Estas cosas me vienen al recuerdo ahora, cuando leo el último libro del periodista norteamericano Chuck Klosterman, una crónica cargada de anécdotas que se titula Los noventa y que acaba de publicar Península en castellano. Porque si hay una música que definió los 90, esa fue, sin duda la que dio nombre de chocolatina a un movimiento generacional: grunge; una música sucia y cantada con desgana que nació en Seattle, la ciudad del Pacífico donde una torre futurista iluminó las andanzas de aquellos grupos cuyo sonido no se diferenciaba mucho del centrifugado de una lavadora.
Nirvana, el grupo de Cobain, así como Pearl Jam y Alice in Chains y Soundgarden fueron algunos de los grupos más reconocidos de la ciudad. Según cuenta Klosterman en su crónica, muchos grupos de rock se desplazaron hasta Seattle por la sencilla razón de que las discográficas grababan todo lo que salía de una ciudad que hasta la llegada del grunge era famosa por la cantidad de café que se bebía en ella.
Resulta curioso que el Spaghetti Western de Alex Cox en el que actuaba Courtney Love trate de una banda de delincuentes que llegan a un poblado del Oeste donde los asesinos son adictos al café. La película, rodada a finales de los 80, es un aperitivo de lo que va a ser la siguiente década, un continuo desvarío donde el corcho se hunde y el plomo flota, donde el mejor golfista -Tiger Woods- va a ser un negro y el mejor rapero -Eminem- un blanco; una década donde Internet aún no dominaba los hogares y la MTV proponía y disponía del mercado musical como si el mercado musical fuera lo que siempre ha sido: un mercado de valores.
Al final, Cobain consiguió manchar la década con la misma suciedad de sangre que manchó su camisa tras ajustarse a la cabeza el cañón de su escopeta: una Remington calibre 22. El maquillaje corrido de lágrimas de Courtney Love dio buena cuenta del impacto.