"No me digas chiquita", frenó Ofelia Fernández a un periodista que quiso callarla por su edad, en septiembre del 2017. Tenía 17 años y era Presidenta del Centro de Estudiantes del colegio Carlos Pellegrini, dependiente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina. Ahora tiene 19 años y, en las elecciones del 27 de octubre, fue elegida como diputada. No es un cargo más, es la diputada más joven de la historia del país latinoamericano.
"Es una conquista colectiva y el comienzo de algo. Soy consciente de que si voy a estar sentada ahí es porque hay un fenómeno que me excede, que tiene que ver con el movimiento feminista y la juventud, que tanto protagonismo hemos tenido en la lucha contra el neoliberalismo en estos años", explica Ofelia Fernández en una entrevista con eldiario.es.
Fernández era candidata a diputada –un cargo similar al de concejala– del Frente de Todos, la formación política que llevó a la presidencia a Alberto Fernández, en la ciudad de Buenos Aires. Iba en el tercer puesto en la papeleta y las posibilidades de ingreso al órgano legislativo de la capital Argentina estaban aseguradas.
Un día después, el lunes 28 de octubre, su nombre –solo su nombre– fue trending topic en Twitter, superando al presidente recién electo. Igual que Evita, el icono político argentino, Ofelia no necesita apellido para decir que se trata de ella. Ofelia es ella, Ofelia Fernández. La primera reacción postelectoral ha sido un huracán de resentimiento contra el récord político de ser la primera en llegar tan temprano a ocupar un escaño. Toda transgresión se cobra en machismo.
Igual que el aluvión contra cantantes o influencers, pero como pasa muy especialmente a las mujeres jóvenes, el nombre de Ofelia despierta el humo de los haters que cuestionan que vaya a ganar el mismo sueldo que todos los legisladores –aproximadamente 1.188 euros brutos descontando los impuestos, según un monitoreo del diario argentino Perfil– y que se los va a gastar, dicen, en fiestas Bresh –la fiesta millennial más popular de Buenos Aires–, en equipos deportivos o en riñoneras, que también caracteriza la moda urbana fuera de estereotipos de género.
Muchos fustigan que, supuestamente sin experiencia, llega a un cargo que le va a permitir un sueldo al que otras personas con experiencia –"mi mamá es maestra y no consigue trabajo", se queja un hijo desconsolado en Twitter– no logran.
En principio, Ofelia sí tiene experiencia. Su liderazgo político no sale de la nada o de la fama en redes. Pero sí maneja los códigos de la época: Instagram es su gran herramienta. No llega a la política como una joven para disfrazarse de adulta conservadora, sino que se pinta las uñas como garras –con la lista del Frente de Todos puesta como adorno– en una forma de hacer política pop y virtual. Baila, sí, se ríe –con maquillaje discreto o a cara lavada– y no es una señora de corta edad, sino una joven que va a ser diputada.
Eso conmueve. Eso moviliza. Eso irrita. Ella está acostumbrada y una de las características de su liderazgo es su fortaleza para soportar los ataques como un tanque blindado que sabe que no hay una nueva política sin molestar o generar comentarios. Aunque la exposición a tantas agresiones no deja de tener costes y de espantar a otras que quieran animarse a seguirla, a hacer de la política algo más que una pasión callejera, estudiantil o de redes, sino una verdadera forma de vivir y transformar la realidad.
Ella lideró un encierro en el colegio –en el que no se dictaban clases y los estudiantes dormían en el colegio con colchones en el suelo– en contra de una propuesta de reforma educativa que intentaba flexibilizar las condiciones laborales entre la mano de obra más joven.
Su primera decisión política estudiantil fue oponerse a la violencia de género por parte de profesores de su colegio avalados por los sindicatos y la dirección universitaria. La decisión de Ofelia logró torcer el brazo a la impunidad de docentes acusados por las alumnas de ejercer violencia –que eran protegidos por gremios y la Universidad de Buenos Aires– y poner en discusión el machismo que sufrían las adolescentes en las escuelas. Su acción fue fundamental para un feminismo representativo de la realidad de las estudiantes.
Ofelia es hoy pionera como legisladora porteña, pero para ser diputada nacional en el Congreso tendría que esperar seis años –necesita tener 25 años cumplidos– y once años para ser senadora, ya que se tiene que tener 30 años para llegar al cargo de mayor solemnidad institucional. Aunque las barreras son mayores en la práctica. El promedio de edad de senadores y senadoras, donde se frenó el proyecto de aborto legal en Argentina, es de 57 años. O sea que Ofelia tendría que vivir tres veces su propia vida para ser una senadora promedio.
Pero ella nunca ha sido una más. "Esto recién comienza porque el ingreso de nuevas voces a la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y al Congreso de la Nación no debería ser la excepción, sino una renovación de fondo en el sistema político para que estén los sectores populares y las que siempre fuimos excluidas", ha asegurado en su primera jornada como diputada ya electa.
La política sub-20 no se piensa como una representante del Frente de Todos o de sus propios pensamientos en soledad, sino de "les jóvenes", los barrios populares y las disidencias sexuales. Su hoja de vida tiene como punto fuerte la Presidencia del Centro de Estudiantes. Pero nunca jugó sola.
"Somos la primera fórmula compuesta por mujeres (junto con la secretaria general Victoria Camino) y no es casualidad que se dé una lucha tan grande de género, tal vez por como lo transmitíamos nosotras. Hubo funcionarios que nos dijeron robots, manipuladas, incapaces y nenas. Yo no soy una nena a la que hay que cumplirle el caprichito infantil, sino una adolescente que representa al Centro de Estudiantes", remarcó en 2016.
Ofelia nunca aceptó ser minimizada, maltratada o subcontratada por su edad. Nunca se hizo pequeña ni dejó que le dijeran que no tenía experiencia, entre quienes no querían que ocupara un lugar relevante en la lista del Frente de Todos, o que se "bajara del pony". Ella peleó para ocupar un lugar importante. Y ya es diputada de la ciudad de Buenos Aires.
Hoy es una de las políticas con mayor influencia de Argentina. Tiene solo 19 años. Su nivel de popularidad, oratoria e incidencia en redes sociales es única. Ella es una lideresa surgida de la "revolución de las hijas": las hijas de la lucha política de feministas y luchadoras por los derechos humanos. "Primero no me gustaba lo de las hijas, pero después me di cuenta que mi mamá también fue mi influencer", reconoce con picardía, cariño y simpatía.
Ofelia es un fenómeno político que tiene sus raíces en la incidencia del feminismo en Argentina, del movimiento Ni Una Menos; de la pelea por el aborto legal, seguro y gratuito –del cual fue una de sus más aguerridas representantes en el debate de la ley en el Congreso de la Nación durante junio y agosto del 2018–; de la defensa de la educación pública, la justicia social (por una mayor distribución económica), contra los privilegios de la clase política (en contra de los altos sueldos de los diputados) y contra el calentamiento global y a favor de la lucha ambiental.
sean felices que se asoma el futuro
"Sean felices que se asoma el futuro", escribió en su cuenta de Instagram, cuando salió de votar el domingo, con su sonrisa pintada y auténtica, que fue un reflejo más de su felicidad. Ella dice que no quiere que a la juventud le prometan el futuro como una forma de decir que espere o que le toca el turno más adelante. Ofelia es presente. Pero es un presente distinto. Uno que quiere mirar para adelante, aunque moleste. Y aunque a algunos no les gusta que baile y haga política, porque su política es decidir sobre sus deseos y, a la vez, pensar en deseos que se construyen colectivamente.