Puede sorprender que alguien haya empapelado los barrios obreros de varias ciudades con carteles que invitan a los votantes de izquierdas a abstenerse el 10-N. Puede sorprender aún más que sea precisamente un consultor que trabaja para el gurú electoral de Pablo Casado el que haya pagado miles de euros para publicitar esa misma campaña en Facebook. Sin embargo, lo que no debe sorprender en absoluto es que alguien haya pensado que desanimar a los votantes de izquierdas sale más a cuenta que convencerles de que voten a la derecha. Eso no puede sorprender, EEUU lo ha vivido hace muy poco.
Esa turbia campaña del "no contéis conmigo" sobre la foto de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias apesta al manual de campaña de Donald Trump en 2016. A una semana de que lo eligieran, sus estrategas tenían claro el camino de la victoria y éste pasaba por reducir la participación de tres grupos muy concretos de votantes entre los que Trump no tenía nada que hacer: jóvenes izquierdistas blancos, mujeres jóvenes y negros. Y al igual que los ideólogos del #YoNoVoto desvelado en la investigación de eldiario.es, también ellos sabían que la mejor estrategia en Facebook pasaba por hacerse pasar por el enemigo para desmotivarle desde dentro.
Si en el centro de la polémica en España está el grupo de Facebook "Yo Con Íñigo", con el que Errejón no tiene nada que ver, en EEUU también se crearon grupos para difundir contenidos falsos o anuncios engañosos con una apariencia de credibilidad. Según un informe del Senado de EEUU, los servicios de inteligencia rusos usaron cuentas y grupos con nombres aparentemente izquierdistas, feministas, LGTBI, antirracistas y musulmanes en varias redes sociales para favorecer a Trump.
¿Cómo? Promoviendo la abstención o el voto a la candidata ecologista Jill Stein. Además pagaron a diferentes redes sociales para publicitarse ante usuarios a los que les gustara el candidato izquierdista Bernie Sanders, rival de Hillary Clinton en primarias, o que hubieran mostrado interés por las desigualdades sociales o la violencia policial contra los afroamericanos. Era una operación precisa para desanimar a ese tipo de votantes.
La campaña de Trump concentró su inversión digital en Facebook y elaboró más de 100.000 contenidos diferentes, muchos de ellos dirigidos específicamente a los votantes negros y con invitaciones explícitas a no votar. También los afroamericanos fueron las principales víctimas de los contenidos falsos promovidos por los servicios de inteligencia rusos, que incluían por ejemplo "artículos" sobre un supuesto hijo ilegítimo negro de Bill Clinton.
Es difícil medir su impacto, pero es cierto que entre la segunda elección de Obama y la de Trump, la participación entre los afroamericanos cayó siete puntos porcentuales y fue clave en algunos estados. En cuanto a los votos que recibió la candidatura de la ecologista Jill Stein, muy apoyada por esas cuentas rusas camufladas como izquierdistas y por los anuncios segmentados de la campaña de Trump, si hubieran ido a parar a Hillary Clinton, hoy sería presidenta.
En este punto, la campaña del "no contéis conmigo" parece algo más rudimentaria que las actividades de Trump o sus fans rusos, pero abre una puerta. En 2016 la empresa Cambridge Analytica ya estaba realizando para Trump perfiles de votantes demócratas que pudieran sucumbir a teorías de la conspiración para empujarlos a la abstención o a terceros partidos.
Facebook ha endurecido sus reglas y Twitter va a eliminar los anuncios políticos, pero la regulación es todavía escasa y las posibilidades de manipulación, infinitas. Hace solo unas semanas, una de las candidatas demócratas a suceder a Trump, Elizabeth Warren, decidió poner a prueba las nuevas limitaciones de Facebook a las mentiras políticas de un modo ingenioso: compró anuncios en la red que anunciaban falsamente que el fundador de la compañía Mark Zuckerberg apoyaba la reelección de Trump. Por supuesto, se publicaron sin ningún problema.