El diputado de Francia Insumisa Aymeric Caron, en una imagen de archivo.

Los debates sobre la proposición de ley para abolir las corridas de toros, presentada por Francia Insumisa (LFI), agitan el Parlamento galo y generan división dentro de los distintos partidos.

Algunas formaciones, como el Partido Socialista y Agrupación Nacional (extrema derecha), han dado libertad de voto a sus diputados. De hecho, ciertos miembros del partido de Marine Le Pen han anunciado que, a título individual, votarán a favor de la propuesta, mientras que en el seno de la coalición progresista Nupes, Fabien Roussel, secretario nacional del Partido Comunista Francés, se ha pronunciado en contra.

Renacimiento, el partido de Emmanuel Macron, también ha dado libertad de voto a sus diputados, aunque el Gobierno se opone a la propuesta legislativa.

El código penal francés ya incluye una medida que impide cualquier acto de crueldad con los animales, pero una derogación aún permite las corridas de toros en unas 50 ciudades del sur del país, donde existe una “tradición local ininterrumpida”, según recoge el texto. El impulsor de la proposición de ley, el diputado por París de Francia Insumisa Aymeric Caron, explica durante una entrevista con elDiario.es que el reto ahora es poner fin a ese régimen de excepción.

Caron y los otros defensores de la medida subrayan que cuenta con un enorme respaldo popular entre la ciudadanía –una encuesta reciente, elaborada por Ifop-Fiducial, apunta que un 74% de los franceses son favorables a la prohibición–. El resultado de la votación, que debe celebrarse el jueves en la Asamblea, es incierto.

Inicialmente, el texto recibió muchos apoyos, incluyendo a miembros de otros partidos, pero en las últimas semanas está habiendo una importante movilización en contra. ¿Sigue siendo optimista de cara a la votación?

Ahora mismo no puedo hacer un diagnóstico, tenemos que esperar. La lógica democrática dice que debería aprobarse: de acuerdo con algunos sondeos, nueve de cada diez de franceses apoyan la abolición de las corridas de toros. Y cuando hablo con otros diputados –incluso los que no son de mi grupo–, veo una voluntad de votar a favor o, por lo menos, de no oponerse.

La cuestión ahora es el peso de los lobbies porque están llevando a cabo una labor de desinformación importante desde hace tres semanas para influir en el voto. Hay una comunicación deshonesta sobre la cuestión. Los representantes del mundo de la tauromaquia no han querido participar en las audiciones en la Asamblea pero sí han ido a hablar directamente con diputados. Uno ha dado incluso una especie de conferencia a los miembros de Agrupación Nacional.

¿Cómo explica que una medida con ese apoyo popular sea tan complicada de aprobar?

Cuando propuse el tema a mis compañeros de grupo –en realidad yo soy diputado de un partido que se llama Revolución ecológica por la vida, inscrito en el grupo parlamentario Francia Insumisa–, hubo cierta sorpresa. Lo consideraban anecdótico porque atañe a pocos animales y solo algunas regiones y pensaban que había otros problemas más importantes, incluso dentro de la causa animal. Ahora bien, el del jueves es un espacio parlamentario en el que nuestro grupo puede someter directamente a votación sus textos; esa estructura hace que no sea un espacio para debates complejos. Este es un tema muy sencillo: a favor o en contra, no hacen falta horas de discusión. Además, es muy fuerte simbólicamente y, como decía, la opinión pública es casi unánime, en particular entre los jóvenes.

Cabe la posibilidad de que no se llegue a votar, ya que ocupa el cuarto lugar en el orden del día definido por su grupo LFI, en una sesión que no puede prolongarse más allá de la medianoche.

Los anteriores espacios parlamentarios de LFI han permitido votar entre cuatro y seis textos, así que en teoría no debería haber problema. Lo que podría ocurrir es que los otros partidos intenten obstruir tanto los tres textos precedentes como este. Pero eso sería un sacrificio total de las reglas legislativas. Francia tiene que votar si permitimos que un animal sea torturado o no por el entretenimiento de unos pocos. Porque eso son las corridas de toros. Si el texto no llegara a votarse, sería un fracaso de la democracia en este país, una señal terrible.

El texto apunta directamente a la corrida, pero hay otros espectáculos en los pueblos, fuera de las plazas, que tienen que ver con los toros. ¿La ley significaría su prohibición?

El texto atañe directamente a las corridas de toros como se entienden en Francia y España y excluye, por ejemplo, los concursos que se practican en Francia en las Landas o la Camarga [concursos de recortes] en los que el toro no es maltratado. Porque la cuestión fundamental es esa. Sobre el resto de prácticas, cualquier tipo de espectáculos en los que se dañe a los animales ya están prohibidos en el territorio francés con la legislación actual.

