta, con un ojo puesto en Charles Chaplin y otro en Jacques Lecoq, cómo el Teatre Lliure le encargó hacer una obra y cómo se pasó tiempo en soledad, junto a su ordenador, pensando, arrugando papeles, estrujándose el cerebro para dar con la idea que impulsara el proyecto.

“Cuando el Lliure me dio esa carta blanca, después de pensar qué hacer durante un tiempo, me di cuenta de que para lo que tenía legitimidad para hablar era de la familia, el arte, la generación, el querer ser disruptivo y las lealtades”, recuerda Pla a este periódico. Ahí, con esa aceptación, comenzó el proyecto. Llamó a su compañero de batallas escénicas, Pau Matas, dramaturgo, músico y diseñador de sonido con quien ya colaboró en otras obras como Odisseus o Ragazzo. Y convocó a toda su familia.

'Travy', de Oriol Pla

Pero su familia no es cualquier familia, sino que está atravesada por una de las líneas históricas del teatro más poderosas de este país, la de la aventura del teatro de calle e independiente de los setenta, la de los nuevos juglares que dinamitaron el teatro burgués y acomodaticio de la dictadura. Su padre, Quimet Pla, fundador de la compañía Els Comediants. Su madre, Núria Solina, música y pionera del teatro de calle con compañías como Picatrons o los Germans Poltrona. Y su hermana, Diana Pla, actriz y bailarina con quien Oriol comenzó a los seis años a participar en los espectáculos de sus padres que formaron compañía juntos en 1996, el Teatre Tot Terreny.

La verdad no está en la palabra

En Travy, el espacio se convierte en la sala de ensayos de la familia. El público asiste al proceso creativo de la obra. El juego es metateatral y está bien urdido. Hay que decidir qué hacer. La madre propone un pasacalles, el padre dice que hay que hacer una obra sobre juglares, la hermana no quiere ser payasa, quiere romper. Las posiciones vitales de los personajes están expuestas de manera simple. Núria y Quimet hacen un número en honor al recién desaparecido payaso Sivartini. Diana aparece vestida de luchadora mexicana, a pecho descubierto, quiere improvisar y reventarla, unir cuerpo y poesía, afilar la propuesta. Oriol se desespera.

No hay respuesta clara. Volver a las esencias teatrales que Diana tilda de peste podrida, patriarcal y vieja. O tirar por el teatro moderno que Quimet describe como algo horroroso, agrio y feo. El conflicto facilita que la obra avance. Pero es un conflicto un tanto postizo. La obra está en otro lado, en el subtexto. Ahí comienzan a aparecer la falta de comunicación entre padres a hijos, las inseguridades, las nostalgias de los mayores hechas de mezcla de recuerdos y sueños no realizados, la soledad, la pareja, el éxito casi siempre efímero o la identidad tan difícil de encontrar dentro de una estructura familiar. Un imaginario que se da de bruces con un presente que es pura bruma, incertidumbre. Algo frente a lo que los personajes tienen una sola respuesta: seguir todos juntos, hacer y compartir.

'Travy', de Oriol Pla

Travy defiende el hacer frente a la perorata, la poética de la acción frente a la de la palabra. Algo que salta a la vista cuando uno se enfrenta al texto escrito de esta obra. Siguiendo solo el texto no se entiende nada, la palabra sin la acción escénica parece hueca. “La escritura viene a través de la acción, porque no se trata de lo que dicen, sino de lo que hacen y les pasa. El inconsciente de la obra es amplio, pero no está en la palabra, sino que surge a través de lo que hacen, de cómo lo viven y reaccionan a lo que pasa”, explica Oriol Pla.

