El día que mataron a Kennedy yo aún no había nacido. Pero sí que recuerdo el día que mataron a John Lennon, pues me estaba mojando unas galletas en el café del desayuno y mi madre tenía la radio puesta, el transistor como lo llamaba ella, encima de la nevera. Y dieron la noticia. También puedo recordar la primera vez que escuché a Bob Dylan; fue en el coche de mi padre, un Citroën Dyane 6 descapotable de color blanco que llevaba una pegatina del símbolo hippie en el cristal trasero con la consigna: Fate l'amore non fate la guerra. Mi viejo siempre tuvo cierta tendencia contracultureta, por eso aquel verano nos dio el viaje a la playa escuchando el Desire, último disco de Bob Dylan hasta entonces.

Al principio, Bob Dylan me pareció algo cansino con aquella voz que cantaba como si estuviera constipado. Mi hermana y yo queríamos escuchar la cinta de Los payasos de la tele, pero mi viejo como que ni puto caso. Cuando llegamos a la playa, yo ya me sabía las todas canciones de memoria, incluso me gustaban dos de ellas: Hurricane y One More Cup of Coffee, esta última cantada a dúo con la voz susurrante de Emmylou Harris, quien también hacía coros en otras canciones del disco. 

Años después, cuando empecé a estudiar inglés lo hice con un diccionario, y la canción Hurricane de Dylan fue la primera que traduje. Me di cuenta de su valor literario. Dylan era un contador de historias que arrancaba Hurricane con los disparos en la noche del bar y el cadáver del camarero tendido en un charco de sangre; un triple homicidio del que se le acusa a Rubin Hurricane Carter, el boxeador que se come el marrón por ser negro. 

Una historia basada en hechos reales que Dylan interpreta con la rabia del que escribe una crónica negra sin concesiones. Esa fue la primera que traduje, ya digo, luego llegaron las demás, entre ellas Like a Rolling Stone, la historia de una chica que lo perdió todo y acabó haciéndose la calle, y de la que Jimi Hendrix se enamoró por ser él también otro bala perdida. Eh nena...¿te gustaría hacer un trato? le canta Hendrix, entre risas, devolviendo el doble sentido a su propuesta callejera; una canción que empieza con el “erase una vez” de los cuentos, cuando ella vestía muy elegante.  

“La primera vez que escuché a Bob Dylan sentí ese golpe de tambor que sonaba como si alguien hubiera abierto de una patada la puerta de tu mente”, dijo Springsteen durante la ceremonia de ingreso de Dylan en el Salón de la Fama del Rock. Yo no llegué tan lejos, pero, con el tiempo, y gracias a Dylan, me di cuenta de que se podían cantar otras canciones cuyas letras no fuesen las de siempre. Letras que influyesen tanto en el espíritu de la época que, incluso, lo transformasen. 

Ahora leo la biografía de la canción Like a Rolling Stone escrita por Greil Marcus, el periodista musical más ingenioso de nuestro tiempo. La leo a la vez que escucho Shadow Kingdom, el último disco de Dylan recién editado por Sony, un álbum de 14 temas que son los mismos que recoge la película documental con el cantautor dirigida por la cineasta israelí-estadounidense Alma Har´el. Un aperitivo de lo que va a venir cuando Dylan aparezca por nuestro país, de aquí a unos días.