Grupos como Eagles, formaciones como The Doors y solistas como Neil Young salían a mi encuentro; canciones que iba grabando para después escucharlas atento y con ese mismo interés que se pone en los detalles cuando nos adentramos en un mundo recién descubierto. Uno de aquellos grupos fue Led Zeppelin con su último disco, una colección de canciones donde la voz de Robert Plant se convertía en un aullido doliente y donde la guitarra de Page combinaba acordes y distorsiones mientras John Bonham se marcaba los tiempos con la contundencia de un obrero de la construcción.
Llegado el momento, me pillé la casete original y puedo decir que la gasté de tanto escucharla. Había un tema que bailaba con el tupé levantado; me refiero al 'rockabillero' Hot dog, un 'rockata' clásico donde el piano de John Paul Jones parecía acompañar la fiesta de un vapor surcando el Misisipi. Entre un tema y otro, aquel disco me abrió la puerta de entrada al universo Led Zeppelin, un espacio que nunca se cerraría y que iría sumando pasillos y estancias a discos como Physical Graffiti o ese otro que fue el cuarto disco de la banda y en cuya enigmática portada salía un anciano cargando un haz de leña a su espalda, y que incluía la canción Stairway to heaven; una canción mágica cuyos acordes a la guitarra no tardaría en aprender, fijándome bien en la posición de los dedos de Page en la película The Song Remains the Same cuando la pusieron en el Covacha, el cine aquel que quedaba junto a la fábrica Danone y donde íbamos a ver pelis musicales y a fumar canutos y beber litronas, pues en aquella época era muy normal lo de darle al canuto y a la litrona en el patio de butacas de los cines de barrio.
Eran otros tiempos, hoy sería impensable. Tiempos de porros compartidos en los parques de entonces, cuando yo sacaba la guitarra y tocaba Stairway to heaven, y aún no me atrevía a pensar que algún día los demonios del recuerdo traerían hasta aquí estas cosas para celebrar el cumple de Jimmy Page. 79 años.