Ezio Roattino llegó a Colombia hace casi 40 años y desde entonces ha recorrido varios de los rincones más olvidados del país pero fue en el Cauca, uno de los departamentos más golpeados por el conflicto armado, que este misionero italiano decidió asentarse para trabajar por la paz.
Roattino, de 83 años, es sacerdote en Toribío, un municipio enclavado en las estribaciones de la Cordillera Central de los Andes que ha sufrido los embates del conflicto armado y fue escenario de numerosos y cruentos ataques de la antigua guerrilla de las FARC.
"Uno busca dónde será el oriente para ver que el sol venga, aquí ya hubo mucho dolor, muchos daños", dijo a Efe Roattino, al explicar porqué decidió quedarse a trabajar con la gente de Toribío después de recorrer medio mundo como misionero de la Consolata.
Con la firma del acuerdo de paz, en noviembre de 2016, los habitantes de Toribío vieron una luz de esperanza, pero el auge del narcotráfico no les da tregua y sigue alimentando la violencia en esta zona del suroeste de Colombia donde además de disidentes de las FARC operan la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y bandas criminales.
La violencia con la que todos esos grupos armados ilegales tratan de imponer su ley se ha cebado con las comunidades indígenas que son quienes generalmente ponen las víctimas en esos conflictos reciclados.
"Hubo sin duda una pausa de la violencia, pero en estos últimos agosto y septiembre fue tremendo, casi cada dos o tres día había un muerto. Frecuentemente la causa de la muerte de algún gobernador (indígena) era que había dicho 'yo también quiero ver cómo se puede liberar (la zona) del narcotráfico'", agrega el sacerdote en un español que todavía deja ver su acento extranjero.
Roattino nació en un pueblo de la frontera de Italia con Eslovenia y siendo niño sufrió en carne propia los horrores de la Segunda Guerra Mundial, una violencia que creyó haber dejado atrás cuando emprendió su trabajo misionero en Argentina y Brasil, pero que encontró de nuevo en la Colombia de los años 80.
"No me había equivocado, entonces, cuando acepté la invitación del padre Álvaro Ulcué, en aquel lejano 1982, aventurándome a caminar por las montañas de Toribio y del Cauca", recordó en una carta abierta publicada en julio de 2012 en la que ya proponía que "Toribío, de icono de la guerra y del fratricidio, pasara a ser el laboratorio de paz" del Cauca.
El propio padre Álvaro Ulcué Chocué, miembro del pueblo paez, primer sacerdote indígena de Colombia y activista de los derechos humanos, cayó víctima de la violencia dos años después, asesinado el 10 de noviembre de 1984 por sicarios que le dispararon desde una motocicleta en una calle de Santander de Quilichao (Cauca).
La espiral de violencia contra los indígenas de esa región colombiana llevó al Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) a celebrar los pasados viernes y sábado el encuentro "Tejiendo resistencias para la vida" con el objetivo de conservar "la armonía territorial".
Durante las dos jornadas, centenares de indígenas llegaron hasta Toribío llevando banderas blancas de la paz y tambores con los que ambientaron diálogos sobre la defensa de la vida y los derechos de los pueblos nativos, entre otros, y expresaron su apoyo a la Guardia Indígena, una organización ancestral autónoma.
La resistencia de los indígenas a que su territorio sea usado para cultivos ilícitos los convierte en objetivo de los grupos armados que hicieron del Cauca en uno de los tres departamentos con más cultivos de coca y marihuana del país, y le ha costado la vida a muchos de sus líderes.
Roattino afirma que los miembros de comunidades como los nasa, paez, guambianos, yanaconas y emberas, entre otros, exponen su vida porque "esa es la tierra de ellos" y que las bandas de narcotraficantes los persiguen porque no están dispuestas a que nadie "interfiera en sus cuentas".
"Son una fortaleza, la Guardia Indígena bloquea las armas y tiene una mística. Ellos controlan, controlaron, el norte del Cauca y esto ha sido como una insignia, para el despertar de la conciencia", afirma.
El sacerdote italiano, que llegó al país junto a otros cinco misioneros, defiende a ultranza la búsqueda de la paz de los indígenas y afirma que su visión ética del territorio hace que "incomoden" a muchos sectores.
"Se debe hacer una mediación para ir hacia una vida que no sea ensangrentada, que no sea con armas (...) creo que en algún sector la violencia ha agarrado más fuerza que antes, que hace unos cinco o cuatro años", concluye con cierta desilusión en sus palabras.
Ernesto Guzmán Ruiz