Las explosiones son casi continúas en Akçakale, ciudad turca directamente pegada a la frontera siria, frente a Tal Abiad, uno de los puntos calientes de la ofensiva turca contra las milicias kurdas en el noreste de Siria. Pero los habitantes intentan hacer vida normal.
"No tenemos miedo", aseguran a Efe Halil y Ali, vecinos de un barrio que linda con la antigua vía del tren tras la cual se yergue un muro de hormigón, unas alambradas y, al otro lado, Tal Abiad, la ciudad siria de la que se levantan grandes columnas de humo que dejan de los impactos de la artillería y la aviación turcas.
También desde allí llega algún obús: ayer mismo, un proyectil impactó en el centro de Akçakale y mató a un funcionario y a un bebé de una familia siria refugiada.
Halil muestra el vídeo en su teléfono móvil: un anciano tirado en el suelo, una viandante que lo ausculta, gente llevando a heridos a los coches... Aunque la situación es dura, no es motivo para dejar el barrio, aseguran.
Ali y Halil están bebiendo refrescos en la puerta de un pequeño supermercado abierto, aunque sin un solo cliente a la vista. Las calles están desiertas, muchos vecinos se han ido, "pero no hay evacuación obligatoria; se han ido quienes han querido", insiste Ali.
Efectivamente, pese a que a cada rato se oyen desde los altavoces advertencias sobre el peligro, no hay evacuación forzada, confirma a Efe el alcalde de la ciudad, Mehmet Yalçinkaya, miembro del gubernamental Partido Justicia y Desarrollo (AKP) del presidente del país, Recep Tayyip Erdogan.
"No se han evacuado los barrios, no se han cerrado los negocios, la vida sigue normal. Solo, por precaución, se han clausurado los colegios, porque son lugar de aglomeraciones; se han dado vacaciones hasta el lunes para proteger a los niños", señala Yalçinkaya.
El alcalde participa en el funeral del bebé sirio Mohamed Omar Saar, que, de apenas ocho o nueve meses, es sepultado como si hubiese sido un soldado turco caído en la batalla: en un ataúd cubierto con la bandera turca y la palabra "Mártir".
Yalçinkaya explica que en Akçakale viven desde hace más de ocho años unos 125.000 refugiados sirios.
"Los acogemos como huéspedes. El bebé fallecido era de una de estas familias, había nacido aquí. Sus hermanos han quedado heridos", dice Yalçinkaya a la prensa ante la mezquita donde se celebra el funeral entre grandes medidas de seguridad.
Al terminar la ceremonia, muchos participantes levantan las manos para gritar primero la consigna religiosa "Dios es grande", y acto seguido las que se suelen escuchar en funerales de soldados muertos en la lucha contra la guerrilla kurda de Turquía: "La patria no se divide" y "Abajo el PKK", el proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán, la guerrilla kurda activa en Turquía.
El proyectil fue disparado desde el territorio controlado por las milicias kurdosirias Unidades de Protección del Pueblo (YPG), que por sus obvios vínculos con el PKK hacen que Ankara considere a ambos grupos ramas de una sola organización terrorista. Y ninguno está muy bien visto aquí.
Antes de la guerra civil siria, Akçakale, una ciudad de 113.000 habitantes, era una de las puertas del comercio con Siria, hasta que las YPG arrebataron en 2015 Tal Abiad a las milicias yihadistas locales.
"Cuando los kurdos tomaron el control, Turquía cerró la aduana", recuerda Ali.
No le caen bien los kurdos: tanto Tal Abiad como Akçakale son de mayoría árabe.
"Todos tenemos familia al otro lado de la frontera", pero ya hace cuatro años que no hay manera de cruzar a ver a los primos y, menos, comerciar con ellos, se lamenta.
No obstante, Ali y Halil tampoco dan mucha muestra de simpatía por los refugiados sirios: "Solo huyen los cobardes. Si hubiera una guerra en nuestro país, nos quedaríamos a combatir", afirman. Otro amigo levanta la mano en el "saludo del lobo", la seña de los ultranacionalistas turcos.
Curiosamente, aún menos simpatía tienen por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuya decisión de retirar las tropas norteamericanas del noreste de Siria ha posibilitado la ofensiva turca, lanzada el miércoles pasado.
"Trump es mala persona. Por la mañana dice una cosa, por la noche otra, no te puedes fiar de él. Lo que quiere es enfrentarnos a todos entre nosotros, mientras él se queda tranquilo y gana dinero", afirma otro chico sentado ante la tienda.
La misma animadversión se ve en el funeral: la ceremonia acaba con manos levantadas al grito de "Abajo Estados Unidos".
Ilya U. Topper