Hace unos meses, Juan Manuel Badenas, candidato a la alcaldía de la ciudad de València por Vox, publicó el artículo Un punk conservador español en la web del think tank ligado a su partido, la Fundación Disenso, en cuyo texto mantenía lo que avanza el título, que el punk fue un movimiento conservador. En su análisis hacía referencia, entre otros, a Sex Pistols, Dead Kennedys y Bad Religion, y citaba también la canción de Siniestro Total Más vale ser punkie que maricón de playa, para concluir que un maricón de playa “no es un gay o un mariquita, sino un acomplejado y un sumiso que no sabe navegar contra la corriente, cosa que no nos sucede a los que vamos bien dotados”. Tras preguntarle su opinión al respecto a Julián Hernández, fundador de Siniestro Total, el grupo punk más popular de España —y que, al contrario de sus predecesores británicos abogaban más por el humor que por la rabia—, este explica la verdadera intención de la letra: “Un maricón de playa es un chulo que alardea, un fantasma. Viene del estereotipo del musculitos que se pavonea ante las chavalas en la playa. Ese es el sentido que tiene la canción”. De la misma manera que el artículo de Badenas es un buen ejemplo de eso que podríamos denominar 'el síndrome de David Cameron', a Hernández le pasa lo mismo que Marr y a Morrissey: “Qué le vamos a hacer. Yo nunca le doy bola a estas cosas, lo mejor es hacer como si no existieran. La palabra punk está muy bien, pero si se aplica para cosas como esta, entonces bórrennos de la lista”.
El punk fue una explosión de rabia juvenil que, durante el año y medio que duró, puso en jaque a la sociedad británica y propició una nueva era en la cultura pop. Eso ocurrió hace casi 50 años, por lo tanto, ya es historia. De la misma manera que también son historia los surrealistas, o los situacionistas, en cuyas proclamas tanto se inspiró Malcolm McLaren, mánager de Sex Pistols para crear la táctica de guerrilla y la propaganda que convirtió al grupo en un mal sueño para sus paisanos. Ser punk en el Londres de 1976 y 1977 debió de resultar apasionante, sobre todo si eras una adolescente o un joven nacido en el seno de una familia no privilegiada en un país sumido en una crisis económica propiciada por un sistema que hacía aguas por todas partes. Porque el punk significaba expresar la rabia de saber que al futuro no se le podía pedir ningún sueño, ni esperar de él ninguna posibilidad de prosperidad. Hoy, alardear de militancia punk resulta igual de anacrónico que alardear de ser hippie, porque medio siglo después ya no es una solución —o una reacción— viable para cambiar nada. Y, sin embargo, ese factor no altera lo que fue realmente el punk.
A nuestro Julián Hernández no le ha ocurrido como a John Lydon, uno de los ejemplos mencionados por Badenas en su artículo (y que girará por España en el mes de octubre con su grupo PIL). Cuando estaba al frente de los Sex Pistols, Lydon cuestionaba con sorna a la reina de Inglaterra, y sin embargo, hoy se proclama gran admirador de Trump. Cuando Lydon se apellidaba Rotten, era contrario a personajes como el expresidente americano, de hecho, era contrario a cualquier tipo de autoridad establecida por el sistema. Cantaba Anarchy In The UK y lo único que quería era resultar molesto. Que ahora esgrima un talante conservador no implica que ya entonces lo fuese. Pero, al margen de eso, su rabia no formaba parte de un programa político. Su rabia era la rabia del artista, y de la misma manera que Bob Dylan antes había lanzado unas cuantas preguntas cuya respuesta estaba en el viento, Rotten jugaba a poner nerviosa una sociedad que se había negado a ayudarle a tener un futuro digno.
No obstante, gracias al aumento de los subsidios de desempleo fomentado por el Gobierno laborista a partir de su llegada al poder en 1975, muchos jóvenes pudieron comprar instrumentos musicales, lo cual explica el auge de bandas surgidas en aquel entonces en barrios obreros. Ni Rotten ni ninguno de aquellos y aquellas punks querían hacer carrera política. No estaban en esto para buscar soluciones. Hacían lo que hacían para devolverle al sistema la misma basura que el sistema les tiraba por encima día tras día. Y, por encima de cualquier otra consideración, la del punk no es una actitud extrapolable a la política. Por más que en algunos momentos ambos conceptos puedan tocarse entre sí, son conceptos que han de transitar por distintos caminos. Hace unas semanas, Badenas anunció en la cuenta de Instagram de su partido que, si llega a la alcaldía de València, suprimiría tramos del carril bici que el actual Gobierno municipal ha construido en la ciudad. Lo hizo grabándose en la calle con un martillo hidráulico al hombro, enviando así un mensaje que él debe considerar muy subversivo y muy punk.
La idea de que el punk, en el fondo, nació siendo un movimiento conservador resulta, como mínimo, una fantasía. ¿Eran The Clash conservadores? No, no lo eran. Más bien creyeron que al capitalismo se le podía atacar desde su propio centro de gravedad. En un principio, el punk fue eso, y ahora algunos de sus supervivientes son una caricatura de lo que fueron, que es algo que también ocurre en muchos otros campos del arte, la política o la vida. Fue un movimiento subversivo, pero la subversión no admite argumentos torticeros. Hace dos años, en pleno subidón del 'síndrome de David Camerón', Macarena Olona afirmó que, si Lorca estuviera vivo, votaría a Vox. Desgraciadamente, nunca sabremos si dicha conjetura tenía fundamento o no, porque Lorca fue asesinado, y quienes lo mataron fueron los mismos personajes que tanta nostalgia despiertan en los partidos de la ultraderecha.
Si tenemos que reivindicar el punk, reivindiquemos también los logros, que van más allá de los discos de Sex Pistols, The Clash y Buzzcocks. Fue un movimiento continuista en lo musical, pero demostró que el acto creativo estaba al alcance de los parias sociales. Kurt Cobain, que estaba en contra de la homofobia y a favor del feminismo, denominaba a su música como punk. Una de las cosas que hizo fue dar visibilidad al colectivo de bandas de mujeres conocidas como riot grrrls. Ellas protagonizaron la segunda ola feminista que hubo en la música pop. Sus inspiradoras fueron las mujeres del punk del 77, que rechazaron el rol dictaminado por los hombres y se vistieron para intimidar, no para gustar, y escribieron sus propias letras hablando de temas que les atañían como mujeres. Tocaron los instrumentos que quisieron y a veces se agruparon en bandas donde solamente había mujeres, de la misma manera que durante varios lustros habían existido centenares de bandas compuestas únicamente por hombres.
La ex Sonic Youth Kim Gordon llevaba una camiseta donde ponía: “El punk lo inventaron las mujeres, no Inglaterra”. Y así fue: allí estaban Patti Smith, The Slits, Siouxsie, Chrissie Hynde, Helen Of Troy, Sue Catwoman, Jordan, Gaye Advert, Jayne County, The Raincoats, Poly Styrene, Pauline Murray y, por supuesto, Vivienne Westwood, la modista que diseñó la indumentaria que definió esta manifestación musical y social. Así que no, el punk no consistió solamente en echarle cojones, como afirma el artículo de Badenas. También fue una cuestión de echarle coño. Porque si de verdad queda una expresión subversiva y verdaderamente punk es en este mundo, esa es la palabra coño. Coño entendido siempre como la antítesis del “¡se sienten, coño!”.