"Por primera vez en mi vida tengo esperanza en este país", dice con una sonrisa la universitaria Deisa Aramouni al pie de la acampada frente al parlamento libanés en Beirut. Es una de las miles de personas que han protagonizado las protestas más masivas que se recuerdan en Líbano. Desde hace 14 días, un cuarto de la población ha salido a la calle para pedir la dimisión del Gobierno y el establecimiento de un ejecutivo tecnócrata transitorio que convoque nuevas elecciones.
Este martes, lo han logrado. El primer ministro, Saad Hariri, ha anunciado que presentará al presidente la renuncia de su Gobierno "en respuesta a los muchos libaneses que salieron a las calles".
Las protestas estallaron hace casi dos semanas, el pasado 17 de octubre. Desde entonces, de norte a sur del país, improvisados DJ han puesto la banda sonora desde sus furgonetas con adaptaciones techno de los eslóganes de las revoluciones árabes: "Revolución" o "El pueblo quiere la caída del régimen". En un ambiente mayoritariamente festivo, los manifestantes han conseguido paralizar el país bloqueando carreteras y convocando una huelga general.
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— elias :p (@eliasjescart) October 19, 2019En el punto de mira han estado todos los dirigentes políticos que han sido incapaces de proveer servicios básicos. "No tenemos infraestructura en Líbano, ni electricidad 24 horas, ni agua potable, ni tratamiento de aguas residuales", se queja Deisa.
Una tasa al uso de Whatsapp, el detonanteLa gota que colmó el vaso fue el anuncio el 17 de octubre de una estrambótica tasa de 6 dólares al mes por utilizar Whatsapp y otras aplicaciones de mensajería. El gobierno no tiene ninguna regulación relacionada con el uso de estas apps ni puede controlar de ninguna manera las llamadas que hagan los ciudadanos con este servicio, así que el impuesto se ha interpretado como una medida arbitraria, una más del Ejecutivo de Hariri, bajo presión de inversores internacionales, para reducir la deuda de 86.000 millones de dólares, equivalente al 151% del PIB.
A muchos libaneses no les salen las cuentas, ¿dónde van los fondos? Líbano es un Estado semiausente: incapaz de producir electricidad 24 horas al día, sin red de transporte público, un deficiente tratamiento de aguas residuales y recogida de basuras o una carencia de sistema de sanidad pública o pensiones decentes.
Este mes, los libaneses fueron testigo de cómo, ante los incendios que asolaron el país, helicópteros de Chipre, Grecia y Jordania tuvieron que acudir a sofocarlos. Los tres helicópteros de los bomberos en Líbano no pudieron despegar ya que el Gobierno no había aprobado el coste de su mantenimiento. Como colofón, The New York Times reveló que el primer ministro Saad Hariri dio 16 millones de dólares a una modelo sudafricana con la que mantuvo una relación.
A esta ecuación se suma la delicada situación económica: millón y medio de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza, una tasa de paro del 25% y una flagrante desigualdad económica por la que el 1% más rico controla el 25% de los ingresos nacionales
Unidad contra la división religiosa"La guerra civil (1975-2019)", rezaba una pancarta. Aunque la guerra civil libanesa entre sectores cristianos, musulmanes y seculares acabó en 1990, el modus operandi que divide a los libaneses por confesiones religiosas se ha mantenido. Muchos de los que se sientan en el Parlamento hoy lideraron las milicias durante la guerra. El sistema político establece el reparto al frente de las instituciones en función de las diferentes religiones del país.
"Los partidos políticos se basan en una afiliación sectaria que ha mantenido un complejo sistema clientelar en el que el derecho a trabajar y obtener prestaciones se ha convertido en un privilegio al que se acceder a cambio de lealtad política" sintetiza el analista Nizar Hassan en su columna para Roar Magazine. "El sectarismo ha sido la mejor vacuna del sistema contra una política que se base en clases sociales", añade.
Pero desde hace 14 días, los manifestantes han coreado los nombres de todos los líderes de los partidos y repiten "todos son todos". Este eslogan junto a la bandera libanesa y el himno nacional se han convertido en un mantra de unidad.
Las televisiones locales se han transformado en un micrófono abierto desde el que cristianos, suníes o chiíes interpelan directamente a sus líderes, desafiando una ley antiblasfemia que hasta ahora multaba cualquier crítica a las élites políticas o religiosas.
Otro de los tabús que han roto estas movilizaciones es incluir en sus críticas al partido milicia Hezbolá. Decenas de seguidores de Hezbolá han protagonizado esporádicos enfrentamientos con los manifestantes, argumentando que las críticas a su líder Hassan Nasrallah cruzan una línea roja. Los manifestantes respondieron a coro: "La única línea roja, la de la bandera libanesa".
Nasrine Abualhassan, quien participó este domingo en la cadena humana de 170 kilómetros que recorrió de norte a sur el país, confía en los jóvenes para deshacerse de la división religiosa: "La gente está harta del sectarismo, ver a sunníes, chiíes, drusos, cristianos juntos rompiendo tabús, eso es una gran victoria, espero que esta revolución nos lleve al Líbano que nos merecemos", aseguró a eldiario.es.
¿Y ahora qué?Intentando contener el descontento inicial, el Ejecutivo libanés anunció medidas para luchar contra la corrupción y una reducción del 50% de los salarios de los parlamentarios. Pero los manifestantes han insistido en la caída de la élite política.
Tras la dimisión de 4 de los 26 ministros, el resto de líderes de la coalición de Gobierno han lanzando un mismo mensaje: comprensión ante la rabia de la gente, promesas de reformas y advertencia ante el caos económico si el Gobierno cae. Este martes, el primer ministro ha dado un paso más anunciando la renuncia del Ejecutivo. L a mayoría de los manifestantes han demandado que se forme un nuevo gabinete tecnocrático y se convoquen nuevas elecciones.
En la calle, ajena a los discursos de los líderes políticos, la gente ha comenzado a organizarse a través de asambleas espontaneas. Sherif Al Masri, estudiante de Economía, micrófono en mano pidió que la gente expresara sus ideas. Un señor mayor tomó la palabra. "Soy suní, pero antes soy libanés", dijo mientras le vitoreaban.
Al Masri asegura ser consciente de que tienen que traducir la rabia de la calle en algo tangible. "Hay expertos en Economía que pueden solucionar nuestros problemas, necesitamos que den un paso adelante para que la gente les conozca", asegura y explica que ya hay varias páginas web donde la gente está nominando a futuribles candidatos.
El universitario, Ibrahim Fawaz, cree que primero tienen que cambiar la ley electoral, que actualmente reparte los escaños y otros cargos políticos por grupos religiosos, para crear una circunscripción única. "Espero que nuestra generación no esté tan dividida por afiliación religiosa como la generación anterior, puede que las protestas ayuden, pero será un cambio lento", zanja.