Israel busca contentar a Washington, permitiéndole que haga gala de su capacidad para modular las ansias belicistas de Tel Aviv; sabiendo que a cambio habrá obtenido alguna compensación para seguir con la masacre en Gaza y Cisjordania y para recibir más ayuda en armas y dinero
Israel lanza un ataque aéreo contra Irán
Israel había advertido de que su siguiente ataque contra Irán sería letal y sorprendente. A la vista de lo que de momento se conoce de lo ocurrido en la pasada madrugada, las tres oleadas de ataques aéreos no parecen cumplir con ninguno de esos presupuestos de partida.
Si por letal se entiende mortífero, el resultado queda muy por debajo de las declaraciones, en la medida en que tan solo se conoce la muerte de dos iraníes. Israel siempre podrá argumentar que su operación Días de Arrepentimiento estaba precisamente dirigida contra objetivos militares, tratando de evitar daños a civiles, y que, por lo tanto, ese resultado tan solo indica un supuesto compromiso humanitario.
Pero, aunque así fuera (con todas las dudas que se derivan de su brutal comportamiento tanto en Gaza y Cisjordania como en Líbano), tampoco parece que haya logrado causar un daño relevante a su enemigo en relación a su capacidad para defenderse y, llegado el caso, volver a atacar territorio israelí.
De hecho, aunque se haya constatado que se han producido explosiones en las provincias de Khuzestan e Ilam, y sobre todo en Teherán y sus alrededores, nada indica que los daños sufridos en su sistema de defensa antiaérea –se menciona una batería de S-300 (ruso) instalada en el aeropuerto internacional de la capital, en la sede de una empresa implicada en la construcción de drones, en algunas instalaciones de misiles operados por los pasdarán y en la base militar de Parchin (cercana a la capital)– vayan a rebajar mínimamente la capacidad iraní para llevar a cabo nuevos ataques.
Por otro lado, lo único que puede sorprender del ataque israelí es que, por primera vez, Tel Aviv haya reconocido abiertamente su autoría. A estas alturas era muy difícil que los aviones que haya podido emplear Israel fueran a lograr ni siquiera la sorpresa táctica, dado que Irán estaba sobradamente advertido de que el ataque se iba a producir y mantenía en máxima alerta a sus fuerzas militares.
También era sabido –después de los ataques realizados contra la milicia yemení Ansar Allah en el puerto de Hodeida– que la fuerza aérea israelí ya está en condiciones de atacar prácticamente cualquier rincón de Irán, gracias a las modificaciones que ha hecho en sus aviones F-16 y F-35 para aumentar su autonomía de vuelo y a la existencia de siete aviones de reabastecimiento en vuelo que permiten a esos cazas volar hasta sus objetivos, lanzar sus bombas y regresar directamente a sus bases tras recorrer casi 4.000 km.
No sorprende tampoco el tipo de objetivos batidos por Israel, renunciando a atacar instalaciones petrolíferas o las ligadas al controvertido programa nuclear iraní, sobre todo si se atiende a consideraciones políticas y estratégicas. Al hacerlo así, Tel Aviv pretende dar la impresión de que se pliega al dictado de Washington, temeroso de verse envuelto en una guerra regional y con una subida de los precios de los hidrocarburos en plena campaña electoral.
En realidad, basta con tomar en consideración el esfuerzo que la maquinaria israelí está desarrollando en Gaza, Cisjordania y Líbano (además de tratar de mantener a raya a otros peones regionales de Irán) para entender que ahora mismo carecía de sentido llevar a cabo un golpe aún más brutal contra Teherán, lo que llevaría a entrar en una escalada que muy pronto pondría a las claras sus limitaciones para hacer frente a un choque frontal con una potencia como Irán.
De paso, cuenta con que Irán no se sienta impelido a responder de inmediato a gran escala; de hecho, el mensaje iraní, tratando de mostrar que el daño sufrido ha sido mínimo, cabe interpretarlo como un gesto de aceptación de una informal tregua en el intercambio de ataques recíprocos, dado que sus principales peones (Hamás y Hizbulah) están sumamente debilitados y sus ataques directos apenas logran penetrar las defensas israelíes (menos aún tras el refuerzo aportado por Estados Unidos con el despliegue de una batería de misiles THAAD en suelo israelí).
Actuando así Israel cuenta con que Irán –consciente de su inferioridad en una confrontación en la que también tendría que contar con la participación estadounidense– decida limitar también su empeño bélico, tanto directamente como a través de las milicias que en distinto grado maneja en la región.
De ese modo mantiene abiertas todas las opciones para ir más allá en el momento que lo considere oportuno; es decir, cuando pueda rebajar el esfuerzo en los otros frentes en los que actualmente está enfrascado. Por su parte, también contenta a Washington, permitiéndole que haga gala de su capacidad para modular las ansias belicistas de Tel Aviv; sabiendo que a cambio habrá obtenido alguna compensación favorable para seguir adelante con la masacre en Gaza y Cisjordania y para recibir más ayuda en armas y dinero.
A la espera de ver si Irán se acomoda o no a ese guion, no deja de resultar sarcástico que una vez más se repitan las voces que, por un lado, reconocen el derecho de Israel a la legítima defensa –olvidando que Irán también lo tiene– y que, por otro, reclaman contención a Irán –mientras se deja a Israel que atraviese todas las líneas rojas marcadas por el derecho internacional–.
Lo que en todo caso está claro es que el final del conflicto no está próximo.
*Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)