“Creo que es algo muy humano”, explica Verhulst en entrevista con este diario. “Tendemos a volcar nuestra sensibilidad en los perros antes que en las personas”, continúa para señalar que una ciudad como Madrid está llena de vagabundos. “Hay mucha gente que no tiene un techo, que duerme en la calle y no les ofrecemos un baño en casa. Pero si hay un perro perdido le damos cobijo”, observa para apuntar que este comportamiento —“somos extrañas las personas”, bromea—, como muchos otros, permea en lo literario.
Dimitri Verhulst (Aalts, 1972), es, hoy, uno de los autores belgas de mayor prestigio internacional. Con una larga trayectoria a sus espaldas, entre artículos, novelas, poesía, teatro y adaptaciones cinematográficas —La miseria de las cosas ganó el premio Arte y Ensayo en el Festival de Cannes de 2009—, el neerlandés se ha forjado una fama de escritor ‘maldito’ mediante una literatura tragicómica que recuerda a arquetipos occidentales como Bukowski o la generación beat.
Todas sus obras destilan una marca de estilo reconocible: son fragmentarias, predomina un lenguaje entre crudo y mordaz y se las entrevé parcialmente autobiográficas. De ahí la omnipresencia del alcohol. “Es lo que suele ocurrir con los hijos de padres alcohólicos, se van a los extremos. O no beben nada o se lo beben todo”, ironiza el flamenco. Y precisamente eso es lo que le ocurre al protagonista de su novela, un tipo también llamado Dimitri pero que no es más que un alter ego, alguien que se le parece mucho, pero, asegura, no tiene nada que ver con él. Un tipo que intenta librarse de sus adicciones al mismo tiempo que las desea con fervor, que alterna el desdén con una profunda necesidad de apego.
Sin embargo, de entre todo su trabajo, este es el más personal. No solo por ser el más autobiográfico de todos, casi un diario, si no porque incluye temas que aún no había tocado en sus anteriores obras. Mientras que en Hotel Problemski (Lengua de Trapo, 2008) habla de la vida en un centro de acogida de refugiados en Bélgica, o en La miseria de las cosas (Lengua de Trapo, 2012) muestra las vicisitudes de una infancia en una familia desestructurada y marginada, en Nuestro corresponsal en el vacío introduce un elemento nuevo que, a su juicio, “es omnipresente, pero decimos su nombre apenas en voz baja”: la cocaína.
“Hay un gran estigma en torno a las drogas, a pesar de que en la vida está por todas partes”, afirma Verhulst y añade: “Hasta las niñeras se meten coca. Los abogados esnifan, los banqueros esnifan, también los políticos. Ocurre a nuestro alrededor, pero cerramos los ojos y en cuanto alguien habla de ello es que tiene un problema con las drogas”, concluye. Él, sostiene, quería ser lo suficientemente valiente como para hablar de ello.
A este respecto, recuerda que, hace varios años, la televisión belga estaba buscando a gente famosa para hablar sobre el uso de la cocaína y nadie se atrevió. “Vamos a ser la primera generación que pueda hablar con libertad sobre el tema, los que lo han hecho hasta ahora tienen esa marca en la frente. ‘Yonkis’ los llaman”, apostilla para hacer una sugerencia provocativa. “Podemos usar la cocaína de la misma forma que el vino. La mayoría sabe cómo hacerlo y no por eso eres un adicto”, sonríe para subrayar, “hay que hablar de ello, hay que hablar de los tabús porque están ahí, en la calle”.
El otro gran tema es el amor, claro. O el desamor, que viene a ser lo mismo. Verhulst cuaja de cartas buena parte de la novela. Correspondencia dirigida a distintas personas de su vida. “Algunas son transcripciones reales, otras las esbocé como parte del proceso creativo, para que cuadraran en la narrativa”, explica. Porque, para él, las cartas de los escritores no son más que un mero truco que busca engatusar al lector. Y lo hace saber. Lo critica mientras intercala sus propias epístolas.
“Puede que las cartas de Flaubert sean una lectura deliciosa […], pero no son más que escalas musicales. Meros ejercicios. No me las creo. Como casi nunca me creo las cartas de los escritores. Son exhibiciones. No son más que puro onanismo. Estos señores (pues hay más hombres que mujeres entre ellos) no le escriben a nadie, sino que chapucean un libro de cartas, y eso se nota”, redacta el belga, con ironía.
Con el mismo tono guasón también se aproxima a la sociedad actual, la cultura de internet, las tendencias y los gustos musicales de la juventud, representados en la figura de su hija adolescente, de quien le separa un abismo. “Me he convertido en un hombre blanco viejo y gruñón y me gusta”, se ríe. “¿Sabes esos señores que se están quejando todo el rato? Quiero ser uno de ellos, pero con humor. Los pesimistas suelen tener un mayor sentido del humor”.
Dice que el motivo por el que ha escrito el libro fue sacarse un peso de encima, el de la acusación de abuso sexual en cuyo juicio fue declarado inocente. “Como siempre, quiero cargar solo y tozudamente con todo. Se ha acabado. Enderezo la espalda. Va siendo hora. Sé por qué. Y sé para quién”, escribe el flamenco.
El escritor consiguió mantener la repercusión del juicio en el ámbito privado y no saltó a los medios hasta su conclusión. “Una ex me acusó de violación, habíamos acabado mal, quiso hacerme daño y lo consiguió, claro que lo consiguió”, cuenta Verhulst quien en su libro caligrafía que “escribir esto es como la difícil confesión de inocencia.”
La experiencia personal de Verhulst le propicia una interpretación personal sobre le movimiento Me Too: “Quería hablar sobre ello", dice en referencia a su juicio, "también por el estigma que supone. Estas cosas son difíciles de hablar hoy en día, ¡hasta con tus propios amigos!, porque vivimos en una era de Me Too, que es algo muy bueno. Es importante, pero tiene una contrapartida que es nueva para los hombres: somos los débiles ahora. Los hombres también pueden ser las víctimas, que no se nos olvide”, opina.