Ha transcurrido siglo y medio entre el romántico (y a la vez, aterrador) país cuya esencia capturó Gustavo Adolfo Bécquer y el actual, y el interés por el abandono y la decadencia no ha hecho sino perpetuarse. Con una diferencia capital. El progreso, la revolución industrial, han sembrado la España virgen de Parcerisa, Quadrado y Bécquer de un nuevo patrimonio exhausto, agotado, inservible. Hoy, una pequeña legión de exploradores recorre los esqueletos de antiguas fábricas clausuradas, en las que todavía se percibe el eco de una incesante (lejana) actividad. Pero también, inspecciona viviendas deshabitadas por el éxodo rural, en cuyos hogares parece que aún humearan las últimas brasas. Y, en general, cualquier vestigio de un tiempo no tan lejano, pero que irremediablemente ha quedado atrás. Este interés forma parte de la cultura urbex (del inglés urban exploration), que actualmente inunda las redes con instantáneas que retratan la potencia de ese patetismo. Ahora bien, ¿puede esta triste realidad actual inspirar el arte y la belleza, como en las litografías de Parcerisa?
El escultor soriano Javier Arribas lleva dos décadas dándole vueltas a esta cuestión, experimentando respuestas. “Me llaman la atención las marcas de la historia que permanecen: un papel en una pared con antiguas anotaciones, una bata vieja colgada que no tiene valor pero que alguien usó alguna vez, una carta manuscrita, una foto tirada…”, confiesa. Encuentra los espacios que le inspiran, los investiga, crea obras de arte que conectan con el lugar y documenta el nuevo escenario de forma cuidadosa con su cámara fotográfica, sin modificarlo. Detrás de cada proyecto se esconde una teoría, un mito clásico o una reflexión sobre la vida actual, que, en el fondo, sintetizan su propia experiencia vital: “Cuando el arte se convierte en un trabajo, te da igual hacer cualquier cosa. Me tiré mucho tiempo trabajando en el estudio y la presión de presentar obras para galerías me llegó a quemar”, justifica. Así que sus obras de arte en la España vacía y abandonada solo pueden tener un sentido: “Lo hago buscando una satisfacción personal”.
Sin ser consciente, puede que algún lector se haya topado con las obras de Javier Arribas. Quizá con alguno de los escarabajos artificiales que el escultor —doctor en Bellas Artes y antiguo restaurador en la catedral de Burgos— ha situado en parajes abandonados de la provincia de Soria. “Después de inspeccionar un lugar, se me ocurre juntar distintos tipos de insectos, crear un diseño e imprimirlo en una impresora 3D en diferentes escalas”, detalla. Así es como, por ejemplo, sintetiza un escarabajo y una araña, lo reproduce con los colores y características de la zona, del pueblo, y los “mimetiza” con el paisaje.
La elección del escarabajo como icono procede de la cultura egipcia, cuya mitología representaba al dios Khepri, precisamente, con este insecto. “Según los egipcios, el escarabajo era capaz de caer en lo más profundo, en las heces, y luego resurgir, de otra forma”, explica Arribas. Un concepto que parece rescatar el inquietante mito literario de Chtulhu, con el que el norteamericano Howard Phillips Lovecraft remitía a una especie de antiguo sacerdote fallecido, que aguardaba en las profundidades del agua el momento exacto para resurgir y “reinar en la Tierra” (La llamada de Cthulhu, 1928). El mensaje, en el corazón de la España vacía, no puede apuntar en otra dirección: la esperanza de una nueva vida para las regiones despobladas (y olvidadas) del país.
Pero, ¿por qué en Soria? “Las zonas abandonadas sorianas, principalmente en la comarca de Tierras Altas, son despoblados muy auténticos, una zona virgen”, explica el escultor. “Cuando vas a esos sitios, todavía hay marcas de la última ocupación, las casas están como sus habitantes las dejaron e incluso se pueden ver las cenizas de la última hoguera”, detalla. Las imágenes de sus trabajos —habitaciones deshabitadas, graneros y cuadras vacíos— son ya, en sí mismas, una obra de arte. Como la serie En tierra de nadie, fiel reflejo de la sangría demográfica en la España rural, donde aparecen figuras sentadas, cabizbajas, abatidas, solas entre las ruinas de las últimas viviendas de pueblos sorianos, que despiertan el debate sobre los graves problemas que acucian a la sociedad actual.
En otras provincias de Castilla y León —corazón de la España vacía—, Javier Arribas encuentra todo tipo de edificios que inspiran su creación artística. Incluso aquellos que nunca llegaron a existir, con planes urbanísticos que fracasaron casi antes de comenzar a ejecutarse. “Son espacios que no tienen una carga emocional, porque a veces lo que me llama la atención es la propia desolación de la nada”, reconoce, en referencia a estructuras de hormigón inertes, la mayoría fruto de la especulación urbanística. Por su parte, en antiguas fábricas abandonadas de Salamanca o Burgos germina el perturbador proyecto La sombra del trabajo, que “simboliza cómo al ser humano, a las personas, nos llevan al límite en el trabajo industrial”, define el autor.
