Así lo asegura David Verdaguer (Verano 1993), su intérprete. El humo del cigarro alcanza el micrófono antes de arrancar una actuación y Eugenio reflexiona sobre su vida, que Saben aquell recrea a modo de largo flashback como tantos biopics antes que él. Es un tópico del que se reía el inicio de la película Dewey Cox para parodiar los biopics musicales a los que tan dado es Hollywood. De En la cuerda floja con Johnny Cash a Bohemian Rhapsody con Queen. Porque el biopic es un género sumamente acotado, encorsetado, que David Trueba en tanto a director debía llevarse a su terreno. “Tenía que intentar hacer bien las cosas que a menudo salen mal”, explica el director de Vivir es fácil con los ojos cerrados.
“Hacer un biopic es como atravesar un campo de minas”. Trueba era consciente, en primer lugar, de que Verdaguer debía hacer reír. “Eugenio era un humorista, si no podíamos hacer reír al espectador estábamos perdidos”. Así que pensó en “los elementos que funcionan siempre en las películas de Hollywood” —a lo largo de la charla brotan los títulos de Lenny con Dustin Hoffman o Man on the Moon con Jim Carrey, en torno a Lenny Bruce y Andy Kaufman—, y se preocupó por tener “una atmósfera creíble y unas buenas caracterizaciones”. Esto último apelaba a Carolina Yuste como Conchita y, claro, a Verdaguer como Eugenio.
¿Cómo se puede separar imitación de interpretación a la hora de emular a Eugenio, un tipo al que todos hemos visto en la tele, y no convertir la película en Tu cara me suena?
David Verdaguer: Trueba me dijo que no me agobiara con la imitación, que respetara las pausas en los chistes y poco más. Sí me obsesionaba mucho su tono de voz, pero en el momento en que entendí que solo era un señor triste, soy el catalán más triste del cine español, así que estaba preparado, todo fue más sencillo. Si solo fuera una imitación, alejaríamos al espectador pero el mayor mérito está en el guion. El guion tiene muchos chistes y estos añaden capas a la historia, por ejemplo con el de “el doctor me ha dado dos meses de vida, ¿podría ser julio y agosto?”, cuando Conchita enferma de cáncer. La presencia de Conchita es básica. Yo puedo estar con cara de truño toda la película, pero entiendes lo que le pasa a través de la gente de alrededor. Hay una escena donde su hijo le pregunta si a su madre se le va a caer el pelo por la quimioterapia, y Eugenio responde con un chiste.
¿Era la forma de relacionarse de Eugenio?
D.V.: O de no relacionarse, más bien.
David Trueba: Yo vi muchas entrevistas con Eugenio y era un hombre que ponía una barrera de tal dimensión ante los periodistas que estos salían frustrados. Ellos intentaban que Eugenio hablara de sí mismo y se reencontraban con el personaje, aún más oscuro que en el escenario. Era un tipo que se ocultaba.
Saben aquell funciona especialmente bien como biopic porque no es tanto la historia de Eugenio como la de Eugenio y Conchita.
D.V.: Claro, es una historia de amor.
D.T.: Aún no he podido ver la película de Sofia Coppola sobre Priscilla Presley, pero imagino que surge de la frustración de ver películas sobre Elvis donde ella solo es una figurante. Si haces una película, tienes que preocuparte por reflejar qué sienten los personajes secundarios, pero en este caso hablábamos además de una pareja profesional. Aquí era más fácil imaginar qué les pasaba en la cabeza a ambos, esa sensación de “cada día que me va bien a mí es un día menos en la carrera de mi mujer”. Martin Scorsese intentó tratar eso en una de sus películas más fallidas, New York, New York. Cómo el éxito de uno consume el éxito del otro.
La película me recuerda mucho a un biopic musical, pues la música impulsa la trama y las actuaciones casi están rodadas como números musicales.
D.V.: Los chistes de Eugenio eran chistes muy musicales. Tenían una partitura muy heavy. Con ese ritmo, esos silencios…
D.T.: La música es decisiva porque ambos empiezan cantando, Eugenio y Conchita, y Eugenio se convierte en humorista durante las pausas entre canción y canción. Aprende a hacer reír a la gente mientras afina la guitarra o coloca la cejilla. Las actuaciones parecen números musicales porque… yo le pregunté al hijo de Eugenio por qué él actuaba así, sentado en un taburete, nada de stand-up, y me dijo que era porque lo usaba para cantar. De no ser así, no habría hecho sus espectáculos con la mesa al lado, el cenicero y el cubata.
