Netanyahu bombardeó este jueves la costa oeste y zonas del interior de Yemen, con objetivos como el aeropuerto de Saná y otras infraestructuras
Israel bombardea objetivos en Yemen en respuesta a los últimos ataques de los hutíes
Yemen se ha convertido hace tiempo en uno de los ejemplos más notorios de Estado fallido. Identificado como el más empobrecido de los 22 países árabes, la caída del dictador Ali Abdullah Saleh (febrero de 2012) lo ha llevado a ser el escenario de una de las crisis humanitarias más graves del planeta, con el 80% de la población malviviendo por debajo de la línea de pobreza, y el campo de batalla de actores muy diversos.
Ansar Allah es, al mismo tiempo, un actor con agenda propia, que originalmente representaba a la minoría de los zaidíes chiíes marginados en las zonas montañosas del norte de Yemen, y un peón de Irán en su afán por contar con bazas de retorsión ante la amenaza que Teherán siente por parte de Tel Aviv (y de Washington, a través de Arabia Saudí). En el plano interno ha sabido sumar a muchos yemeníes que se han sentido maltratados tanto por Saleh como por su sucesor, Abdrabbo Mansur al Hadi, traspasando así las fronteras identitarias que lo definían como un grupo marginal en la escena política nacional.
Por el camino ha logrado tomar el control de la capital y del importante puerto de Hudeida, en el mar Rojo, convirtiéndose en el actor principal de la vida nacional, con una potencia militar que Arabia Saudí no ha podido doblegar, a pesar de liderar desde 2015 una alianza en la que también destaca Emiratos Árabes Unidos, con el claro respaldo estadounidense. En todo caso, también es cierto que no ha logrado controlar más allá de un tercio de todo el territorio yemení y, mucho menos, imponerse definitivamente al resto de fuerzas en presencia, desde las células que tanto Al Qaeda en la Península Arábiga como Dáesh despliegan en el país, a los grupos secesionistas del sur o a los restos de las fuerzas armadas yemeníes fieles al Consejo de Liderazgo Presidencial, creado en abril de 2022 tras la renuncia de Al Hadi.
Buena parte de su potencial actual, más allá de su rudimentaria capacidad productiva y del material que ha podido obtener de sus propios enemigos locales, viene explicado por el apoyo que el régimen iraní le ha prestado, tanto en términos económicos como, sobre todo, militares. Así se explica, sin caer en el error de pensar que Ansar Allah es una marioneta manejada por Teherán, que haya podido desarrollar una estrategia de fuerza en dos frentes. Por una parte, desde noviembre de 2023 y con el argumento formal de apoyar la causa palestina ante la masacre que Israel está perpetrando tanto en Gaza como en Cisjordania, ha llevado a cabo ataques contra más de un centenar de buques civiles y militares que atraviesan el estrecho de Bab el Mandeb empleando tanto misiles (Shehab-3 y Toophan) como drones (Samad-4 y Shahed) de procedencia iraní. Y si bien es cierto que no han logrado cerrar esa importante vía marítima, también lo es que ni la operación Guardian de la Prosperidad ni la denominada Arquero de Poseidón, encabezadas por Estados Unidos, han logrado disuadir al grupo de seguir perturbando el tráfico internacional en la zona y de convencer a muchas navieras de volver a surcar esas aguas.
Por otra parte, el grupo yemení ha entrado en una dinámica de ataques directos al territorio israelí, empleando misiles balísticos hipersónicos como el denominado Palestina 2, con una velocidad de Mach 16 y un alcance máximo de 2.150 kilómetros. Misiles que en ocasiones han logrado traspasar el sofisticado sistema de defensa antiaérea israelí, y que han activado la inmediata respuesta de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI). Una respuesta que cuenta con la participación de Washington y que ya no se limita a batir objetivos militares, sino que incluye otros como el aeropuerto internacional de Saná y el puerto de Hudeida.
Llegados a este punto lo que parece claro es tanto que los líderes de Ansar Allah no se sienten disuadidos por el castigo recibido, mientras conservan medios suficientes para mantener el pulso sin reparar en el coste humano que puede suponer para sus conciudadanos, como que Israel no encuentra la manera de frenar una dinámica que complica sus cálculos militares en plena campaña en Palestina, Líbano y Siria. Las FDI han demostrado que ya cuentan con medios propios- especialmente la capacidad de reabastecimiento en vuelo- para que sus aviones de combate, cargados de bombas, puedan recorrer 2.000 kilómetros hasta sus objetivos, batirlos y regresar a sus bases; todo ello sin necesidad de contar con el apoyo que hasta hace muy poco tiempo le tenía que prestar EEUU. Eso le da un mayor margen de maniobra para tomar decisiones, sin tener que ajustarse a las directrices de Washington. Pero, aun así, ya ha podido comprobar que sus golpes no han servido para calmar a su propia población ni para que los hutíes depongan su actitud. De paso, como cabía esperar, tampoco parece que las amenazas y los ataques contra Irán sirvan para obligar al régimen iraní a imponer a su aliado yemení que ceje en su empeño.
En resumen, lo más previsible es que tanto unos como otros mantengan e incluso intensifiquen su apuesta belicista, aunque eso no les sirva para imponer su dictado y los termine por abocar a un choque de alta intensidad.