El neurólogo y escritor Oliver Sacks, conocido por su best seller El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, afirma que somos una especie humana musical, los Homo Musicalis. Y se pregunta Raquel Jiménez Pasalodos, profesora de la Universidad de Valladolid y colaboradora de la exposición: "¿Es la música una adaptación evolutiva?, ¿por qué las sociedades han dedicado tantos recursos a la práctica musical?" Jiménez Pasalodos es experta en arqueología musical, la disciplina que se ocupa de estudiar e identificar los restos de los instrumentos que aparecen en los registros arqueológicos.
“La arqueología hasta los años 80 se interesaba más por procesos relacionados con la economía: formas de producción, los modos de subsistencia, la tecnología, las redes comerciales, pero, poco a poco, la arqueología se ha ido interesando por aspectos más simbólicos, entre ellos los comportamientos rituales y musicales. Además, en las últimas décadas ha cogido fuerza la llamada arqueología de los sentidos. No solo nos interesa lo que veían o hacían, sino también qué sentían, qué olían, qué escuchaban”.
La profesora asegura en el reciente cuaderno de divulgación sobre el origen de la música de la colección Origen. Cuadernos de Atapuerca: "Aunque el origen de la musicalidad sigue en el plano de la especulación, cada vez hay más pruebas de la conexión anatómica y cerebral entre la música y el lenguaje. El Homo ergaster o el Homo erectus produjeron un mayor rango de sonidos que sus antecesores, y tenían mayor control del tono y la intensidad, aunque poca duración por su limitada capacidad de regular la respiración. Hay investigadores que apuntan en el bipedismo los orígenes de la musicalidad y la danza, ya que la coordinación rítmica es fundamental".
Según Jiménez Pasalodos las evidencias más antiguas se encuentran en el continente europeo y corresponden a flautas de hueso (40.000 a.C), y su tecnología de fabricación prueba que su construcción es producto de una larga tradición. Pero considera poco probable que los homínidos pasaran cientos de miles de años en África sin instrumentos, así que se cree que utilizaban “instrumentos verdes” realizados con cañas, madera, pieles o frutos, materiales no duraderos, instrumentos que no nos han llegado.
La conservadora del Museo Arqueológico Nacional Susana de Luis Mariño nos cuenta que la pieza más antigua de la exposición es una flauta elaborada en tibia de buitre de hace 16.000 años (Paleolítico Superior), y la más reciente es otra flauta del cambio de era (entre I a.C y I d.C) hispanocelta. Señala: "Nos hemos centrado en explicar cómo se estudia la música en el pasado y qué podemos contar de cada pieza que mostramos. Una de las fuentes empleadas es la arqueología experimental, a través de la cual se reproducen los instrumentos fabricándolos tal y como se hacía en la época. Además, una vez fabricados, músicos profesionales los tocan para poder grabar los sonidos y analizar los parámetros físicos del sonido resultante: el timbre, la intensidad, la altura, las notas y los sonidos".
Con la reproducción física de los instrumentos se pueden hacer interpretaciones musicológicas, como saber a qué escalas se pueden llegar con una trompeta numantina; o interpretaciones antropológicas, como qué grado de formación y habilidad tenían que tener los artesanos para fabricar las piezas.
Susana de Luis Mariño habla sobre la bramadera (la reproducción expuesta es de hace 13000 o 12000 años): "Está elaborada en hueso y se toca uniéndola a una cuerda y haciendo girar. El sonido se va a generar con el contacto con el viento, y varía dependiendo de lo rápido que se agite la bramadera y lo grande o pequeña que sea". Cuenta que, a través de la arqueología experimental, se ha reproducido esta pieza y se ha tocado en espacios diferentes como en cuevas o valles.
Además, indica que extraen información de otro tipo de fuentes como la etnoarqueología, con la cual hacen analogías con piezas similares utilizadas a lo largo de la historia. "Estamos viendo que pastores europeos utilizaron piezas similares a la bramadera paleolítica, las llaman espantalobos, las utilizan para que los lobos no se coman a las ovejas. También los aborígenes australianos utilizaban las bramaderas en sus fiestas. Así que estas piezas similares paleolíticas pudieron tener un papel importante en ceremonias o rituales".
La arqueometría es también una fuente muy novedosa que utiliza los métodos físicos y químicos aplicado a los estudios arqueológicos. “Hemos pasado por rayos X una pieza súper interesante que se llama torques, un collar rígido de oro encontrado en Lugo que data de los siglos V-III a.C.) que otorgaba prestigio a quien lo llevaba. Hemos podido observar que en uno de sus remates tiene una bolita dentro. Así que el collar-torques funciona como sonajero también”.
Pero la joya de la corona de la exposición es el aulós, una especie de doble oboe que hasta hace muy poco solo se conocía por medio de iconografía. Según la profesora Raquel Jiménez Pasalodos el aulós fue un instrumento esencial en todo el mediterráneo: “Fue muy popular entre el siglo VIII a.C. y hasta el final Imperio romano. Su música se interpretó en los sacrificios, en los cultos de Cibeles y Dioniso y en las ceremonias celebradas en los templos, además de ser típica en bodas y funerales. También se tocaba en el teatro y en los espectáculos callejeros. En el mundo íbero, el aulós aparece tocado sobre todo por mujeres adultas en celebraciones públicas y, en muchas ocasiones, componiendo un dúo instrumental junto a una trompeta, lo que supone una peculiaridad de la música íbera”.
La historia del hallazgo físico del aulós es cuanto menos curiosa. Los griegos bebían vino de las cráteras, pero los íberos, al fallecer, quemaban los cuerpos y enterraban los restos en estos recipientes. “Estas cráteras llegan a la Península en torno al siglo V a.C., y ahí, entre otros dibujos, hay mujeres tocando el aulós. A partir del siglo IV a.C. son los íberos los que dibujan en sus vasijas a las mujeres con el aulós".
También encontramos en el Museo a la Auletris de Osuna. Esta figura íbera se encontró en la antigua ciudad de Urso, en la actual Osuna de Sevilla, y se cree que es de finales del siglo III o principios del II a.C. "Sabíamos de la existencia de este instrumento, pero no teníamos ningún resto material localizado”. Susana de Luis Mariño cuenta que la pieza expuesta estaba en los almacenes del Museo Arqueológico, y que sabían que era un instrumento, pero al contar solo con un fragmento no reconocían qué era. Fue la profesora Raquel Jiménez Pasalodos, experta en arqueología del sonido, quien se dio cuenta de la importancia del hallazgo: el único aulós descubierto en la Península Ibérica.
Pasalodos concluye: “La música es uno de los elementos que nos hace humanos más interesantes y misteriosos. Todavía estamos tratando de entender por qué nos emociona, nos hace recordar o nos sentirnos mejor físicamente. Conocer cuál ha sido la musicalidad en el pasado nos permite comprender mejor al ser humano, conocer sus costumbres y rituales, acercarnos a la cultura de nuestros antepasados”. La música siempre favorece las relaciones afectivas, el bienestar social, la comunicación entre nosotros y la solidaridad grupal. La música como fiel compañera quizá desde el Homo ergaster o el Homo erectus hasta el homo de nuestros días.