La premisa de Onward es diferente. Se centra en las aventuras de Ian y Barley Lightfood, dos hermanos que tratan de revivir a su padre mediante la magia, para poder despedirse de él. El problema es que el hechizo, que solo dura 24 horas, no sale del todo bien: solo devuelven la vida a la mitad de su progenitor. Es decir: de cintura para abajo. Comienza entonces una aventura contrarreloj en busca de la gema necesaria para completar el conjuro y, de esta manera, poder mirarle a los ojos aunque solo sea por unos instantes.
Todo ello se ambienta en un mundo fantástico dominado por ogros, hadas y cíclopes en el que la magia, que tradicionalmente se había pasado de generación en generación, ha desaparecido. ¿La razón? Los avances tecnológicos. Era mucho más fácil encender un interruptor para tener luz que aprender un hechizo para dominar el fuego y, por eso, con el tiempo, se optó por la comodidad.
Al igual que Coco, en Onward también encontramos ese homenaje a aquellos oficios y costumbres de nuestros ancestros difuminadas con los años. Pone en valor la cultura olvidada, aquella que tiempo atrás hacía que tuviéramos afiladores o serenos para vigilar las calles por las noches y encender las luces. Pero al igual que ocurre en este universo de fantasía, hemos optado por una funcionalidad en ocasiones vinculada a la pereza.
En cierto modo, esto también recuerda a ese tercer acto de WALL-E donde los humanos quedaban reducidos a seres amorfos, convertidos en marionetas de su propio progreso. Es lo que, por ejemplo, ocurre aquí con los unicornios: criaturas mitológicas caracterizadas por su elegancia relegados ahora a caballos carroñeros que rebuscan en la basura. Tampoco hay que confundir a Onward con una cinta tecnófoba, ya que pone en valor el legado de la civilización sin negar las evidentes virtudes de la tecnología. Solo reivindica que de vez en cuando tampoco está de más echar la vista atrás para, como el propio nombre del filme indica, tomar impulso hacia adelante.
Una road movie que ya hemos vistoQuizá el mayor inconveniente de Onwar sea su falta de personalidad. El mundo de fantasía propuesto peca de falta de originalidad porque no es la primera vez que vemos ese recurso: el de un universo fantasioso deconstruido en una versión contemporánea. Precisamente uno de los méritos de Pixar es el de edificar universos con significación propia, como ocurría con Toy Story, Inside Out o Monstruos S.A. No había otra propuesta igual (quizá sí parecidas) hasta la llegada de aquellas cintas.
Sin embargo, es inevitable que las referencias del filme de Scanlon ya nos suenen a déjà vu: van desde la Bright de David Ayer hasta Shrek. De hecho, de esta última toma gran parte de sus patrones humorísticos basados en reducir la epicidad fantasiosa, mezclándola con la cotidianidad de nuestros días. Por ejemplo, transformando una mágica y oscura taberna escondida en el bosque donde vive una mantícora... en un restaurante infantil.
Tampoco ayuda el diseño de unos personajes que recuerdan demasiado a los vistos en la saga de Monstruos S.A. (de la que Scanlon evidentemente se ha nutrido) o incluso en otras películas de la factoría. No es gratuito que en Twitter se bromeara sobre más que evidente parecido entre Ian y Alfredo Linguini, de Ratatouille.
i knew he looked familiar? #Onward #Ratatouille #Linguini pic.twitter.com/KzstZt7PGW
— nicole (@nicole_xox810) March 4, 2020Esto no evita que, como suele ocurrir en prácticamente cada cinta de Pixar, el nivel alcanzado en animación digital no esté al alcance de (casi) ningún estudio. En una mesa redonda con otros medios, la productora de la cinta Kori Rae, explicó a eldiario.es que la tecnología que utilizan "depende de la historia" que quieren contar. En este caso gran parte del trabajo recayó en el departamento de creación de personajes y en un elemento en concreto: la magia. "Necesitábamos que fuera caótica, peligrosa, más adulta, y que avanzara a medida que lo hacía la historia", añade.
La democratización de la magiaUno de los grandes aciertos de Star Wars: los últimos Jedi fue mostrar algo que precisamente su siguiente entrega derribaba: que no hacía falta pertenecer a ninguna casta para poseer la fuerza. Daban igual los apellidos. La escena final, la de ese niño recogiendo una escoba para limpiar el estercolero en el que trabaja, es una muestra de que la rebelión solo puede ser colectiva.
Dan Scanlon parece situarse justo en esa línea. Está más interesado en preocuparse por las relaciones humanas a nivel terrenal, con una sensibilidad por lo cotidiano, que en mostrar referentes aspiracionales a los que nunca podremos alcanzar. Es lo contrario de lo que hace Brad Brid con Los increíbles 2, donde la justicia enmascarada pasa por ser multimillonario, tener una mansión y coches deportivos.
Teniendo en cuenta la postura del director, no sorprende que Onward haya sido la primera cinta de Disney en tener un personaje abiertamente reconocido como homosexual. Se trata de una escena (secundaria y fugaz, eso sí), donde una cíclope policía reconoce tener "novia". Algo que ha provocado la censura de la cinta en Rusia, donde dirá "compañero", en lugar del apelativo original, tras la firma de más de 50.000 padres enfurecidos que llamaban al boicot del filme por "propaganda LGTB".
Es lo que también ocurrió con Elsa de Frozen 2 por los rumores de que pudiera ser lesbiana (aunque al final no lo fuera), y refleja el temor de Disney y parte de su público por abordar la diversidad que nos rodea sin que eso levante ampollas entre los sectores defensores del pin parental. "Queríamos representar el mundo real a través de nuestra película y por eso lo incluimos", responde Scanlon a este medio en la mesa redonda.
Entonces, ¿cuándo se atreverá Disney a incluir un personaje principal LGTB? El cineasta no contesta a esta pregunta, así que, por ahora, parece que habrá que conformarse con la "ruptura de paradigmas" de fogueo que supone el beso homosexual en segundo plano de El ascenso de Skywalker.