Se desarrolla en harineras, cárnicas, tejerías o refinerías de resina, en las que Javier Arribas recoge materiales y modela “figuras humanas decaídas, abatidas”, metáfora del hartazgo de ese trabajo en serie, mecánico, que “no te hace pensar, pero que te come por dentro”. “La estética es brutal: en las fábricas de carne, todo es azulejo blanco; las refinerías de resina están repletas de alambiques, máquinas complejas, metales… mientras que una harinera ofrece una apariencia interior completamente distinta”, describe el artista soriano.
En ocasiones, la propia cultura urbex supone pisar lugares inquietantes, en los que el visitante debe esperar que cualquier cosa pueda ocurrir. Arribas atesora una colección de anécdotas, que van de lo sorprendente a lo desagradable. En el puente romano de Vinuesa —de nuevo en Soria— se le ocurrió añadir una figura humana, fabricada con barro del pantano, quizá para llamar la atención sobre la inexistente labor de conservación de un monumento protegido con la categoría BIC (Bien de interés cultural), donde se producen desprendimientos día tras otro. “Coloqué la figura a las nueve de la mañana y, a las once, ya habían acudido dos patrullas de la Guardia Civil y me habían informado de que debía retirar la obra”, relata. El caso es paradójico. “¿Quién iba a denunciarme? El que lo hiciera, automáticamente debía ocuparse de la conservación del monumento”, reflexiona el escultor.
Para el autor, la denuncia del olvido merece el riesgo. Como en el caso del proyecto #388km, protagonizado por una vieja línea ferroviaria que un día se planeó para conectar las localidades de Santander y Castellón, Cantabria y Comunidad Valenciana, Cantábrico y Mediterráneo. “El recorrido estaba hecho, pero fue interrumpido por el Gobierno de Felipe González por intereses vascos y catalanes”, precisa Javier Arribas. El único tramo que quedó por ejecutarse era —cómo no— el que atravesaba la provincia de Soria, “la única opción real de estar conectados que hemos tenido”. Para evidenciarlo, el escultor ha situado sobre las vías varias figuras aladas que emulan el mito de Ícaro, personaje que fabricó unas alas con plumas y cera para escapar del presidio y, al aproximarse al calor del sol, acabó por perderlas.
Porque hasta los riesgos se dan por hecho en la cultura urbex, la exploración de lugares abandonados. El paradigma se sitúa en la tan comentada Ucrania, cuyo principal atractivo informativo antes de la guerra que comenzó hace ahora casi un año residía en Pripyat, localidad fantasma desde que en abril de 1986 fuera evacuada tras el gravísimo accidente de la central nuclear de Chernobyl. La oportunidad de pisar el icónico parque infantil clausurado tras el escape radiactivo o de entrar por unos minutos en alguna de las viviendas desocupadas a toda prisa han alimentado centenares de visitas turísticas a la zona de exclusión, dejando en segundo plano el potencial peligro de la radiación.
Fuera de nuestras fronteras, Javier Arribas también ha encontrado espacios angustiosos, rastreando las huellas de conflictos bélicos, desde Marruecos a Noruega, pasando por Alemania y Polonia. “Aquí me interesa lo que ocurre después de la guerra, no el día después, sino a largo plazo: son sitios con una tremenda carga negativa, angustiosos, demasiado potentes”, reconoce. Como en la ciudad marroquí de Sidi Ifni, donde Javier percibió toda la fuerza de la tragedia, tras la desastrosa guerra española de Ifni contra Marruecos a finales de los años sesenta.
De todos estos enclaves guarda el artista un extenso archivo que aún no ha visto la luz, y que tampoco cabe en una exposición convencional. Por cierto, ¿qué hace con las esculturas, escarabajos y figuras humanas que coloca en fábricas abandonadas y en pueblos deshabitados? “Las abandono también”, responde. Pensándolo dos veces, no cabía otra respuesta. Pasado el tiempo, regresa a aquellos emplazamientos, en los que frecuentemente no queda ni rastro de su intervención. “Puede que haya personas que tengan un interés momentáneo por esta clase de arte, pero, en general, la gente no está preparada para entender este tipo de conceptos”, lamenta Arribas. Otras veces, los visitantes quieren saber más y logran contactar con el autor en las redes sociales, siguiendo el rastro de la etiqueta "#urbex”. Paradójico que el olvido y el abandono puedan resurgir —como el mitológico ser Cthulhu de Lovecraft— y brotar convertidos en arte… allí donde ya no queda nada.