La nueva crítica del discurso islamófobo es que incluso los musulmanes que parecen “haberse integrado” odian a Occidente
Informar sobre el aumento de la hostilidad contra los musulmanes en Europa significa escuchar repetidamente las mismas generalizaciones sobre los 25 millones de musulmanes europeos. Somos -todos nosotros- demasiado religiosos, nos dejamos llevar fácilmente por el extremismo y el terrorismo, vivimos en sociedades paralelas y las mujeres musulmanas, especialmente las que llevan el hiyab, son víctimas de una opresión patriarcal fanática o soldados rasos en un intento de sustituir a los europeos blancos nativos.
Una y otra vez, los gobiernos europeos nos instan a integrarnos: entrar, salir de las sombras y unirnos a la soleada corriente dominante europea. Debemos ser menos “extranjeros”, más europeos y adoptar “valores europeos”. De hecho, no está claro cuáles, pero beber cerveza y comer cerdo parecen estar entre ellos. También debemos recibir una educación y entonces -y sólo entonces- participar activamente en la vida política, económica y social de nuestras “sociedades de acogida” que, según el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, son inmaculadamente cristianas.
Y la situación va a peor. La Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea ha publicado recientemente sombrías conclusiones sobre el fuerte aumento del racismo contra los musulmanes en Europa: casi la mitad de los musulmanes europeos sufren discriminación por su religión, el color de su piel y su origen étnico o su condición de migrantes y, desde hace 14 meses, también por las tensiones sociales relacionadas con la guerra en Gaza.
No cabe duda de que el racismo contra los musulmanes ha cobrado fuerza desde que Israel desencadenó lo que Amnistía Internacional califica ahora de genocidio en Gaza tras el ataque transfronterizo de Hamás del 7 de octubre de 2023, y desde la insistencia de algunos gobiernos de la UE en equiparar las críticas al gobierno israelí con el antisemitismo.
Sin embargo, como descubrí al investigar el reciente frenesí islamófobo en los Países Bajos tras la violencia en Ámsterdam entre los aficionados al fútbol del Maccabi Tel Aviv y la población local, hay un giro más insidioso y agresivo en la narrativa civilizatoria y eurocéntrica convencional. El subtexto es que ya no hay distinción entre musulmanes buenos y malos. Los que forman parte de la corriente dominante son tan problemáticos como los supuestamente inadaptados y antisociales.
Los virulentos debates en Holanda ilustran esta deriva del discurso antimusulmán. Geert Wilders, el diputado holandés de extrema derecha antiislamista que preside -extraoficialmente- el gobierno holandés de coalición de derechas, ha declarado, sin fundamento, que los “marroquíes” son los responsables de la violencia en Ámsterdam. Ha amenazado con deportar y retirar la nacionalidad a quienes considere instigadores. El primer ministro holandés, Dick Schoof, ha insistido en que “tenemos que acabar con el antisemitismo” mediante «una mejor integración, una mejor educación y crianza de los niños.
En noviembre, la entonces Secretaria de Estado de Prestaciones, Nora Achahbar, de ascendencia marroquí, dimitió por lo que calificó de comentarios racistas realizados por miembros del gobierno. El Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), de centroderecha, que forma parte de la coalición cuatripartita, ha presentado una moción parlamentaria en la que pide al gobierno que “guarde los detalles de las normas y valores culturales y religiosos de los holandeses de origen migrante”.
En medio del fuego cruzado de declaraciones, Wierd Duk, un veterano comentarista del diario Telegraaf, sugirió que el “verdadero problema” con los musulmanes en Holanda -y por extrapolación en toda Europa- es que el antisemitismo y el “odio a Occidente” se inoculan incluso en “musulmanes que están integrados, que tienen un alto nivel educativo, que tienen cargos, que son columnistas, que trabajan en universidades”.
Los comentarios de Duk han sido rebatidos, entre otros, por la historiadora holandesa-marroquí Nadia Bouras, quien afirmó en una entrevista que tales comentarios “malintencionados” pretendían mantener a los musulmanes en un estado constante de “extranjería”, aunque no sean extranjeros. “Se pretende disciplinarlos, humillarlos y -ahora ha quedado claro- castigarlos quitándoles la nacionalidad si no hacen lo que tú quieres”, señala. Un diputado socialista holandés del Parlamento Europeo, Mohammed Chahim, me dice que también es una forma de socavar los logros, el papel y la influencia de los musulmanes.
En la burbuja de Bruselas, un influyente especialista en comunicación me dice que los musulmanes luchan por ser aceptados. “Por muy bien que alguien hable el idioma, obtenga los títulos, adopte los códigos de vestimenta adecuados, algún político oportunista señalará algo y lo declarará una 'peculiaridad étnica' incompatible con los valores europeos”, afirma.
Esta situación ya es de por sí bastante deprimente, pero el debate sobre los musulmanes europeos -y no sólo entre los políticos de extrema derecha- ha adquirido tintes aún más siniestros. Las acusaciones de que los musulmanes son unos intrusos permanentes son una nueva versión de lo que antes se decía de los judíos de Europa. “Ahora es a los musulmanes a quienes se acusa de no encajar, de haberse convertido en 'los otros' de Europa”, coincide Farid Hafez, politólogo austriaco. Por su parte, la activista de derechos humanos Shaza Alrihawi, que reside en Alemania, afirma que “es como si fuéramos los nuevos judíos de Europa”.
Al comenzar un nuevo año, me repito que esto también pasará. Los europeos se acostumbrarán a convivir con la diversidad, la extrema derecha encontrará otros caballos de batalla y los políticos europeos dejarán de hablar de sus tóxicas divisiones. Sin embargo, suelo perder la esperanza con frecuencia. La reacción siempre se agrava tras un incidente terrorista como el reciente atentado de Magdeburgo, del que se aprovechan quienes están decididos a poner bajo sospecha a todas las personas de ascendencia musulmana, sean cuales sean sus preferencias ideológicas. Creo que las actitudes cambiarán a medida que más musulmanes hablen claro, se abran camino y, en palabras de Chahim, dejen claro que “conocemos nuestros derechos fundamentales, conocemos la ley y tenemos éxito”. Cuando eso ocurra, los musulmanes europeos podrán ser reconocidos por fin como individuos y ciudadanos en toda su compleja diversidad, en lugar de ser reducidos a caricaturas simplistas y estereotipos orientalizados. Quizá entonces dejemos de estar condenados si nos integramos y condenados si no lo hacemos.