“Ese es el nuevo opio de las masas”, dice este historiador y filosofo camerunés de 65 años, que desde hace más de dos décadas es la referencia de los estudios postcoloniales y del pensamiento descolonizador. Eso sí, advierte que para que la idea de la descolonización tenga algún alcance a escala planetaria, “no se puede partir de la suposición de que soy más puro que mi vecino”.
Hay que desarmar la repetición del viejo orden racial que se viste como nuevo en su intento de enmascarar su degeneración. Para el historiador, desmantelar la “blancura” implica el despertar del autoconocimiento y la remodelación de instituciones heredadas de un pasado brutal. “El proyecto de descolonización es a la vez una crítica de las instituciones y una crítica del saber”, señala como máxima. Todavía hay estructuras coloniales operando en el proyecto neoliberal, apunta, esto quiere decir que “mantienen la potencia genocida”.
Estas estructuras obligan a preguntarse retóricamente qué hacer con aquellos cuya existencia misma no parece ser necesaria para la reproducción del sistema. Hay cuerpos humanos considerados ilegales, prescindibles o superfluos. La respuesta histórica para ellos ha sido la exclusión espacial. Fue el caso de las reservas de nativos norteamericanos, la migración o la franja de Gaza. Son peculiares espacios carcelarios donde las personas consideradas excedentes, no deseadas son apartadas de su bienestar.
Este potencial genocida se puso a trabajar en la invasión de América y también en África. “Porque donde hay racismo, existe el potencial genocida. Donde hay racismo, ser en el mundo equivale a ser contra los otros. Porque amenazan sus propiedades, su existencia”, indica Mbembe. No hay colonialismo que no conlleve una enorme dosis de racismo estructural y no hay colonialismo que no esté impulsado “por una u otra forma de impulso genocida”.
El racismo está en el ADN del colonialismo. ¿A quién pertenece la Tierra? Esa es la pregunta que la expansión colonialista. Desde el siglo XV y hasta la incorporación de África en el siglo XIX, la expansión colonial no tuvo dudas al responder: la Tierra pertenecía en su totalidad a los que podían ocupar las tierras que ya estaban pobladas. Les pertenecía a los que consideraron como extranjeros a las poblaciones originales. Explica Mbembe que el colonialismo fue un proyecto planetario impulsado por los estados naciones y las empresas comerciales nacionales, con mayor poder militar y mayor ventaja tecnológica.
De alguna manera, el derribo de la estatua de Rhodes de la Universidad de Ciudad del Cabo, en abril de 2015, fue un hito en la sociedad sudafricana y en la carrera de Mbembe. Rhodes fue un actor despiadado en la expansión colonialista del siglo XIX, que se apropió de una gran parte de la riqueza mineral del país, con brutalidad e impunidad. Sobre todo de los diamantes de Kimberley y el oro en Witwatersrand. Rhodes representa para Mbembe la extracción y privación de las riquezas que han sido arrebatadas a la comunidad sudafricana. Fue un precursor del sistema económico depredador con la que opera el neoliberalismo contemporáneo. Rhodes es el símbolo del daño que el capitalismo en su forma racial, colonial e imperial inflige a la humanidad y a la biosfera. Y Mbembe vio en el derribo de la estatua de Rhodes una pequeña victoria simbólica en la larga lucha por la justicia universal.
El profesor de Historia y Política de la Universidad de Witwatersrand de Johannesburgo (Sudáfrica) tiene una especial habilidad para acuñar ideas y términos como “necropolítica”, para ilustrar la violencia política ejercida por el capitalismo contemporáneo contra la población indeseada. También ha introducido la expresión de “políticas de la visceralidad”, como la reacción a la brutalidad del sistema. Y, ahora, el “brutalismo”, con el que describe el proceso de desmantelamiento de toda forma de resistencia y la transformación de la humanidad en materia y energía.
En Brutalismo (Paidós), el autor defiende que la forma en la que se solía tratar exclusivamente a las personas negras, ahora se extiende a aquellas con un color de piel diferente. La figura consumada de la persona superflua es aquella que puede ser humillada, sin dignidad reconocida y cuyos derechos pueden ser vulnerados impunemente. Cree que hoy el número de personas superfluas crece constantemente y, en consecuencia, su eliminación brutal.
