Ese es el dudoso honor que le han dado allí a Passages, la nueva película de Ira Sachs en la que el director ofrece una brillante mirada a las relaciones tóxicas a través de un triángulo amoroso entre un matrimonio de dos hombres y la amante de uno de ellos. Un trío lleno de sexo que ha escandalizado en EEUU. En España tiene la misma calificación que Oppenheimer, no recomendada para menores de 12 años. El sexo es importante en Passages, y lo es de una forma narrativa. En sus encuentros se muestra cómo varían las relaciones de poder entre ellos. Sachs es capaz de sacar erotismo sin renunciar a su brillante disección de lo violenta que puede ser cualquier relación sentimental.
Es, también, el retrato de un vampiro emocional. Uno de esos agujeros negros que chupan la energía de quienes están a su lado, pero uno con un carisma y un sex appeal tan grande que todos caerían en sus redes. Es el personaje al que da vida Franz Rogowski, uno de los mejores actores europeos del momento, que interpreta a un director de cine manipulador y que mendiga cariño. Un imán del que uno no puede quitar los ojos. Es increíble su capacidad de seducir a todos con un personaje tan despreciable. Una labor a la que ayuda el inteligente guion de Sachs.
El realizador no entiende la decisión de la calificación por edades puesta en EEUU y pone de ejemplo esa “brecha de cinco años” respecto a la española. “Me preocupa que este tipo de calificación envíe una señal a otros cineastas para que no se permitan imágenes que sean honestas con la experiencia queer. Creo que lo que realmente dice esa clasificación es, ‘cuidado, el Gran Hermano te está mirando’”, explica.
Sobre sus escenas de sexo, de una intensidad dramática y un realismo pocas veces visto, se quita mérito. “Yo hice que sucedieran, pero no fui yo el responsable”, dice y subraya que lo importante es que “los actores tengan voz” en estas escenas. Por eso él no se muestra cómodo con la figura del coordinador de intimidad, ya que cree que también es importante que los intérpretes tengan capacidad de improvisación en esas escenas, y una tercera persona complica esa posibilidad.
Ira Sachs cree que lo que él aporta como director es “la mirada de un hombre gay”, y que eso “es significativo en la película”. “Lo que intento hacer es comprender los límites de los actores y luego proceder a partir de ahí. Así que existe una confianza entre ellos y yo. Mi estrategia es que la cámara sea un observador, pero no un participante. Y creo que eso es significativo en el sentido de que sientes que estás mirando a estos personajes, pero también te excluye de alguna manera”, subraya.
Passages nació, como muchas películas que vemos ahora, durante la pandemia. Ira Sachs quiso hacer una película que reflejara su “deseo de intimidad”. Ahí surgió una historia que debía cumplir otro requisito, “estar llena de deseo”. También fue durante la pandemia cuando muchas parejas, obligada a convivir 24 horas, vieron cómo se dibujaban de forma más clara las dinámicas de poder que operan en cualquier relación humana. “Como cineasta creo que es ahí donde radica el drama, en la dinámica cambiante entre dos personas en relación con el poder”, aclara.
En esas dinámicas afecta, aunque el cine no suela prestar atención a ello, la clase social. En Passages es claro. La condescendencia de ellos hacia ella; de una clase más humilde, su forma de tratarla. Para Sachs no hay duda: “No puedes describir un personaje sin tener en cuenta su clase”. “La relación de uno con la economía, el trabajo y las cosas materiales definen quién eres en el mundo. Y creo que es significativo que la mujer de la película sea de una clase diferente a la de los dos hombres. En cierto modo, ella es vulnerable a la violencia debido a esa diferencia. Cuando entra en la casa de los dos hombres al final de la película quieres que salga de ahí porque de alguna manera ella está en verdadero peligro. Allí no hay protección para ella, y creo que es, en gran medida, una cuestión de clase y de género”, subraya.
Ahí entra otra de las cuestiones de la película, la masculinidad tóxica que también aparece en este triángulo amoroso. Confiesa que él se identifica más como “artista, como persona gay o como judío” que como "hombre", y sin embargo el poder que le otorga serlo está ahí. “En realidad es mi masculinidad la que ocupa el primer lugar en el mundo. Como si ser hombre fuera la forma de entrar a una habitación. Creo que esta película es una exploración de mi propia posición como hombre en el mundo y sobre pensar qué hago con ese poder, qué hago con esa posición”. No es de extrañar que Passages nazca también de la experiencia vivida durante la era Trump, cuya masculinidad manchó todo: “Creo que vivir bajo el mandato de Trump me hizo pensar sobre lo que significa estar bajo la sombra de un hombre con poder”.