No deja de ser curioso que haya recaído en Anthony McCarten la escritura de este guion de dos horas y media, habiendo firmado el de Bohemian Rhapsody cuya principal queja fue el borrado de la bisexualidad de Freddy Mercury, convertido en gay en la película.
La película, que se estrena este 21 de diciembre, está dirigida por la actriz y cineasta Kasi Lemmons (Harriet, Muerte de un ángel) habiendo sido ella la segunda opción, pues inicialmente el proyecto se había encargado a la directora Stella Meghie que abandonó por “diferencias creativas”. Ya con Meghie en la producción, se anunció la mejor baza de la película, la selección de la actriz británica Naomi Ackie para interpretar a Whitney Houston.
Ackie, que saltó a la fama por su papel de Jannah en Star Wars: El ascenso de Skywalker y una participación en la notoria serie británica The End of the F***ing World, está perfecta en su encarnación de Whitney Houston, un grandísimo acierto de cásting.
Whitney Houston y Robyn Crawford se conocieron siendo ellas adolescentes, antes de que despegara la carrera musical de la artista. Tal y como refleja la película pero también A song for you. My life with Whitney Houston, las memorias escritas por Crawford, ambas fueron novias en los primeros años profesionales de Houston. Cuando esta se independizó, aún sin un contrato musical, se fueron a vivir juntas.
Crawford fue su apoyo en los primeros años, al principio de los 80, a pesar de la oposición de los padres de la cantante, que en el filme no resulta muy brusca sino que más bien devanea en el ámbito de los consejos profesionales: “Salid y dejaos ver con chicos jóvenes”, dice John Houston, interpretado por Clarke Peters (The Wire, Hermanos de armas). Más allá de la recreación de la clásica escena de la emancipación juvenil —pareja recoge con el coche en la puerta de casa ante la incredulidad materna— la madre de Whitney (Tamara Tunie) no parece mostrar mayor oposición. El filme da a entender que mantener en secreto su relación con Crawford e incluso romper para “tener un marido, hijos, una familia” es una decisión de Whitney.
En su libro, Robyn Crawford revela que Whitney rompió con ella poco después de firmar su contrato discográfico con Arista, regalándole una Biblia de color azul pizarra un día de 1982. Ese detalle no aparece en la película pero sí el trasfondo religioso; la cantante era cristiana baptista y en el filme tanto ella como su familia indican que esa relación —sin usar jamás las palabras homosexualidad, bisexualidad o lesbianismo— está “mal”.
“Ella dijo que nuestra relación no podría volver a ser física porque haría nuestro viaje aún más difícil. Dijo que si la gente se enteraba, lo usarían contra nosotras y, allá por los 80, era como lo percibíamos”, escribe Crawford. “Lo guardé a resguardo y encontré consuelo en mi silencio”, añade.
A partir de ese punto, Crawford acepta permanecer al lado de Houston no solo como asistente creativa, un trabajo que la cantante creó para tenerla cerca, sino como persona de confianza y barrera contra el mundo. Hasta que llega Bobby Brown, y ese es el conflicto en el que se basa la película.
Ashton Sanders (Moonlight) interpreta, también de manera eficiente, al cantante Bobby Brown, marido de Whitney Houston y padre de su hija, Bobbi Kristina. Cuando la pareja contrae matrimonio en 1993, ambos son unas estrellas del pop de fama mundial y su vida se convierte en carne de tabloide. El relato público de la bajada a los infiernos de Whitney Houston siempre ha estado ligado a su relación con Brown. En la película, después de un periodo de rehabilitación, ella le exculpa y le concede que las drogas ya estaban antes de que él llegara. Los conocidos episodios de abusos y malos tratos de Brown a Houston quedan en el celuloide apenas insinuados en una escena donde la violencia no pasa de lo verbal.
Las caracterizaciones de Naomi Ackie como Whitney Houston son tan impresionantes que llegan a un nivel de deslumbrante mimetismo, pero eluden los momentos más bajos de la estrella, salvo en una única de escena de ojeras pronunciadas. Hasta tal punto pretende la película alejarse del morbo y forjar un blindaje de respeto que la temida escena final de su muerte, ahogada en la bañera mientras se preparaba para cantar en una fiesta previa a los Grammy, queda apenas esbozada con un grifo de agua que gotea.
No hay, tampoco, alusión alguna al trágico desenlace de la hija de ambos cantantes, Bobbi Kristina Brown, quien murió tres años después, hallada también inconsciente en una bañera y fallecida tras seis meses de coma.
Explica el personaje de Whitney Houston, en una de las varias e interesantes escenas en las que se señala su talento no solo como intérprete sino para identificar las canciones de otros compositores en las que ella ve algo que puede hacer propio, qué significa I Wanna Dance With Somebody. “Cuando deseas mucho mucho mucho bailar con alguien pero, por algún motivo, no puedes hacerlo”, dice en obvia referencia a su relación con Robyn Crawford.
El filme de Kasi Lemmons intenta reparar, en cierta manera, no solo el poso de las noticias sobre el declive de Whitney Houston sino también el que dejó el documental Whitney: Can I Be Me (Showtime, 2016; no disponible en ninguna plataforma) y que planteaba la tensión entre Whitney, Robyn y Bobby como causa de su inestabilidad emocional e incluso insinuaba que el ocultamiento de su bisexualidad tenía cierta responsabilidad del camino de autodestrucción a hombros de las drogas y el alcohol. Amén de otros muchos conflictos escondidos en la vida de la artista, la gran voz de su generación, que explicarían mejor de lo que lo hace este biopic por qué se castigó tanto, más allá de la exigencia por ser “más grande que los Beatles”.