“Lo que ocurre con Fernán González es lo mismo que con el Cid, la literatura se ha comido a la realidad”. Es la reflexión de José Ángel Mañas —autor de la celebrada novela Historias del Kronen hace ahora tres décadas—, que ha asumido el complicado y árido reto de novelar la vida del héroe castellano, cuando lo poco que se sabe del personaje “o está muy deformado o, en realidad, nunca llegó a suceder”. Así es como la novela Fernán González (La Esfera de los Libros, 2022) viaja por el lejano siglo X, cuando el Califato omeya de Córdoba ocupaba la mayor parte de la península, y da voz a personajes capitales, como el rey leonés Ramiro II, la reina Toda de Pamplona o el todopoderoso califa Abderramán III.
Cuando Mañas habla de “invenciones”, se refiere al célebre Poema de Fernán González que, en realidad, es un cantar de gesta escrito tres siglos después de los hechos históricos, al objeto de ensalzar la figura y las supuestas hazañas del héroe castellano. Afirma el escritor que la imagen idílica que se ofrece en el cantar contrasta con “la visión clerical de los cronistas”, en la que “se le tacha de rebelde y se habla de él de una forma muy negativa”. Según el autor, el poema no deja de ser una rápida reacción del monasterio de San Pedro de Arlanza (Hortigüela, Burgos) a la célebre composición La vida de san Millán (siglo XIII), en la que Gonzalo de Berceo ensalza la figura del fundador del vecino edificio de San Millán de la Cogolla (La Rioja).
Y aquí radica otro equívoco mayúsculo. Porque la tradición ha intentado asociar la fundación de San Pedro de Arlanza a la figura de Fernán González, con un cuento de por medio y documentos de dudosa autenticidad. Según la leyenda, el caballero se hallaba de caza por el valle del río Arlanza persiguiendo un jabalí, cuando se encontró en una cueva con el eremita san Pelayo, quien le auguró que vencería a los musulmanes. En agradecimiento por el excelente augurio, Fernán González levantaría un monasterio sobre una pequeña ermita del valle. Parece que existía la necesidad de ligar plenamente la fundación del extraordinario edificio —cuyas ruinas restaura en la actualidad la Junta de Castilla y León— a la figura del conde.
De hecho, Arlanza ha pasado a la historia como 'cuna de Castilla'. Y puede seguir interpretándose así, aunque los hechos históricos dicen otra cosa acerca de su fundador. En realidad, la obra no correría a cargo de Fernán González, sino de su padre Gonzalo Fernández, conde de Burgos y de Castilla, a principios del siglo X. “El poema está descabalado; afirma que González se enfrentó a Almanzor, algo que es imposible porque el militar musulmán es contemporáneo de su hijo, Garci Fernández”, asevera José Ángel Mañas. De hecho, el novelista solo incluye una referencia pasajera a Arlanza al final del relato. “En realidad, ahora echo en falta en la novela algún flashback sobre la infancia del conde en el monasterio de Arlanza, pero la narración está muy focalizada en el Picón de Lara”, asume Mañas, refiriéndose al antiguo castillo de los condes en Lara de los Infantes, al sur de Burgos, del que solo restan en pie “cuatro piedras”.
Entonces, en las arenas movedizas que sostienen la leyenda, el mito y los hechos históricos, ¿qué hay de cierto en el tópico que acompaña la figura del héroe castellano? “Es mentira que Fernán González fuese el primer conde independiente de Castilla; ni fue el primer conde de Castilla (lo fue Rodrigo), ni fue nunca independiente”, sostiene, tajante, José Ángel Mañas, quien añade que Fernán González actuó siempre a la sombra del poderoso Reino de León y de su monarca, Ramiro II. Y aunque, en resumidas cuentas, tampoco conquistó ningún territorio concreto, González sí participó en una de las batallas más decisivas en la Reconquista junto a las de Covadonga (año 722) y Las Navas de Tolosa (1212). En Simancas (939) luchó junto a Ramiro II para frenar el 'órdago salvaje' de Abderramán III, y afianzar así el dominio de los reinos cristianos en el norte de la península.
No duda, en todo caso, José Ángel Mañas en atribuir al caballero medieval un enorme mérito histórico, el de la resistencia. “Fue alguien que gobernó Castilla durante 40 años, la forjó, como apunta el subtítulo del libro. Desde aquel momento, el condado de Castilla se convertiría en punta de lanza de todos los territorios de la zona”, precisa. Porque Castilla iría ofreciendo, afirma el novelista, dos elementos vitales para la expansión de un reino en ciernes: la ansiada libertad y nuevas tierras que trabajar.
