No a través de una sesión de esoterismo o frente a su tumba, sino de su libro Jo era un noi, publicado en Angle Editorial en catalán y en castellano en Sexto Piso, traducido por Cristina Lizarbe Ruiz, con el título Yo era un chico. Se trata de una novela en primera persona, al estilo de Annie Ernaux o Édouard Louis, que ahonda en la relación de un adolescente homosexual con su progenitor a lo largo del tiempo que compartieron. Un relato descarnado que expone cómo el origen, las construcciones de género o los silencios pueden ejercer una violencia extrema en las personas sin necesidad de contacto físico.
“La conciencia de clase es algo que te acompaña durante toda la vida y una de las cosas que quería relatar es el impacto que genera a posteriori. Aunque hayas ascendido por tu profesión, no dejas de tener una memoria y una forma de entender y de ver el mundo”, explica la autora a elDiario.es en Barcelona. Este aspecto atraviesa otro de los temas principales del libro: el deseo en todos sus aspectos, no solo en el sexual. “En la clase dominada hay muy poco espacio para el deseo, porque no es nada productivista, no tiene un resultado final”, comenta. “En mi casa el objetivo era dar todas las oportunidades materiales para ascender y todo aquello que no estuviera encaminado a ello, como el afecto, el cariño, la autoestima o el deseo no eran importantes y, por tanto, ha habido una carencia muy grande”.
De hecho, los hijos estudian en un colegio concertado de la parte rica de la ciudad aunque viven en la Zona Franca, un barrio obrero donde estuvo la fábrica de Seat en la que trabajó el abuelo, emigrado de Galicia. El protagonista siente cada día la hostilidad de no ser bienvenido en ese mundo al que no pertenece ni pertenecerá. El empeño por prosperar perfila la personalidad de su padre, un hombre obsesionado con el trabajo e inflexible en sus convicciones. No había agresiones físicas en casa, pero sí un control férreo de las actitudes y los comportamientos –el notable como calificación mínima aceptada en los estudios, la hora de ir a la cama, el momento de levantarse de la mesa– que nunca podían transgredir la norma.
Su violencia se manifestaba en golpes en la mesa, gritos o amenazas –“si algún día llegáis así a casa, no os dejaré entrar”, dice en el texto cuando ve a un joven queer en la calle– pero también en silencios y cerrazón mental. Por supuesto, ese comportamiento no era gratuito. “Lo que tenía muy claro es que no quería hacer una radiografía básica del agresor, sino entender que mi padre era muchísimas más cosas”, sostiene la escritora, “tenía que entender en qué momento nació, en qué contexto y de dónde venía para poder explicar también quién ha sido porque si no hubiera sido terriblemente injusto para él”.
Qué es un hombreFer Rivas utiliza una voz masculina en su narración porque antes de ser mujer, fue hombre. El chico, como afirma en el título de su novela, que vivió los hechos que relata. Pese a lo que pueda parecer al conocer su biografía, no se trata de una novela de transición de género –o no principalmente– sino de iniciación, del paso de una persona a la edad adulta. “Yo soy un niño de clase obrera, soy un hombre gay y soy una mujer trans. La persona que soy ahora es la acumulación de todas esas capas, porque he transitado todos esos lugares y no me avergüenzo de nada”, asevera. “Esa narrativa que construye el sistema médico y la derecha de que nacemos en el cuerpo equivocado sirve única y exclusivamente para no atacar el sistema de géneros. En la afirmación ‘antes era un hombre y ahora soy una mujer’ solo se puede leer que el género es una construcción”.
Precisamente, el libro observa cuáles son los rasgos que definen la masculinidad normativa, que está cargada de violencia e incomodidad también para los hombres cisgénero heterosexuales, que parten con ventaja. Pero incluso aquí, la clase social es determinante. “Quería relatar muy bien cómo también se construye al final la masculinidad en las clases dominadas”, declara la escritora, “Roy Galán dice que la masculinidad es no ser mujer, no ser homosexual, no ser niño. Y yo creo que añadiría 'y no ser pobre'. Hay algo de la masculinidad que se construye a base de la capacidad de poseer bienes materiales y capital”.
Yo soy un niño de clase obrera, soy un hombre gay y soy una mujer trans. La persona que soy ahora es la acumulación de todas esas capas, porque he transitado todos esos lugares y no me avergüenzo de nada
Rivas percibe cómo sus compañeros tampoco se encuentran del todo tranquilos en ese paradigma de masculinidad en escenas cotidianas como la de los vestuarios. Su alerta se manifiesta incluso a la hora de adoptar una postura en la ducha, que es de protección ante un posible ataque. “Si nadie está cómodo, ¿por qué ninguno está haciendo nada? Pues porque al final es una promesa: si tú aceptas y renuncias a cosas como el afecto o la posibilidad de expresar tus emociones y aceptas toda la violencia, en algún momento optarás al privilegio y al poder. Pero esa promesa es falsa, porque, ¿cuántos llegan a tenerlos?”, se pregunta.
