Casi dos décadas después de la ruptura con Iñárritu, y sin dejar de lado el cine, Arriaga ha logrado reivindicarse mediante de la literatura como uno de los autores latinoamericanos imprescindibles de este siglo.

Tras ser finalista en 2016 con El Salvaje, su nueva novela, Salvar el fuego, ha sido galardonada con el premio Alfaguara de este año. Un reconocimiento que recibió el pasado enero a través de una videoconferencia con la gala del lujoso Casino Madrid desde un rancho del municipio Zaragoza Coahuila (México), a apenas 20 km de desierto del límite con los EEUU: en la frontera.  

Salvar el fuego cuenta la historia de uno de esos amores imposibles que usted considera "improblables". ¿Qué le atrajo a la hora de contarla?

Yo siempre he estado interesado por gente que va al extremo, y creo que uno de los extremos más poderosos a los que se puede enfrentar el ser humano es el amor. Siempre me ha interesado el hecho de que por relaciones de azar gente que no tiene nada que ver se una en algún punto de la vida. El enamoramiento de una persona que no es la correcta, o que la sociedad no piensa que sea la correcta.  

Estos dos mundos se plasman en cada tramo la novela a través de una perspectiva, un estilo y un lenguaje propios. ¿Cómo se afronta ese reto?

Yo me crié en un barrio de México de clase media baja, pero vengo de una familia con una formación intelectual muy fuerte que empeñaron todos sus esfuerzos en que tuviéramos la mejor educación posible. Desde muy chicos, en casa se discutía de filosofía, política, literatura, música…

Creo que esta novela está escrita de tal manera que se entiende el contexto de cada palabra. No es simplemente un listado de palabras, son palabras al servicio de contar una historia y escogidas para hacerlo del mejor modo posible, no para que el lector piense que está leyendo una novela de lenguaje.

Obviamente yo también uso el bagaje de mi experiencia de barrio, de mi experiencia fronteriza, el lenguaje al que estoy acostumbrado desde niño. Me parece que es una forma incluso picaresca de tratar un mundo convulso.

La idea de El Salvaje llevaba 50 años en su cabeza. En esta ocasión han sido 25 los años que ha tardado en poner sobre el papel Salvar el fuego. ¿Cuándo se decide dejar de convivir con las historias y convertirlas en una novela?

Una historia que ha nacido dentro de ti, aunque no sepas bien de que se trata, va impregnándose de todo lo que te va sucediendo a lo largo de años, hasta que llega un momento en el que adquiere tal efervescencia que tienes que contarla.

Cuando me siento a escribirlas yo no tengo idea de dónde van, pero mi inconsciente sí. Mi inconsciente ha pasado muchos años macerándola para que pueda contarla.

La frontera de México y EEUU es un lugar común en sus obras. ¿Qué le inspira?

La frontera es un lugar a donde he ido desde chico, y donde he encontrado la mejor gente que te puedas imaginar. Son gente muy generosa, muy hospitalaria: que te ofrece todo lo que tiene. Por eso me duele que se pinte como un lugar infernal, porque es muy estimulante.

En esta novela he querido retratar a esa parte generosa de la frontera, porque lo es más de lo que la gente en el extranjero pueda pensar. Es un espacio casi al margen de ambos países. No solo es inmigración, armas y droga, hay todo un mundo que yo he intentado reflejar, al igual que hice en Babel, The Burning plain o en No one left behind.

Esta última, recientemente presentada en el festival de Venecia, nace de lo sucedido durante los últimos años con el gobierno la administración Trump.   

Mira, Donald Trump no es capaz de entender la frontera. Pero es que la frontera tampoco creas que se deja entender tan fácilmente. Es un ser vivo muy poderoso y que respira a su propio ritmo. La frontera es mucho más vital de lo que pueda imaginar y llegar a entender el presidente Trump.

Habla de su escritura como un proceso orgánico, no premeditado. Sin embargo, sus obras siempre se han caracterizado por tener estructuras narrativas particularmente complejas. ¿Cómo combina ambas cosas?  

Cuando yo escribo no hay post-its, ni notas; ni siquiera tengo idea de sobre qué va a tratar la novela. Tal y como el lector la lee es como yo la voy descubriendo.

Nosotros utilizamos formas narrativas muy complejas en nuestra vida diaria. Tenemos conversaciones que brincan de un lado a otro, y no nos perdemos. Lo que yo hago es llevar ese ir y venir a mis novelas.

De pequeño sufrí trastorno de déficit de atención por lo que no tengo ningún sentido de la lógica. No puedo ir de A a B y a C: no sé hacerlo. Mi cerebro salta, sale de manera natural.

