La propuesta difiere de Memorias de África no solo por su diferente aproximación al personaje sino también por que no llega envuelta de un relato clásico. Karen es una historia mínima por vocación y también por duración (apenas 70 minutos). Está compuesta de pequeños fragmentos de vida, de diálogos y de silencios. Su directora declara que "alguien ha dicho que es como un antibiopic, porque deja fuera los grandes hitos y los momentos trascendentales, y se fija en una relación que ocupaba un espacio marginal en la película de Pollack".
Para este antibiopic, Pérez Sanz ha contado con Rosenvinge, cuya presencia es, junto con el delicado trabajo colectivo con la luz, el paisaje y los espacios interiores, la columna vertebral de la película. La intérprete se aproximó al proyecto de una manera que califica como obsesiva: "Leí los libros de Blixen, sus cartas, algún libro que publicó uno de sus trabajadores, artículos universitarios... Necesitaba imaginar con mucha claridad qué podía pensar ella cuando interpreto los diálogos más densos, pero también me documenté por placer, porque no podía parar. Tanto María como yo hicimos mucho trabajo de campo".
En cuanto a su manera de afrontar este trabajo actoral, Rosenvinge también ha encontrado inspiración en sus experiencias personales: "Parte del trabajo lo traía un poco hecho, porque provengo de una familia de un estrato social similar al del personaje. Así que sé de dónde vienen algunos valores, algunas maneras de educarse... Conozco la represión emocional, por ejemplo. Encontraba algunas cosas que me resultaban muy familiares".
Cuando se trata de revelar referentes cinematográficos para su película, Pérez habla de su gusto por el cine que cuenta los momentos menos esperables de personajes míticos. La heterodoxa mirada de Albert Serra al Quijote en su filme Honor de cavalleria, le pareció "inspiradora por el cambio de paisaje y de idioma que aportaba". La cineasta española también menciona un nombre ilustrísimo del cine mundial, el de Ingmar Bergman, "por el cuidado que transmitía en cada encuadre. En el trabajo que hacemos con los interiores, los rostros, la enfermedad de ella, hay retazos de algunas de sus películas como Gritos y susurros o Persona".
La realizadora explica que el proyecto tomó forma de manera gradual, "lenta y con muchos vericuetos. Inicialmente me había imaginado un filme más de exteriores, más de paisaje". El resultado final puede verse como el producto de un proceso de vaciado del barniz épico, de gran romance, que decoraba Memorias de África. Con todo, Karen no solo nace de un proceso de vaciado, sino también de añadidos y sustituciones: "Al leer las cartas que ella enviaba desde África, me di cuenta que su existencia había sido sobre todo de puertas adentro y no de grandes safaris o fiestas. Y también percibí que las pequeñas anécdotas, lo cotidiano, lo doméstico, tenía mucha fuerza", afirma Pérez Sanz.
Rosenvinge define Karen como un filme donde no se dan muchas explicaciones: "Se arroja al espectador en mitad de una historia, en una casa que se está desmorona, en un proyecto de vida que se está hundiendo. Cada uno debe suponer de dónde viene lo que vemos". Pérez Sanz es consciente de la fragilidad de un acercamiento tan minimalista, y por ello lo ha acompañado de una experiencia plástica y sensorial, a la búsqueda de una belleza sin estridencias ni artificios.
El director de fotografía, Ion de Sosa, rodó en celuloide, evitando la luz artificial y una electricidad de la que Blixen no disponía. La realizadora pretendió, y se percibe en el resultado, que “cada encuadre estuviese muy pensado. Si no trabajábamos bien las imágenes y el sonido, los momentos de ella lavándose o peinándose podían ser deglutidos por la sobredosis de audiovisual que vivimos”. Rosenvinge simpatiza con esta apuesta artesanal de iluminar la escena con quinqués, velas y reflectores hechos con espigas de trigo: "Rodar en celuloide, sin poder ver lo que estás haciendo, es un acto de fe".
Si estuviésemos ante una producción de gran estudio, Karen seguramente generaría un gran escrutinio por parte de crítica y público. ¿De qué manera se representa la figura controvertida de una escritora europea que explicó el colonialismo desde una cierta posición privilegiada? Rosenvinge afirma que "hay que hacer una revisión poscolonial de Memorias de África, que era una idealización que respetó muchas de las historias que ella cuenta en su libro, pero lo hizo desde una posición blanca paternalista". Para la película, Pérez Sanz ha optado por reflejar una relación de poder que está "marcada profundamente por la losa del colonialismo", escogiendo no juzgarla "desde nuestro punto de vista contemporáneo: la miramos desde muy cerca para que cada uno saque sus propias conclusiones".
Karen puede entenderse como una obra que encaja dentro de la confección de una herstory, de una genealogía de las autorías femeninas, pues la cineasta declara que "es una película sobre Blixen, pero también sobre muchas otras mujeres, incluida Christina Rosenvinge". Con todo, no se percibe una idealización del personaje, ni tampoco una crítica subrayada con rotulador fluorescente. Poner un espejo es suficiente para que emerja el talante contradictorio que caracterizó a la escritora. Por ejemplo, en una conversación sobre los jornales de sus trabajadores, la Karen de la película se impone autoritariamente a Farah y ejerce su poder de hacer callar al colonizado.
Todas estas fricciones y conflictos internos y externos recorren a la Karen encarnada por Rosenvinge. La cantante y escritora cree que "da la sensación de que la escritora era más clasista que racista". Dimensiona que "ella se empeñó en hacer escuelas, en que la gente tuviese condiciones de vivienda y salario justas, y fue criticada y aislada por ello. Sin embargo, no se puede ignorar que ella tenía una granja en África porque pudo comprar unas tierras que pertenecían a la población autóctona. Su mundo se construyó a partir de una situación tremendamente injusta".
Pérez Sanz cree que en la película aparece toda esa realidad compleja, aunque sea de una manera sutil: "Está el respeto y la intimidad, pero también la desconfianza… o el cansancio de Farah, porque Blixen llega a ser muy pesada". Sin embargo, "en este tipos de diálogos [de la Blixen empresaria con el Aden que la ayuda en su empresa], te das cuenta de la situación de dependencia que tiene ella de él. Sin Farah, ella no habría podido tirar adelante", apunta Rosenvinge. La directora también destaca que la autora de Cuentos de invierno fue siempre "una mujer de otro tiempo: soñaba con Las mil y una noches y con Shakespeare. Eso la hacía contradictoria y extraña allá donde estuviera. También lo sería hoy".
Rosenvinge, además, espera que la película contribuya a hacer reflexionar sobre el expolio del continente africano y sobre las migraciones de personas que provienen de territorios empobrecidos por ese expolio. "Los movimientos migratorios son naturales y se suceden a lo largo de la historia de la humanidad por muchas razones. Por motivos idealistas, por motivos económicos, por motivos de cambios climáticos, por guerras… No se puede proclamar el derecho inalienable a que una raza o un grupo se apropien completamente de un territorio", concluye.