Cakes da Killa es uno de los mayores exponentes de la cultura ballroom. Es una subcultura LGTBIQ+ afro y latina que reivindica el vestir con ropa del género opuesto y nació del racismo de los circuitos originarios de los concursos de drag queen. “La ballroom ha sido muy importante para mí porque como persona queer que ha crecido en EEUU, antes de las redes sociales, si querías ver a alguien negro o trans que se pareciera ahí, tenías que ir a las casas. No había barrios gays en todas las ciudades”, asegura el rapero en videollamada con elDiario.es. “Ibas y veías bailes de salón o gente haciendo voguing [bailar contorneando el cuerpo como si fuese un desfile de moda]. Es algo que me ha influenciado muchísimo como artista”, cuenta.
En su última maqueta, de finales de 2022, el artista de origen neoyorquino escribe sobre tener citas bajo la lente de un svengali —así se titula álbum—, el cual es un hipnotizador que manipula a los demás. Según Cakes da Killa, ha habido relaciones en las que ha tenido que deducir si estaba saliendo con un svengali o si realmente lo es él. “Quería hacer algo honesto. Que combinara todas las cosas que me gustan musicalmente y que fuera fresco”, explica sobre sus intenciones musicales. “Cuando trabajo en los álbumes, tengo que vivir y existir en el mundo durante un tiempo y luego descubrir lo que intento decir”, cuenta sobre su proceso creativo. Eso sí, al ser preguntado por qué canción recomendaría, va hacia su pasado con Don Dada. “¡Pero todas son buenísimas, eh!”, dice riéndose.
En el plano musical, Cakes da Killa destaca por romper barreras y combinar estilos. Muchas veces, mezcla el hip hop con el house. “El hip hop siempre se ha mezclado. Lo hago con la electrónica porque me encantan los clubs y la vida nocturna, pero también el rap”, explica y añade: “Quiero hacer canciones que definan mi vida. Soy underground, pero no haría canciones de drill si no es un estilo que se asocia a mis vivencias”.
Del rap siempre se ha dicho que es el storyteller de los barrios de las ciudades. Cakes asegura que es lo que más le gusta de este estilo y reivindica la importancia del contenido de lo que se dice: “En la música está bien decir tonterías de vez en cuando, pero el mensaje es muy importante”. “Hay mucha música que no habla de nada porque es cierto que mucha gente quiere disociar y desconectar de su vida. Yo todavía creo que es necesario dar a la gente también la realidad porque, como artista, se supone que debe ser un espejo, mostrar lo que está pasando”, explica.
Cuando Cakes da Killa empezó a componer en 2010, el mundo de la música urbana era diferente. Se hacía extraño ver a un joven negro y gay haciendo lo que quería en sus videoclips a la vez que tenía un estilo proviniente del rap más clásico. A esto lo define como hip hop rules [reglas del hip hop]: “Había un montón de puristas que hacían ver que un artista de rap se suponía heterosexual y muy masculino. Con el tiempo esto ha ido cambiando y la gente tiene la mente mucho más abierta, sobre todo las generaciones jóvenes”.
Para él, en realidad, esto va en línea con las raíces del hip hop: “Puede parecer que hayamos sido los artistas quienes lo hayamos cambiado, pero esto va en la esencia del hip hop. El hip hop es música punk. Es como 'me da igual todo'. Originalmente el hip hop nació contra el establishment, cuestionándolo. Cuando empecé a hacer música, la gente era mucho más homófoba. Ahora tiene que ser cada vez más inclusivo”. Eso sí, aunque la situación vaya a mejor, “no significa que no siga habiendo homófobos o tránsfobos”.
Al ser preguntado por sus inicios como artista y si ha sentido prejuicios, Cakes da Killa asegura que fue irrelevante. “Me daba igual si no le gustaba a la gente, sobre todo si era por mi forma de ser o mi condición sexual. Tienes que estar seguro de lo que haces, la gente te va a criticar igual”, apostila.
Él, como otros artistas es ya un referente para las personas queer. Su presencia en la escena y en los medios de comunicación estadounidenses ha hecho que se empezase a normalizar que personas homosexuales hiciesen música urbana. Dice que “es importante visibilizar nuestra existencia, pero aún hay mucho drama”. En este sentido, desvela a elDiario.es que en los Países Bajos sufrió una agresión por su condición sexual, considerando el acto como “gay bashed”. “Nunca pensé que me pasaría a mí”, confiesa y añade que “las personas queer deben ser conscientes de estos hechos y protegerse a sí mismas”.
“Aunque progresemos como comunidad mundial, todavía hay mucha gente a la que no le gustas solo por cómo perciben tu sexualidad, o incluso tu tono de piel”, continúa Cakes da Killa. Preguntado por si cree que, al reivindicar estas injusticias, su música es política, contesta: “Creo que mi música es política solo porque yo existo de forma implícita y porque me importa una mierda lo que piense la gente sobre mí”. “No me considero un artista político, pero ser honesto y yo mismo es político en sí mismo”, añade.
Al ser preguntado sobre la homofobia en estos países, relata: “He estado en muchos lugares considerados homófobos, como Eslovaquia, pero la homofobia está latente en países más progresistas como EEUU o España. No es un problema de un país en concreto, es mundial y estructural”.
Sobre el racismo, cree que es una materia en la que hay que seguir educando a la gente y que aún no está erradicado. Cuenta una anécdota de su paso por el Sónar: “Estábamos de tapas en Barcelona y una mujer española blanca le tocó el pelo a mi amigo asombrada. En primer lugar, no le tocas el pelo a la gente que no conoces y, en segundo lugar, da pereza tener que reincidir siempre en las mismas cosas. Es tan simple como tratar a la gente como te gustaría que te tratasen. Si mi amigo le tocase el pelo así a la chica rubia, la situación sería diferente”.