Además, la obra está llena de aciertos. Las conversaciones entre Núria Solina y Quimet Pla están llenas de chispa, de sobreentendidos, de humor cómplice. El número que hace Quimet Pla haciendo una tortilla y recitando el famoso parlamento de Hamlet (“Ser o no ser, esa es la cuestión…”) es toda una declaración de imaginación y arte povera con mucha retranca teatral en estos tiempos de repertorio. “Coger textos de un muerto que todo el mundo adora y montarlos en tres semanas. Esto es lo que tendríamos que haber hecho: hacer Shakespeares”, dice el actor en otro momento de la obra.

Y dramatúrgicamente hay dos maravillas. La primera, el uso del “loop”. La conversación sobre la muerte de Sivartini servirá para retomar la obra cuando lo que intentan no llega a ningún lado. Los actores volverán al mismo diálogo y a partir de ahí la obra cogerá otro derrotero. Es un mecanismo sencillo, pero funciona a las mil maravillas. Y el otro acierto es la sandía. Quimet Pla porta una sandía durante todo el espectáculo. Nadie sabe muy bien por qué. En un momento dado, Quimet dirá que se va a morir. Ahí la obra se enfrenta a la vida.

Una sandía

Durante la creación de Travy, Quimet Pla fue diagnosticado con un cáncer de colon, algo que él mismo explicó públicamente en una entrevista. Al preguntar a su hijo si fue difícil afrontar e introducir este elemento en la obra, Oriol confiesa que no sabe si la enfermedad vino antes o después de decidir que uno de los personajes iba a morir. “Mi padre es una persona totalmente vitalista y así está expuesto en la obra, pero no es algo que fuese premeditado, sino que todo se fue mezclando y cogiendo vida”, aclara.

Ese gran símbolo teatral de un tumor, la sandía, acabará siendo el colofón escénico de esta obra llena de vida y saber escénico. El teatro tiene eso, algunas veces se da la alquimia necesaria para que la memoria, la imaginación, la vida y la ficción se unan y sobrecojan los pechos de los espectadores. Y durante ese pequeño lapso de tiempo al que llamamos función se da una comunión entre quienes hacen y quienes observan.

'Travy', de Oriol Pla

Es curioso como en España dos de las veces que se ha dado esa conjunción alquímica en los últimos tiempos hayan provenido de sitios muy cercanos: el circo. Hace un año nos visitó un montaje de la compañía italiana Circus Ronaldo, Sono Io?. En ella también se abordaba el conflicto entre generaciones en una familia de circo y lo importante de la transmisión. Ambas obras abordaban la guerra numantina de un oficio que no quiere perderse frente a una industria cultural que necesita profesionales. En ambas propuestas la comunión es posible por la vitalidad desbordante de quienes hacen y su voluntad de compartir e inventar con el otro.

Y en ambas, a través del profundo conocimiento del imaginario y la poética de la Comedia del Arte, esa tradición denostada tantas veces por vieja, se consiguen momentos de una modernidad y poesía escénica incontestables. La dramaturgia que se trabaja a través de la poética de los objetos, el saber estar en escena sin hacer (aquí Núria Solina da un máster), la potencia de la máscara… Travy está llena de componentes de una tradición que solo existe en los intérpretes, que van pasando de mano en mano y que son una de las riquezas del arte europeo. Y es muy buena noticia que Oriol Pla haya sabido recogerla en un teatro tan actual como efervescente.

Quimet Pla es uno de los grandes arlequinos del Mediterráneo, su hijo Oriol no va a la zaga, dice que también tiene algo de Il Capitano, otro de los personajes de la Comedia del Arte. “Un personaje que también quiero investigar, pero sí, tengo alma de Arlequino”, confiesa.

Pau Matas y Oriol Pla acaban de estrenar otra pieza, Gola, en el Teatre Nacional de Catalunya, un unipersonal con Oriol en escena. Ambos creadores confirman a este periódico que las conversaciones para poder verla fuera de Catalunya, incluido Madrid, ya están muy avanzadas y que todo apunta a que en 2026 sea posible. Travy, además, estará el 8 de febrero en el LAVA de Valladolid y, a partir del 4 de junio, en el Teatre Romea de Barcelona. 

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