Quedaban solo diez días para Nochebuena cuando, a las nueve y media de la mañana, Adam Lanza disparó contra una ventana y se coló en la escuela de primaria de Sandy Hook, en Connecticut. Llevaba un rifle semiautomático y dos pistolas que su madre, a la que había asesinado esa misma mañana, había comprado legalmente. Para cuando Lanza, de 20 años, se quitó la vida, ya había matado a 20 niños de entre siete y ocho años y a varios profesores y terapeutas.
En la Casa Blanca la decoración navideña ya lo llenaba todo. Obama había sido reelegido apenas un mes antes y aún había un cierto aire de euforia en el ambiente.
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