Esa violencia que asumen los demás, la sufre el protagonista que, aun así, no puede evitar sentirse atraído por los hombres. Ese deseo por los miembros de un colectivo que lo trata mal le llena de culpa e incluso de asco. Incluso cuando se masturba, en su imaginación aparece el cuerpo de su padre como castigo por desear lo que desea. Sabe –o cree– que su progenitor no aceptará su orientación sexual y eso le tortura. Ante la falta de referentes, el narrador recurre al porno que encuentra en internet, un contenido que moldea su idea de cómo se supone que tiene que ser el sexo que se traduce en primeras experiencias dolorosas y traumáticas.
“El deseo en la sociedad está tan reprimido que no sabemos cómo canalizarlo y eso acaba generando una violencia hacia los demás cuerpos”, considera Rivas, “tenemos que permitirnos más y ser una sociedad que no se castigue tanto por lo que desea, empezar a explicar más cómo funciona el deseo, por qué aparece y desligarlo de la práctica”. La escritora lo compara con la comida: una persona puede querer comer 500 donuts, pero no lo hace porque sabe que enfermará. “Parece que en la esfera sexual tenemos que reconciliar el deseo y la práctica pero, en realidad, puedes desear cosas que sabes perfectamente que no quieres hacer”, señala.
Aunque tanto las escenas del hospital como las que hacen referencia a su pasado son crudas y directas, Rivas ha introducido un tercer escenario más poético que juega con una metáfora protagonizada por ciervos. El comportamiento de estos animales en tiempo del apareamiento –cómo las hembras braman, los machos pelean por ella, la pérdida de los cuernos– sirven a la autora para hablar de la construcción de género desde un lugar más universal y que trasciende la experiencia del yo. Además, el proceso de documentación acerca de esta especie fue muy satisfactorio, porque apenas sabía nada y según avanzaba, se daba cuenta de que toda esa información le venía “como anillo al dedo” para explicar lo que quería. “Cuando empecé a escribir este libro, me identificaba como hombre pero cuando apareció la oportunidad de publicarlo, yo ya hacía un año que estaba transicionando y quería que hubiera algún rastro”, comenta, “entonces tomé la imagen de la cierva. Me parecía que el plano poético te permite introducir al lector cosas sin que se proteja”.
Qué pasaríaUna de las grandes preguntas que suscita el texto es: ¿lo habría escrito si su padre siguiese vivo? “No lo sé, pero creo que no hubiera sido el libro que es”, responde Rivas. “Evidentemente, su desaparición posibilitó mi aparición. En la novela se cuenta cómo una figura paterna puede ser tan asfixiante que no te permite ser quien tú quieres ser y solo la muerte posibilita esa aparición”, completa. Ese sentimiento de liberación unida al fallecimiento de un progenitor no es exclusivo de la escritora, pero eso no deja de provocarle culpabilidad. Y también una especie de parálisis, porque tuvo que pasar una década hasta que inició su duelo, un enquistamiento que hizo que los sentimientos contenidos se exacerbaran.
La desaparición de mi padre posibilitó mi aparición. En la novela se cuenta cómo una figura paterna puede ser tan asfixiante que no te permite ser quien tú quieres ser y solo la muerte posibilita esa aparición
Ahora considera que el proceso ha terminado o, al menos, no es tan reactivo como en el pasado. Escribir le ayudó a superarlo pero, a la vez, fue complejo: “Hay una parte que es muy sanadora, pero también hay otra que es profundamente dolorosa. No lo pude hacer de un tirón, tenía que dosificar porque todo lo que escribía me repercutía”. Pero, al final, ha sido un procedimiento muy clarificador, liberador e incluso fortalecedor. “No tenemos que olvidar que la palabra es muy poderosa y lo estamos viendo ahora con la ultraderecha, que se está apoderando del discurso. El uso de la palabra genera nuevas realidades y tenemos que empezar a entenderlo”, proclama.
Esta es la primera incursión de Rivas en la narrativa. Dramaturga y directora de escena, es la cofundadora de la compañía de teatro laMare, con quien dirigió Swimming pool, un espectáculo basado en la obra del valenciano Juli Disla. Aunque actualmente se ha tomado un descanso, trabaja en la adaptación de su novela debut al teatro. Una labor nada fácil ya que debe concentrar en alrededor de dos horas una historia llena de matices y escenarios. “Me interesa la posibilidad de traducir esas palabras en imágenes y ver cómo funciona. Es un viaje completamente distinto al del libro”, concluye.