Pero lo que se vende a sí mismo como un "thriller psicológico oscuro y divertido que explora la creatividad y la locura", es también una novela torpe en la que un laxo discurso sobre las enfermedades mentales se pierde entre un mar de guiños, caricias referenciales a la cultura pop hegemónica y una asombrosa escasez de ideas.
Ahogarse en referencias"Bobby Hall ha escrito una alucinante primera novela, con una prosa poderosa y conmovedora. Supermercado es como si Alguien voló sobre el nido del cuco se encontrara con El almuerzo desnudo en El club de la lucha", afirma Ernest Cline en la contraportada del libro. El autor del superventas Ready Player One, adaptada al cine por Steven Spielberg —uno de esos raros ejemplos en los que el paso de un arte a otro mejora el material original—, parece haber apadrinado el mullido salto al vacío literario del rapero.
Bobby Hall, de hecho, no escatima en elogios a su mecenas creativo: no solo afirma que es su autor vivo favorito, también confiesa que ha ejercido de su "maestro jedi".
Lo cierto es que Supermercado es una lectura honesta en este sentido: subyace en ella una filosofía abiertamente continuista para con la obra de Cline. La primera novela de Logic es, sin duda, un entretenido cóctel de referentes, mapa genealógico de los tótems de la cultura pop de una generación algo más joven que la del autor de Ready Player One. Pero lo que podría haber sido una ficción que hiciese del juego de espejos culturales y el artificio narrativo —fuegos de artificio, en este caso—, un ejercicio de reflexión y reinterpretación, se ha quedado en una inane muestra de autocompasión.
Supermercado cuenta la historia de Flynnagin E. Montgomery, un joven de veinticuatro años que vive con su madre, y cuya perspectiva vital no resulta alentadora, sin oficio ni beneficio. Para superar la ruptura con su pareja, Flynn empieza a trabajar en un supermercado donde conoce a Frank, un hombre que le cambia por completo la vida.
El diálogo que Supermercado establece con El club de la lucha resulta evidente no solo por la faja que acompaña el libro en las estanterías, también por una narrativa pretendidamente tan mordaz como la de Chuck Palahniuk —autor de la novela en la que se basa la película de Fincher—. Hall no solo utiliza algunos de sus recursos formales, también le escamotea un lenguaje agresivo que mira hacia novelas como Rant, al tiempo que le guiña el ojo al regodeo del Bret Easton Ellis novicio, del hastío generacional de Menos que cero en versión pobre.
Ocurre, con todo, que su amor por la cultura pop no va más allá del guiño, de la cita explícita que, en ocasiones, parece esconder una severa falta de originalidad. Como si para construir su ambicioso castillo de naipes —pues otras cosa no, pero Supermercado ambiciona ser mucho más relevante de lo que parece—, Hall fuese asegurando casa piso con ese chicle generacional llamado nostalgia.
A años luz del talento de Palahniuk, Hall se conforma con tener un narrador no fiable y dos protagonistas masculinos con una relación más estrecha de lo aparente —aunque muy mal disimulada—. Sin rastro del ánimo crítico, del espacio para la sátira, sin las pertinentes lecturas sobre la masculinidad y el agotamiento del sistema capitalista del autor de Error humano.
Al debut literario de Logic parece haberle pasado igual que al regreso a los orígenes de Guy Ritchie con su última película ahora en cines: The Gentlemen. Intentando reivindicar la pureza y el potencial revulsivo de clásicos contemporáneos, ambos se han quedado en lo superficial. Si el director de cine quería volver a firmar un Snatch. Cerdos y diamantes, el escritor y rapero tiene el arrojo para querer hacer lo propio publicando El club de la lucha de su generación. Y ambos se quedan en la imitación de las formas y las poses, en un grotesco ejercicio de karaoke cultural mal interpretado.
Machismo friki y otros demoniosComo le ocurría a Ernest Cline con el personaje Samantha Cook/Art3mis en Ready Player One, en Supermercado los personajes femeninos solo se definen por su relación con el protagonista y son, exclusivamente, objeto de deseo o razón de sufrimiento.
La relación de Flynn con Frank, que parte de una lectura superficial de la de Tyler Durden con el narrador sin nombre de Palahniuk, se establece en base a un arraigado machismo y una constante cosificación de las mujeres, sin aparente revisión. Y eso lleva al protagonista de Supermercado a recrearse onanista y repetitivamente en descripciones de cuerpos femeninos realmente sonrojantes, más propias de un fabricante de muñecas hinchables que de un escritor. Como muestra un botón:
"Así fue como conocí a Mira Torres. ¡Era un auténtico bombón! Una modelo de supermercado con el pelo negro azabache, de veinticinco años, hispana, morena, de metro setenta, con un cuerpo increíble, una energía cálida y acogedora y una sonrisa radiante [...] Era una combinación entre Jessica Alba y Rashida Jones."
A ello cabría sumar que el drama que define a Flynn es una ruptura amorosa mal digerida, de la que culpa en exclusiva a la parte invisibilizada, y sobre la que no construye ninguna tesis más allá del rencor de género.
De este parte la resolución de la trama: el hombre blanco heterosexual debe resolver sus conflictos a hostias. Solo recurriendo a la sangre, la violencia más burda, a la reducción del ser humano al animal, se alcanza según Hall, la liberación. Bueno, con eso y antidepresivos.
Su editorial en nuestro país describe el debut de Bobby Hall como "una adictiva y sorprendente novela para todos los que siempre reclaman que no encuentran un libro que les enganche lo suficiente". Como si, antes de ponerla en los escaparates de las librerías y los centros comerciales, se disculpasen. Como si buscasen otra forma de decir que este es el libro que leerán los que no leen. Pero que gozará de una posición privilegiada en La casa del libro de Gran Vía, porque fue un éxito editorial el año pasado.
Supermercado es el último ejemplo de una industria que, más a menudo de lo que pensamos, confunde calidad con cantidad. Que asume que un libro que se vende bien es sinónimo de un libro bueno. Y eso es algo que, tristemente, termina por reducir una librería a un supermercado.