Antes fue Atrio (Cáceres), más llamativo incluso, por el valor total de lo robado, cerca de millón y medio de euros, y porque entre las botellas que aún no han aparecido, estaba un icónico Chateau d´Yquem de 1806, una botella única y con una historia singular. Ya se conoce la condena: cuatro años y medio de cárcel para el autor y otros cuatro para su compañera en el robo.
Rekondo es uno de los estandartes de la cocina vasca y su bodega está reconocida como una de las mejores del mundo. “Intentaremos aumentar las medias de seguridad; al principio ni se me había ocurrido asegurar las botellas, pero ahora estamos preocupados”. Para este histórico hostelero, los robos de vino son obra de profesionales “que saben dónde están las botellas que quieren conseguir porque van a por cosas específicas” y que tienen muy estudiados los lugares donde después actúan. Y, ¿quién roba vino así? Rekondo cree que alguien con dinero y “caprichoso, que anda buscando algo único”.
“Determinados vinos se han convertido en objetos de especulación y de deseo”, apunta Juan Manuel Bellver, director de la tienda especializada Lavinia. Para él, que el vino sea un producto de consumo aspiracional lo convierte también en un objetivo de robos como los que han sucedido en los últimos meses. “Y también está el componente del coleccionismo, el deseo de tener botellas que nadie tiene ni pagando”, añade.
Según explica el experto en vinos y periodista, los ladrones de objetos de colección pueden haber añadido este tipo de acciones como un “robo de especialidad”, pero necesitan “una mente en la sombra” que les diga qué buscar en bodegas como las de Atrio, Coque o tiendas con miles de vinos como Lavinia que, por cierto, fue de los primeros negocios del sector en sufrir un robo. En aquel caso, los autores —que fueron detenidos— reventaron la caja fuerte de la tienda, se llevaron un par de botellas de coñac y una colección de botellas de Domaine La Romanée-Conti La Tache. Después de aquello, que ocurrió en 2015, reforzaron sus medidas de seguridad.
“El mundo de los grandes vinos es sumamente atractivo para coleccionistas de todo el mundo, como una joya, un diamante o grandes relojes”, apunta Philippe Eberlé, director general de la importadora y distribuidora Primeras Marcas, que tras los últimos robos ha dado instrucciones para revisar los protocolos de seguridad de la empresa. Para Eberlé, lo que pasó en el restaurante de los hermanos Sandoval es obra “de profesionales”, porque fueron a por cosas “muy concretas y de mucho valor”. Toño Armas, distribuidor canario, sufrió hace unos meses el robo de varias botellas en su tienda El Gusto por el Vino, en Santa Cruz de Tenerife. “Hay que mantener y extremar las medidas de seguridad, pero no puedes estar todo el día, el público entra constantemente”, sostiene, aunque reconoce que determinadas botellas “son objeto de deseo”.
José Gordón, propietario del restaurante El Capricho de Jiménez de Jamuz, añade el componente del “morbo”. Para él, en estos robos se añade al valor de las botellas “la dificultad de poner tenerlas”. Los restaurantes como el suyo, que han ido acumulando una copiosa bodega con vinos importantes, están intentando aumentar las medidas de seguridad y revisar los seguros para estar cubiertos. “Aunque el desastre sería igual, porque es imposible volver a conseguir algunas botellas”, asegura.
Juanma Bellver resume la situación recordando el potencial del vino como pieza de inversión y objeto de codicia: “Ya lo vimos cuando se empezaron a crear fondos de inversión en Londres y el vino empezó a ser tenido en cuenta como un producto que se revalorizaba. Ahora lo que certifica esto es que también es un producto que se roba”.