Aquella escena fue el punto de partida de la que, siete años después, se ha convertido en la nueva novela de Sabina Urraca, En celo (Alfaguara).
La autora de Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017) y Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de Trapo, 2021) narra ahora una historia impregnada de oralidad en la que la sexualidad, el maltrato, la terapia y las contradicciones que entraña el ser humano se entrelazan para seguir a la Humana, su protagonista, una mujer de 32 años que ya no desea. “Ser víctima de maltrato no te convierte en un trapito tembloroso puesto a secar”, explica a este periódico la también editora, responsable de la colección 2023-2024 de Caballo de Troya, sobre cómo se ha alejado del reduccionista modelo de 'víctima perfecta'.
¿Por qué una novela sobre la ‘animalidad’ del deseo?
La animalidad del deseo no es solo el deseo sexual. El celo al que me refiero sí que parte de un animal, pero se va a haciendo extensible al humano. Que es también la pulsión romántica, las ataduras tanto a nivel sexoafectivo como en la familia, la animalidad con la que muchas veces nos movemos por la vida, hormonal, instintiva.
Escribe desde la entraña, de la víscera, ¿hizo una reflexión sobre contar esta historia desde ahí?
La animalidad del cuerpo, y todos estos procesos, incluso la escatología, están presentes en todo lo que escribo porque lo están en la vida. Para mi el cuerpo sigue siendo una sorpresa absoluta, una extrañeza perpetua. Desde pequeña. No me hizo falta llegar a la pubertad para extrañarme con mi propio cuerpo, siento que he vivido siempre extrañada hacia sus procesos, las cosas raras que hace. No digo: “Voy a escribir cosas asquerosas”. Es que para mí el cuerpo y la vida son asquerosos en el peor y mejor sentido de la palabra.
Habla del poder sexual como la Fuerza, algo que generalmente se vincula más al hombre, pero aquí traslada a la fuerza de la mujer. ¿Es inevitable ir perdiéndola a lo largo de la vida?
No hablo de la fuerza sexual de las mujeres, sino de la de “La Humana”. No puedo hablar por todas. Ella llama así a su poder sexual, pero es un personaje muy particular. Tiene orgasmos simplemente con cerrar los ojos y pensar en sus tetas. No es algo con lo que sienta que estoy representando a todas las mujeres y su fuerza sexual en la adolescencia. Las experiencias de cada persona son diferentes. Sabía que en un momento dado ella iba a ser despojada de su sexualidad, le iba a ser robada por medio de un maleficio psicológico.
Una maldición que uso como metáfora cuando Úrsula le roba la voz a la Sirenita y ella se echa las manos a la garganta. La metáfora, aunque resulte un poco infantil, era importante porque Disney me parece la raíz de un montón de cosas; la Humana tiene un superpoder sobre su sexualidad que cuando le es robado, resulta más impactante. Era importante cargar las tintas, generar un personaje que tuviese una sexualidad bestial y poder sobre su cuerpo; para que cuando fuese despojada de él, resultase más doloroso e impactante.
¿Por qué están el amor y la violencia tan ligados?
No solo amor y violencia están ligados, la vida y la violencia lo están. Intentamos que no, porque lo deseable es que la violencia no lo esté. Y no solo la física, sino la que en el día a día parece que está soterrada. Es como si todos estuviésemos fingiendo ser seres humanos y en realidad fuésemos animales. Está presente en la familia desde que somos pequeños, en el trabajo, en la amistad. El amor romántico es una construcción humana, pero la sexualidad sí que es algo animal. El deseo, la pertenencia, la entrega del cuerpo y desde dónde se hace, ahí es inevitable que surja la violencia, la animalidad.
El maltrato aparece en el libro como una “maldición”, cuyas víctimas no siguen el patrón que a menudo parece impuesto sobre cómo ha de ser la ‘víctima perfecta’.
Si todos los casos fueran iguales, serían más fácilmente detectables, ayudables, pero es que cada uno es un mundo. Por eso cada personaje es completamente diferente. Incluso entre ellas hay discordancias. Se dicen: “Lo que has vivido casi no es maltrato” o “no tienes ni idea, lo que yo he vivido es lo peor”. En el libro hay momentos en los que ellas compiten y las terapeutas tienen que bajar el ambiente caldeado.