Desde el punto de vista del patrimonio, la novela Fernán González traza un viaje igualmente apasionante. Es el tiempo en el que Abderramán III dirige el omnipotente califato en Córdoba, desde donde construye la ciudad palatina de Medina Azahara. Una fastuosa urbe destinada, especialmente, a mostrar el poder califal y a la voluntad de deslumbrar a gobernantes ajenos. De ahí que entre los años 936 y 976 —las cuatro décadas que se emplean en la construcción— no se escatimaran materiales ni ornamentos para levantar, entre otros edificios, el llamado Salón Rico, uno de los principales atractivos de las ruinas que se declararon Patrimonio de la Humanidad en 2018 y cuyo tirón turístico se ha destapado en los últimos años.
Y como no hay buena novela que no desarrolle una sugerente historia de amor, Mañas ha rescatado la lejana figura de Aurora, una joven pamplonesa que terminó en el harén de Alhakén II —sucesor de Abderramán III—, donde se convirtió en uno de los personajes más influyentes. Más allá de enfrentar al gran califa con su sucesor, la historia de Aurora (Subh para los musulmanes) camina a caballo entre omeyas y castellanos. “El personaje de Subh existió, la licencia que me he permitido es que la he hecho un poco más joven y que conoció al conde Fernán González, algo que no llegó a suceder”, se sincera Mañas.
Aurora, Subh, Alhakén III… En realidad, el relato ha logrado poner rostro a los desconocidos personajes que aparecen citados en una pequeña arqueta cilíndrica de marfil, que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional: el Bote de Zamora (año 964). Porque la inscripción en lengua árabe que registra la tapa de la píxide refleja que aquella bella pieza —una de las más delicadas de su categoría— fue el regalo que Alhakén II ofreció a Subh en agradecimiento por haber alumbrado a su primogénito, el futuro califa Hisham II. Hoy, la pieza de marfil luce en una vitrina situada en la sala dedicada al patrimonio de los antiguos reinos cristianos del Museo Arqueológico Nacional.
Curiosamente, el legado histórico-artístico relacionado con el conde Fernán González ha terminado en ruinas o víctima del 'autoexpolio'. Sonada fue la venta de las pinturas de la cámara palatina del monasterio de San Pedro de Arlanza que, ante la desidia de las autoridades culturales españolas, terminarían vendidas, arrancadas y diseminadas entre los museos de Estados Unidos y el Museo Nacional de Arte de Cataluña, donde hoy se conservan dos de los emblemas de la “cuna de Castilla”: el castillo que simbolizaba el condado y un majestuoso grifo, metáfora quizá del protector del mayor tesoro del monasterio, el propio germen de la futura Corona.
Ni el propio José Ángel Mañas, pese a su propósito de desmitificar al héroe castellano, pudo zafarse de la tentación de cerrar la novela con una licencia histórica que será familiar al lector. Sin ánimo de hacer spoiler del final del relato, el autor sí que recurre a la leyenda del caballo árabe y el azor de Fernán González, que acaban en manos del efímero rey de León Sancho el Craso y que, a la postre, supondrán una deuda que sería canjeada por la mitificada (y nunca conquistada) libertad del conde castellano.
Igualmente llamará la atención del interesado en las hazañas pretéritas ver la propia firma de Mañas en una novela de corte histórico. En realidad, casi es más natural para el escritor madrileño hablar de las gestas de antiguos héroes en novelas como El Hispano (Arzalia, 2020) o Pelayo (La Esfera de los Libros, 2021) que de las inquietudes y preocupaciones de los protagonistas de sus novelas neorrealistas de éxito (Historias del Kronen, Mensaka), pues a estas cuestiones ya le daba vueltas en su juventud, mientras estudiaba Historia en la Universidad Complutense de Madrid. “Mi objetivo es que la gente disfrute de la historia, procurando respetar al máximo los personajes. La Edad Media española es tremendamente compleja y creo que la novela histórica está cumpliendo una importante función divulgadora”, asevera. Y con respecto a Fernán González, Mañas recomienda el estudio de su importancia para el actual país en las aulas porque, aun desprovisto de la leyenda, su peso histórico en tiempos complicados fue determinante.