Para los que siguen preguntándose qué es descolonizar, Mbembe explica que es desracializar y consiste en una revaluación crítica de la relación entre conocimiento, poder e instituciones. Es decir, no apoya la extirpación del archivo, sino su expansión: por sí solo, el archivo europeo ya no puede dar cuenta de las complejidades de la historia, del presente y del futuro. La resistencia al colonialismo, apunta el autor, pasa por la rehabilitación de la voz contra el silencio al que se condenan las voces que no se quieren escuchar.
Pero, ¿cómo reconstruir la memoria colectiva de los pueblos colonizados? ¿Qué hacer con lo que fue destruido y ya no puede reconstruirse en su unidad originaria? ¿Cómo hacer presente esa pérdida? Mbembe cuenta que la conciencia victimista es una enmudecida por el resentimiento y el deseo de venganza; y que para reparar esa conciencia de la población que ha sufrido un traumatismo histórico y real, se debe recordar lo ocurrido sin venganza. “Es una búsqueda contra el silencio, de identificación de los elementos de la tragedia con el fin de no repetirlo”, dice.
La creación del “antimuseo”
Su vaticinio es que a medida que la humanidad avanza en su carrera desenfrenada hacia los extremos, nadie estará libre de la desposesión y la privación. Que cada vez es más probable que lo que se nos quite sea valiosísimo y no pueda sernos restituido jamás. Por eso la imposibilidad de restitución o de restauración “marcará quizá el fin del museo, entendido no como la extensión de un gabinete de curiosidades, sino como la figura por excelencia del pasado de la humanidad, un pasado del cual sería una especie de cerro testigo”. Y así solo quedaría el “antimuseo”, “una especie de desván del futuro cuya función sería acoger lo que está por nacer pero aún no ha llegado”.
La restitución supone cuestiones mucho más amplias como la deuda, la reparación y la justicia universal. Para Mbembe la verdadera restitución es la que participa de la reparación de la vida. Es una visión más humanista: “Ninguna restitución puede ocurrir sin lo que llamamos confesión, es decir, la capacidad de decir la verdad. Restituir es parte de un deber incondicional, parte de la vida”, indica. La deuda de la verdad. Para él la verdad es que Europa arrebató a la población africana cosas que nunca podrá restituir, igual que los españoles a las poblaciones americanas. Pérdidas irreparables. Pero, advierte, que Europa debe responsabilizarse de sus actos, de esa parte sombría de la historia compartida que los europeos siguen negando o de la que han querido despojarse.
“El riesgo es que al restituir nuestros objetos, concluya que se nos quita el derecho a recordarle la verdad. Europa debe honrar la verdad para tejer nuevos lazos. La verdad es maestra de la responsabilidad”, dice Mbembe. Y la deuda de la verdad no se puede borrar. “Nos perseguirá hasta el final de los tiempos”. Honrar la verdad es comprometerse a aprender y a recordar juntos. Cada uno de nosotros necesita la memoria del otro.
No es caridad ni compasión. Es una condición para la supervivencia de nuestro mundo, apunta el filósofo. El sufrimiento no puede desaparecer, por eso hay que aprender a pasarlo juntos. “Tendremos que aprender a recordar juntos, para reparar juntos el tejido del mundo. La restitución será siempre parcial. Hay pérdidas irreparables que ninguna compensación puede saciar. Eso no significa que no sea necesario compensar. Pero compensar no significa borrar el mal. Compensar es repensar la relación”, advierte.
Una de las propuestas más interesantes de Achille Mbembe para hacernos cargo hoy de la reparación de las barbaridades cometidas por nuestros antepasados ya aparecía en Crítica de la razón negra (2017). Se trata de la idea de un presente continuo que se extiende más allá del hoy, y empuja a preguntarse cuándo empezó el “hoy”. La respuesta de Mbembe es que lo hizo hace mucho.
De esta manera, el filósofo acaba con las excusas que el presente construye para librarse de las responsabilidades del pasado. Pero las injusticias del pasado no caducan si no se reparan. ¿Cómo hacer de los museos lugares de la memoria y no lugares de la violencia? Asumiendo que el reino de Benin, que entre los siglos XVI y XIX ocupó los territorios de la actual Nigeria, no será cosa del pasado hasta que no se repare su memoria y se restituyan los miles de objetos robados por el ejército británico y depositados en museos ingleses, franceses y alemanes.