"¡Ataquen, caballeros!". Blande una espada de plástico mientras da vueltas como una peonza, anima a sus tropas a asediar a las imaginarias filas enemigas y la escena acaba con un final abrupto. Tremendo trompazo al bajar por las escaleras y llanto sobrevenido.
Podría ser una estampa simpática más de las que regalan los niños en infinitos rincones del mundo. Pero lo sorprendente es que la fatídica caída se produce en las escaleras de la Catedral de Barcelona, acostumbrada a albergar demasiadas piernas entre sus escalones y que esta soleada mañana solo cuenta ocho.
Son las de tres caballeros y una dama que no alcanzan los diez años de edad: dos participantes en la contienda llevan mascarilla -a uno le cubre solo el mentón, por lo que su eficacia resulta dudosa- y los otros dos la habrán perdido por el camino.
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