El expresidente colombiano Juan Manuel Santos aseguró este viernes que a sus adversarios políticos los invitaría a cenar a su casa y les daría la mano porque el mundo necesita empatías como una manera de reducir las diferencias.
"El mundo necesita empatías para disminuir la polarización que está generando tantos problemas. Uribe, Maduro, Timochenko, tendría con ellos la mejor relación si hubiese empatía de doble vía, así pensemos opuesto", confiesa en entrevista a Efe en una visita a la Ciudad de México.
No es esa idea el arranque de un hombre empeñado en cumplir bien su papel de Premio Nobel de la Paz ni la de un político conmovido porque hace poco se convirtió en abuelo.
"Es una lección que me dio un general (Álvaro Valencia Tovar). Eso facilita el diálogo, la comprensión, así pensemos opuesto, así seamos diferentes", confiesa.
De visita en México en coincidencia con la presentación de su libro "Batalla por la paz", un relato sobre el proceso de paz en Colombia, Santos, quien fue presidente del país del 2010 al 2018, no tiene emociones por el hecho de que un grupo de guerrilleros de las desmovilizadas FARC hayan retomado las armas.
Cree que dos de sus líderes, Iván Márquez y Jesús Santrich, rompieron el acuerdo de paz porque están involucrados en el narcotráfico y podrían ser reclamados por la Justicia de Estados Unidos, pero no se extiende en el tema.
Opina que lo importante es la segunda etapa del proceso que lideró y acabó con la guerrilla más antigua del mundo.
"La paz se divide en dos fases. Primero se desarman, se reintegran a la vida social, y luego lo más difícil, la reconciliación, sanar heridas a las que les han puesto sal durante 54 años. Eso toma tiempo y lo estamos iniciando", considera.
Un año después de haber dejado la presidencia, Santos dedica tiempo a su familia y a recuperar lecturas, sobre todo de biografías, su obsesión. Sin embargo, no está ajeno a la realidad de su país, que ve cada día más hacia adelante.
"Colombia tiene un progreso extraordinario, hemos sido el país de América Latina que más ha disminuido la pobreza y las desigualdades, aunque aún tenemos desigualdades vergonzosas. La inversión de los últimos años ha sido la más alta y la educación es gratuita. Aparte de la paz, el progreso ha sido enorme, aunque falta muchísimo", dice.
Insiste en cambiar el término "enemigo" por "adversario" y critica la agresividad creciente en el Congreso colombiano.
"Eso no lo teníamos. Los adjetivos que se utilizan; eso es malo, debemos tender puentes", observa.
Santos se autoproclama como un "Churcilliano", admirador de Winston Churchill, el líder del Reino Unido en la II Guerra Mundial, de quien ha leído varias biografías. La última fue "Walking with destiny", de la cual extrajo una idea para apuntalar su voto a favor de la legalización de las drogas.
"La prohibición es la fuente de todos los males y genera el narcotráfico. Churchill llegó a Estados Unidos en la época de la prohibición del alcohol, le negaron un trago y él respondió que era un país extraño donde las utilidades de la venta del licor eran para las mafias, mientras en su país se las entregaban al fisco. Es lo que estamos viviendo con la prohibición de las drogas", opina.
Aunque defiende la paz, Santos no es del estilo de Mahatma Gandhi. Cree que el pacifismo puro y simple raramente triunfa. Por eso lanzó bombas a las FARC y eliminó a varios de sus líderes, pero cuando se sentó a negociar con ellos, lo hizo como si fuera de su familia.
Un pasaje de su libro delata la ausencia de rencor del expresidente. En las conversaciones de paz, el líder de las FARC, Rodrigo Londoño, alias "Timochenko", baja del estrado tras un discurso y Santos le regala una bala convertida en un bolígrafo, símbolo de trocar las armas en educación.
"A pesar de que habíamos sido enemigos, estábamos en la misma canoa y remando en la misma dirección; él se comprometió con la paz, yo también. El 'balígrafo' fue idea de mi ministra de Educación (Gina Parody), está escrito en él que en la guerra usamos las balas, pero ahora la educación nos da la paz", recuerda.
Santos, quien fue un buen jugador zurdo de squash, a los 68 años practica bicicleta de montaña y camina rápido porque le prohibieron correr como consecuencia de una lesión crónica de espalda por un accidente en la Marina, después de la cual le injertaron un hueso de carnero en la quinta lumbar.
Vuelve al tema de la empatía, y opina que las mujeres tienen capacidad para generarla, tal vez por ser madres.
Entonces el hombre, que alguna vez llamaron verdugo de las FARC, detiene la entrevista y saca su móvil para mostrar un vídeo que le llegó minutos antes en el que la mujer más reciente de su vida, su nieta Celeste, mira la cámara con ojos pícaros.
"Dígame si uno no se derrite con esto, me lo acaban de mandar porque donde esté me muero al verla", dice en un acto con tinte de cursilería pero que provoca la empatía más inocente: la de los abuelos.