Es como casi descalificar las historias de las otras. Que sean víctimas no quiere decir que sean trapitos puestos a secar temblorosos. Algunas tienen mucha potencia. Me interesaba mostrar que puedes haber vivido cosas de estas y seguir siendo una persona ultrapotente, tener muchísimo carácter y violencia acumulada dentro. En un momento dado, quién no te dice que tú vayas a ser violenta a la vez. No necesariamente físicamente, pero sí verbal. Es de cajón. Lo tenemos todo el mundo, no hace falta que nos haya pasado algo así.
Si todos los casos de maltrato fueran iguales, serían más fácilmente detectables, pero es que cada uno es un mundo
¿Cuánto hay de herramienta de control en que hasta cuando te ha pasado algo horrible, tengas que ser perfecta en lo horrible que te ha pasado?
Todo es muy dogmático ahora mismo, tendemos al maniqueísmo absoluto. Tienes que pensar una cosa o la contraria, cuando en realidad todo se mezcla, como dice mucho el personaje de Mecha en el libro. Ella es adicta a su pareja como si fuese una droga, y no puede dejarlo aunque sea alguien que puede que acabe con su vida en algún momento. Me parecía interesante mostrar esta contradicción porque los seres humanos somos así. No nos entendemos ni a nosotros mismos.
Lo pensé viendo la serie Mi reno de peluche. Empiezan a salir ficciones en las que el personaje no es una víctima perfecta, sino que la caga muchísimas veces. Hace cosas absolutamente terribles, reprochables. El problema con respecto a legislar el consentimiento y muchas de estas cosas, es que el ser humano es complejísimo en todas sus relaciones con el mundo. Y con respecto a la sexualidad y las relaciones humanas, es ultracomplejo. ¿Cómo vas a legislar? ¿Cómo vas a tenerlo claro? Es todo un reto. Aunque obviamente hay que hacerlo.
Empiezan a salir ficciones en las que el personaje no es una víctima perfecta, sino que la caga muchísimas veces. Hace cosas absolutamente terribles, reprochables
¿Cuánto le preocupa que mostrar esta complejidad pueda provocar que sus personajes no conecten o no caigan bien?
No me interesa en absoluto que los personajes caigan bien. En un momento puedo necesitarlo. Me da igual cómo caigan, yo estoy contando una historia. ¿Qué es caer bien? Incluso a los amigos a los que adoro con toda mi alma, hay veces que les mataría. Las relaciones humanas son así de complejas. Intento que mis personajes lo sean. Cuando leo, no necesito que un personaje me caiga bien para seguir adelante con él. Me he enamorado de algunos repugnantes, no hace falta que sean amables, morales, maravillosos. Es ficción, para eso está, para que pueda enamorarme de un asesino si me apetece.
¿Deberíamos romper con el dualismo de que todo es o bueno o malo, o súper de Vox o súper de izquierdas? ¿Hasta qué punto es perjudicial?
Opinar constantemente sobre algo me cuesta muchísimo. Hay cosas que no me hace falta pensar demasiado para tener una opinión, pero hay veces que dudo. Y la duda es algo que ahora mismo casi no tiene cabida. En redes sociales vivimos esta ilusión como si todos fuésemos famosos y todo el mundo estuviese observando y juzgando lo que decimos. Que es algo un poco absurdo, porque constantemente tenemos que tener una opinión formada, sin matices. Que muchas veces es un titular, y un titular no es una opinión, que esto es algo muy peligroso.
Yo soy muy bocachancla, alguna vez me he metido en berenjenales, y lo paso mal; aunque cada vez menos porque pienso que es relativo y se olvida. Pero veo muchas veces con gran pesar el grandísimo cuidado que tienen que tener algunos compañeros míos escritores, periodistas… Que saben que vivimos en una sociedad que desprecia los matices. No hablo de moderación política, que en ciertas situaciones en cuanto a la opinión está bien, pero no creo que haya que estar siempre controlándose por educación. No.