Uno de los rasgos principales de su obra, no responde por tanto a ningún tipo de apuesta artística o conceptual

No es una apuesta consciente. La verdadera apuesta es simplemente aceptar la estructura que la historia te va dictando y respetarlo. Dejar que la obra dicte sus condiciones, y no tú las tuyas a la obra. Yo pensaba que Salvar el fuego iba a ser una novelita de ciento veinte páginas en primera persona, muy chiquita... ¿En qué momento se hizo más larga que El Salvaje? No tengo ni idea. Las verdaderas apuestas artísticas nunca son actos conscientes.

La muerte ha sido un elemento omnipresente en sus novelas y textos cinemátográficos. Sin embargo, para usted es el amor el gran tema de su obra  

Para hablar de amor y vida, tienes que hablar de muerte. Evadimos el tema de la muerte, pero si queremos hablar del amor y de la vida, tenemos que ser conscientes de que tiene una finitud, y de que a lo largo de la vida vamos a tener pérdidas graves.

Yo creo que es mi obligación como escritor abordar todas las aristas de la vida, incluidas las más oscuras, como la muerte o la pérdida: no podemos soslayar esos temas. Pero sin duda el tema fundamental de mi obra es la potencia de la vida, algo que no se puede contemplar sin la muerte.

En Salvar el fuego el mundo indígena, con el cual usted ha dicho que existe un ‘racismo oculto’ dentro de la sociedad mexicana, tiene una importante presencia. ¿Por qué decidió escribir sobre ello?

Ni idea… Te juro que en ningún momento pensé que uno de los personajes protagonistas tuviera un origen indígena. Algo en mi cabeza me llevó escribir sobre ello. Obviamente yo tengo una parte indígena. En torno a un 15% de mi sangre es indígena, por lo tanto de alguna forma me toca.

Sin duda es un tema sobre el que se debe reflexionar. En esta novela hablo de un hombre que ha sido humillado, y quiere preparar a sus hijos de la mejor forma posible para no que no sean humillados, tanto física como intelectualmente. Sin embargo, en ese proceso, es él quién termina por humillarlos y por trastornarlos.

En su obra se percibe un gran interés por lo rural, pero también por el mundo animal y la naturaleza. Usted es un gran cazador, algo por lo que ha sido criticado. ¿Qué responde a ello? ¿Cómo le inspira la caza?

Cuando hay gente que está abierta al diálogo, creo que terminan entendiendo la profundidad del acto de cazar. Yo creo que no podría escribir nada de lo que escribo si no cazara. Es algo que me permite entender las paradojas más hondas de nuestro comportamiento.

Yo cazo con arco y flecha, y esto supone horas en silencio contemplando la naturaleza. Ahí contemplo como se manejan las distintas especies animales, y te das cuenta de cuánto de ellos tenemos los seres humanos. El cazador no es un observador pasivo, sino activo, más aun en el caso del arco y la flecha. Aprendes a leer la naturaleza de un modo infinitamente más profundo que el que solo va a pasear o a tomar fotos.

Además, el arte viene de la cacería. En las cuevas de Altamira, ¿qué hay representado en ellas?... Las primeras manifestaciones orales hacen referencia a la caza. Todo el sacrificio sagrado viene de la caza, del sacrificio animal, del entendimiento de la naturaleza. Para mi están totalmente vinculados el arte de cazar con el de escribir, el arte con la cacería,

Suele decir que no le gusta el término guion. ¿Por qué?

La palabra guion significa ‘una pequeña guía’. Tú no dirías de Shakespeare que es el que escribió la pequeña guía de Hamlet. Ni lo dirías de Mozart, o de Faulkner. Es insultante la palabra guion. Es como si fuera un pequeño trabajito para que alguien haga la verdadera obra. Me parece que es injusto.

Yo no reniego de mi condición de escritor de cine, estoy profundamente agradecido con el cine. Pero creo que lo que hago es una obra, que es interpretada por un colaborador, con el que trabajo de tú a tú. Yo no trabajo para Iñárritu o para Tommy Lee Jones, yo trabajo con ellos.

Son mis temas, mis preocupaciones vitales, mis estructuras… la gente cree que lo que hacemos los escritores es hacer los diálogos. La estructura de 21 Gramos, de Babel o Los tres entierros de Melquíades Estrada son mías. Al igual que son temas y preocupaciones vitales mías, no del director. Si tú lees mi obra, mis cuentos de cuando tenía 24 años, verás que todo son vasos comunicantes.