En Portugal, donde las corridas se celebran sin muerte en la plaza (aunque los toros son sacrificados fuera de la arena), se ha planteado avanzar hacia una versión de las corridas de toros que eliminen la sangre.

No tengo nada en contra de que haya espectáculos que planteen cuestiones sobre nuestra relación con los animales, una reflexión sobre la civilización, lo salvaje, la cultura, etc. Puede haber una representación en las plazas entre un hombre y un toro o reinventar las corridas con los medios técnicos que existen hoy (virtual, etc). Yo lo único que quiero es que se deje de torturar a los animales.

Uno de los argumentos utilizados por diputados que se oponen a esta ley es que es un ejemplo de cómo los franceses que viven en ciudades –en particular, los parisinos– quieren imponer su visión al resto del país.

Con ese tipo de razonamiento, todas las comunas rurales de Francia deberían ser autónomas. Cada una podría hacer lo que quiera: unas podrían torturar a los toros, otras conducir a 180 km/h por sus carreteras... Las decisiones individuales están sujetas a la ley y los actos tienen consecuencias. Porque en realidad las corridas de toros ya están prohibidas en el territorio francés y se prohibieron porque consideramos que, según nuestros estándares morales, es ir demasiado lejos en los sufrimientos que infligimos a los animales. Y digo ir demasiado lejos porque sigue existiendo el maltrato en otros sectores, como son la ganadería intensiva o la caza.

Llegó un momento en el que consideramos que los animales son seres que sienten y no es humano torturarlos, por eso se empezó a legislar por el bienestar animal, en Francia y en otros países. Todo país civilizado protege a sus animales, porque hay un vínculo entre maltrato que se hace sufrir a un animal no humano y a uno humano, las mismas lógicas entran en juego. Sin embargo, hoy se siguen organizando sesiones de tortura en Francia porque ciertas ciudades y ciertas regiones recibieron una excepción. El hecho de que ciudadanos de mi país estén exentos de esa ley y torturen a los animales me supone un problema.

Más allá de la tauromaquia, esa cuestión de la fractura territorial rural-urbano está presente, incluso en el seno de Francia Insumisa.

Es verdad que hay miembros del partido LFI, bastante mediáticos, que afirman que tenemos un problema, que somos débiles en el mundo rural, que no comprendemos las sensibilidades de ciertos territorios… Pero yo niego esa visión, para mí ese planteamiento es una caricatura. Tal vez sea verdad que tenemos menos fuerza militante para explicar nuestro programa, pero esa dicotomía ciudad-pueblo ya casi no existe, la realidad es más confusa, más nebulosa.

Por un lado, las ciudades se están extendiendo, también las poblaciones medianas; por otro, cada vez más ciudadanos dejan la ciudad para instalarse en el campo, porque quieren otra forma de vida, porque quieren comer sano. Y muchos entre ellos se encuentran con prácticas como agricultura extensiva con pesticidas, con cazadores y con un territorio cada vez más construido, con más centros comerciales y urbanizaciones. Y ese no es el campo que quieren.

También existe un debate, que surge durante las protestas de los 'chalecos amarillos', en el que se intenta oponer poder adquisitivo y emergencia climática, un supuesto enfrentamiento entre los ciudadanos preocupados por el fin de mes y los preocupados por el fin del mundo.

Yo soy ecologista radical: antes de crear mi partido ya había escrito libros sobre el tema, con una visión particular. De hecho, creé mi partido porque consideraba que Europa Ecología-Los Verdes no era suficientemente radical. Y ahora trabajo de la mano con Francia Insumisa, que es una formación más conocida por las cuestiones sociales. El hecho de que estemos juntos significa que hemos entendido que los dos combates están íntimamente ligados, que uno no se hará sin el otro. Los mismos mecanismos se aplican cuando se explota la naturaleza o cuando se explota a un trabajador.

En esa visión sobre la ecología ocupa un lugar central el antiespecismo. ¿En qué consiste esa teoría?

Es un pensamiento que combate la idea dominante en Occidente que dice que el ser humano está por encima del resto de las criaturas y que eso le da derechos particulares, que podemos infligir a los animales cosas que no haríamos sufrir a un ser humano. Esa idea sería el especismo. Un ejemplo pueden ser las corridas de toros, pero también las condiciones atroces de algunos animales en ciertos tipos de ganadería. La idea no es decir “vamos a tratar a todos los animales como seres humanos”, pero si un animal padece unos niveles de estrés o de dolor que no nos parecen tolerables para un ser humano, no es normal que se permita que sufra.