Sabina Aurraca, autora de 'En celo'Y luego está el riesgo al linchamiento.
Le damos demasiada importancia al linchamiento. Obviamente me gusta caer bien y gustar a la gente que me gusta, pero estamos absolutamente encadenadas al gustar. No pasa nada si tienes malas opiniones. No hay que tomarse en serio ni a alguien que te denosta absolutamente ni el aplauso constante, que tampoco es real y no aporta nada. Intento no hacer caso ni a lo malo, como un tipo que se ponga en un foro enfurecido por una columna que haya escrito; ni la euforia del 'me aman' porque ahí se te van toda la energía y la vida. El objetivo es estar en calma.
A la vez vivimos un momento político, especialmente con los pactos de PP y Vox que se dieron tras las últimas elecciones autonómicas, en el que la cultura está en la diana. La sociedad pide a las figuras públicas que se pronuncien como medida de protección frente a quienes intentan restar libertad de expresión. ¿Es un contexto fácil para no dar importancia a la repercusión de sus palabras?
Ahí no hay moderación, son delincuentes absolutos. A la hora de escribir ficción, me parece importantísimo estar centrada en lo tuyo, en la historia que quieres contar. Y no en agenda política, temas candentes. De hecho, uno de los peligros que veo en la literatura es que inevitablemente todo se reduce a temas. Un libro cuesta muchísimo escribirlo como para que luego se quede en este reduccionismo.
No he escrito esta novela pensando en temas, los temas me dan igual. Pero vivimos sumergidos en esta sociedad en la que todo son hashtag, todo se reduce a “esto va de esto” y hacerle eso a la literatura es peligrosísimo. Porque la literatura es contradictoria, yo siento que debe serlo, ambigua, y no ir de un tema. Un tema no es una novela, ni una película. Un tema puede ser un documental, un ensayo, un reportaje, pero creo que se están mezclando. Que las redes sociales y la opinión pública constante tienen que ver con que a la literatura se le exige una opinión, una posición, unos temas. Y esto es superpeligroso.
No hay que tomarse en serio el linchamiento ni el aplauso constante
Y que no puede ser real, ¿cómo va a hablar una novela de 300 páginas de una sola cosa?
Exactamente. O cómo en una novela, que es otro peligro, todos tus personajes van a actuar según tus opiniones, tu criterio y tu moral. Una cosa es cómo soy yo en mi vida y otra lo que hacen los personajes de mi novela. No tiene nada que ver. Hay cosas que hacen que me parecen mal. ¿Y qué pasa? Es como si la ficción se anulase.
Muchas veces pienso en poner en el inicio de mis libros, como hacen en algunos documentales: “La autora no se responsabiliza de las opiniones que vierten las personas que aparecen”. Yo no me responsabilizo de las opiniones ni de los actos que llevan a cabo mis personajes. Es ficción. No representan lo que opino, y no tienen por qué hacerlo. Para mí no son un estandarte que llevo. Mi novela no es mi ideología, es una novela y ya está.
¿Es algo que tiene que aclarar mucho?
Todo el tiempo. Me han pasado cosas tan locas como que ya no es que lo piensen y me lo pregunten, sino que lo dan por hecho. Que para mi es rarísimo y un poco descorazonador, porque he currado bastante en construir a este personaje. También es un logro hablar de ti, pero he hecho otra cosa. Supongo que cada vez me darán menos la lata con eso. Cuanto mayor te haces… Espero y estoy deseando ser una señora respetable y siento que cada vez me lo van a preguntar y se va a pensar menos. Es una tendencia actual que pasa porque parece que abres un libro y piensas que te va a dar un cotilleo. Si sabes cosas de la vida personal de la autora hay un: “¡Ah! Me voy a enterar de la verdad”.
¿Puede tener que ver con que en los últimos años ha habido mucha autoficción escrita por mujeres?
Los hombres lo han hecho todo el rato desde el principio de la literatura. Y yo no tengo por qué explicar si esto es autoficción, ficción completa o qué parte es autobiográfica, si es que la hay.