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Muere la artista Roberta Marrero, poeta indomable que sublimó la cultura travesti y el pop

Para conocer la biografía de Roberta Marrero, para conocerla a ella, mejor que leer la solapa de sus libros, o este obituario, es mejor leer su obra. Roberta fue un bebé verde. Así lo contó en su magnífico libro de escritura manual y dibujos del mismo nombre (Lunwerg Editores / Planeta, 2016). Nació un dos de marzo de 1972 en Las Palmas de Gran Canaria, siendo la pequeña de tres hermanos. Dos eventos marcaron su nacimiento, escribe, uno fue que nació de color verde porque se tragó “cosas que las mujeres expulsan al dar a luz” y el otro evento fue que al nacer todos dijeron que era un niño, “pero no, era una niña”.

Una de sus primeras historias familiares y que cuenta en El bebé verde tiene que ver con su tía Nina, la sepulturera, lo que refleja la querencia de Marrero por las cosas siniestras: la música oscura, los cementerios, los vampiros, Jiménez del Oso, Oscar Wilde, Joy Division, la Blavatsky, Bauhaus y el terror. “¡Siempre he sido gótica de corazón!”, exclamaba.

Y así, gótico-hispano, poético, electrónico, europop, a la vanguardia del peligro fue su excelente disco, aunque poco conocido e inencontrable en plataformas digitales, Claroscuro (Susurrando, 2007), con canciones tan conmovedoras, entonadas en su voz profunda, como Humano, demasiado humano. Hasta ese momento, Roberta Marrero era conocida en la escena musical como dj y su disco, que vino precedido de un epé promocional, titulado precisamente A la vanguardia del peligro (Susurrando, 2005), causó sensación.

El pop salvó su vida, como afirma en El bebé verde, y eso sucedió el día que vio a Boy George de Culture Club en la televisión española de 1983: “Ese día fue una revelación, una experiencia mística; había hombres que se maquillaban y se vestían de modo femenino”. El susurro al oído de las estrellas del pop, de Steve Strange a Siouxsie, de Marc Bolan a Pete Burns, le hizo descubrir que podría vestirse como quisiera, ser como quisiera, amar como quisiera.

Su primer libro ilustrado se tituló Dictadores (Ediciones Hidroavión, 2015). En una reciente entrevista en elDiario.es, realizada por su amiga Alan S. Portero, Roberta, lo calificó como “un libro que pasó muy desapercibido” en el que usó una imaginería que le “haría terminar en un juzgado en cuanto lo descubriese la persona indicada”. En la portada aparecía el dictador Francisco Franco con un lazo de Hello Kitty en la cabeza. “A pesar de que me atraiga la provocación, no es algo consciente, uso lo que uso porque me parece estéticamente interesante, bonito, no hay una intención política, aunque esa misma intención ya es hacer política, vuelvo de nuevo al punk”, explicó la artista.

Siguiendo algunas de las líneas abiertas en El bebé verde, Marrero publicó en 2018 We Can We Heroes: Una celebración de la cultura LGTBQ+, en el que, con referencia al Heroes de David Bowie en el título, la autora abordaba la contribución del colectivo LGTBQ+ a la cultura de las últimas décadas. En la portada, una miríada de rostros, desde Anohni Hegarty, Divine, García Lorca, Klaus Nomi o Genesis P-Orridge, absolutos referentes para ella.

Su primer poemario apareció en el año 22, Todo era por ser fuego. Poemas de chulos, trans y travestis (Continta me tienes), ahí hablaba de las desclasadas y ahondaba en la herida como motivo literario. Ella lo llamó “poesía sucia”, según explica en esta entrevista en El Salto y definió el libro como “callejero” y “arrabalero”, en el que se hablaba “de chulos” y “de semén”, que de hecho es la última palabra de la última página. “Son poemas en los que se hace alusiones a las canciones populares, que no pop, de Rocío Jurado, de Mocedades, las referencias a Pedro Lemebel, el lenguaje callejero de los chulos, de las travestis, de las navajas”, explicó en esa entrevista.

Marrero era una artista que basaba gran parte de su arte en ser referencial, generosa con su genealogía. “Me da pena [lo que ha pasado con] toda esta genealogía de lo indómito, que no se da solamente en los maricas, también las travestis de la calle, en el punk, ¡en Emily Dickinson!, que era una mujer salvaje y si nos vamos bien para atrás, Santa Teresa de Jesús también era una mujer fiera. Está bien querer acomodarse, no tengo nada en contra, no hace falta que todas seamos unas desatadas pero tampoco unas burguesas, al menos en las formas. La gente indomable sigue existiendo, pero no sale en los medios, nosotras salimos porque hablamos bien, porque no somos putas, es así de horrible pero es así, somos las buenas fieras”, le contó a Alana S. Portero en elDiario.es hace apenas tres semanas.

Derecho a cita ha sido su último libro publicado, dentro de un corpus en el que ha creado y expuesto mucha obra original y ha sido una artista total, indefinible únicamente por una de sus facetas. “He aquí mi cadáver”, dice el epígrafe del poemario, que queda ya como testamento y despedida, obligatoria lectura, para todos los que la admiraron y también para los que la desconocieron. “Si me encuentras muerta / cúbreme de flores, / mete un diamante en mi boca, pon un actriz de oro sobre mis tetas. / Haz una foto de mi cadáver / y ponla en un marco de plata, / enciende una vela en mi memoria. / Esta noche en este mundo / me maquillaré y me peinaré cuidadosamente”.

“Aquí más tristes y aburridas, pero en el limbo de las poetas ya brilla una nueva superestrella”, ha escrito Inés Plasencia al comunicar su despedida.

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