¿No es Eugenio una figura exótica hoy en día, tan centrada en contar chistes del acervo popular? ¿Creen que las nuevas generaciones pueden conectar con alguien así?
D.V.: Trueba ha conseguido que la película funcione conozcas a Eugenio o no. Pero esto es como todo; cuanto más sepas del juego más lo vas a disfrutar. Objetivamente creo que esta película está destinada a gente de 36 años en adelante, aunque no perdemos la esperanza de superar en taquilla a La monja 2…
D.T.: (Risas) Tampoco te creas. La gente con veintipocos años, que tiene relaciones y un despertar laboral al mismo tiempo que la convivencia, sabe lo complicado que es compatibilizar la carrera y la pareja. Esto es algo de lo que la película habla mucho a través de Eugenio y Conchita. Si tu pareja no entiende el trabajo que desempeñas no puede ser pareja tuya, seas ingeniero aeronáutico o actor o humorista. La película plantea este conflicto y todo el mundo puede empatizar con él.
Saben aquell enfatiza que el humor de Eugenio era apolítico, pero el hecho de que la película sea hablada casi íntegramente en catalán es político en sí mismo. ¿Creen que el humor puede ser realmente apolítico en algún caso?
D.T.: Eugenio era una persona de marcadísimo acento catalán que incorporó el “saben aquell que diu” a la cultura popular y no hizo el mínimo esfuerzo por encubrir su identidad. Triunfó en España, pero no renunció a la catalanidad. Y también tenemos a Conchita, que llega a Barcelona procedente de Huelva con 17 años y sabiendo hablar y cantar perfectamente en catalán. El repertorio de su grupo, Els dos, era mayoritariamente en catalán.
D.V.: Todo es político. Ahora bien, si alguien se enfada por que Eugenio hable en catalán…
D.T.: Hoy todo esto nos llama la atención, pero en aquel momento no era un tema de discusión. ¿Por qué quiso empezar a hablar catalán esa mujer de Huelva? Pues por la misma pulsión que debería mover las discusiones en todo el mundo: generosidad. Las lenguas se aprenden por generosidad. Si no eres capaz de creer que los demás pueden aportarte cosas, te vas a ir cerrando. Y ese es el mundo en el que vivimos hoy día, el del móvil y las burbujas. Pero el mundo también puede ser ir a los sitios, dejarte contaminar. No hacer turismo sino conocerlo todo. Eso me interesaba mucho de Eugenio, cómo recorría España con su acento y cómo era admitido en todas partes, celebrado y festejado. Quizá porque el catalán entonces no estaba asociado al humor y él aportaba un elemento distintivo.
D.V.: Claro, de descoloque.
D.T.: El humor era más de índole andaluz en aquel entonces. ¿Me iba a hacer reír un señor de negro, serio, con gafas y fumando, que además hablaba en catalán?
Por otra parte, David Trueba es madrileño, y curiosamente el cine de los Trueba (en especial el de Fernando y su hijo Jonás) es inseparable de la iconografía de Madrid.
D.T.: A mí en Cataluña me conocen como un madrileño permeable. Claro que soy totalmente madrileño, vengo de Estrecho, pero este barrio ha estado poblado históricamente por inmigrantes, y yo todo esto siempre lo he vivido como un enriquecimiento. Como madrileño nunca he tenido miedo de las lenguas, porque precisamente lo que me enamora de España es su variedad. Una de las cosas más bonitas de este país es su variedad de climas dentro de una península relativamente pequeña, una variedad que afecta al carácter de las personas. Porque eso es lo que más influye a las personas, el clima. No tanto otros elementos que se quieran entender como definitorios, más relacionados con el patriotismo.
El cine catalán vive un momento de explosión del que el propio David Verdaguer ha sido partícipe, en los trabajos de Carla Simón o Carlos Marqués-Marcet. ¿Cómo valoran esta tendencia?
D.T.: Los gobiernos autonómicos han entendido bien la importancia del cine y han apostado seriamente por él. Todos han conseguido significarse en España. Los gobiernos vasco, catalán, gallego y andaluz lo han entendido y le han dado recursos. Algo que es evidente cuando ves Verano 1993, o ahora O corno, o las películas de Alberto Rodríguez en Andalucía. Son películas que contribuyen a que los españoles entiendan la música del acento y la lengua propia, pero también el carácter, los conflictos particulares… Todo para que el cine no deje de ser, y esto los americanos siempre lo han entendido mejor que nadie, una lluvia. Una lluvia que no sabes bien de dónde ha caído, pero que de pronto te ha calado.