El adiós de Nancy Pelosi, el fin de una era política en EEUU

En 1987, cuando las mujeres eran todavía una anécdota estadística en el Congreso de EEUU, una ama de casa con cinco hijos decidió presentarse a las elecciones ahora que el más joven se había marchado a la universidad. Fue una decisión que cambió la vida de Nancy Pelosi y la historia de EEUU porque ahora que se marcha, ya se puede decir que no ha habido ninguna política tan odiada, tan insultada y tan brutalmente efectiva en su trabajo.

En sus casi 20 años como líder de los demócratas en el Congreso, a Pelosi no le ha importado pelear: llegó al poder enfrentándose a los líderes de su propio partido porque no entendía su apoyo a la invasión de Irak y casi se estrenó en el cargo diciendo que el presidente Bush era un líder incompetente (y rápidamente se corrigió a sí misma: “En realidad, no es un líder.

Es una persona que no tiene juicio, experiencia o conocimiento de los asuntos en los que decide”).

Los demócratas le deben mucho a Pelosi (Obama, su reforma sanitaria; Biden, la aprobación de su rescate económico tras la pandemia), pero probablemente los republicanos le deben todavía más. Solamente desde 2018, Pelosi ha aparecido en más de medio millón de anuncios de publicidad de su partido rival. Para los conservadores ha sido la mejor herramienta para movilizar votantes y recaudar dinero. 

Para esa derecha Pelosi ha sido la “mala perfecta”. Una mujer de izquierdas, sin pelos en la lengua, que representaba según ellos “los valores de San Francisco”: una ciudad que durante años ha sido para los conservadores sinónimo de caos, izquierdismo y pecado. Pelosi les ha venido bien para ese relato, aunque ahora ni San Francisco ni ella estén tan a la izquierda como parece.

Ella se lo ha tomado como un halago: “Si no fuera eficaz, no me pondrían en la diana”, dijo. Sin embargo, tras años de aparecer en la propaganda republicana como la bruja del mago de Oz o haciendo sacrificios humanos, el odio se vuelve más peligroso. Pocos políticos han recibido tantas amenazas de muerte y varios extremistas han hecho planes serios para asesinarla. La turba que asaltó el Capitolio la tenía entre sus primeros objetivos y hace poco que una persona se metió en su casa buscándola y agredió con un martillo a su marido. Incluso entonces, los republicanos se negaron a cancelar las campañas de publicidad contra ella.

A pesar de eso, no parece que Nancy Pelosi sea una mujer fácil de amedrentar y no solo por sus sonadas broncas con Trump delante de las cámaras. En 1991, se plantó en la plaza de Tiananmen de Pekín con una pancarta que homenajeaba a “los que murieron por la democracia en China” y también fue una de las primeras figuras políticas que impulsó medidas contra el sida, una epidemia que estaba matando a muchos de sus electores en San Francisco y de la que la mayoría de los estadounidenses no quería saber nada.

Pelosi seguirá representando los “valores de San Francisco” en la Cámara de Representantes porque por ahora solo deja el liderazgo de los demócratas, no su escaño. Así continuará unida a una ciudad a la que llegó tarde, casi con 30 años, pero que le ha dado mucho. Y también continuará trabajando en una institución a la que lleva vinculada casi desde siempre: cuando nació en 1940, su padre ya ocupaba un escaño y ella siempre estará en los libros de historia como la primera mujer que presidió la Cámara de Representantes. Hasta que haya una presidenta en la Casa Blanca, la segunda que ha llegado más alto, después de la vicepresidenta Kamala Harris.

Para los demócratas, llega un cambio de ciclo. Se retiran tanto Pelosi como su segundo de a bordo, ambos con 80 años ya cumplidos. Parece que llega el tiempo de un nuevo líder, Hakeem Jeffries, que apenas pasa los 50 y sería el primer afroamericano en asumir el liderazgo de un partido en el Congreso en la historia del país. Después de una figura como Pelosi, enorme en la política estadounidense, no le será fácil llenar el vacío.