Del mismo modo, los elefantes mencionados resultaban grandes o pequeños respecto a la categoría de los elefantes. Las hormigas y los elefantes serían, respectivamente, las clases de comparación activadas en estos casos para relativizar el valor dimensional de los adjetivos.
Sin embargo, la cosa no resulta siempre tan sencilla: la clase de referencia no es necesariamente aquella que se relaciona con la palabra a la que acompaña el adjetivo. En “Pilar es alta”, por ejemplo, parecería absurdo relativizar respecto a la categoría de las Pilares. Más allá de esta situación absurda, resulta que, incluso, al decir que “Pilar es una mujer alta”, podemos tener dudas interpretativas de lo más sensatas: ¿es alta para ser mujer (y mide, por ejemplo, 1,76) o es alta como persona (y mide, por ejemplo 2,05)?
Encontrar cuál es la clase de referencia que está tratando de evocar un hablante es, en realidad, una labor muy compleja: va más allá de una simple decodificación lingüística e implica procesos inferenciales de carácter pragmático a los que solo se puede acceder cuando estas palabras aparecen en enunciados reales.
Aquello que nos lleva a inferir cuál es la categoría de referencia correcta respecto a la que relativizar el significado de estos adjetivos es la búsqueda de la mayor relevancia posible en las palabras de aquel que los emplea. Si alguien nos dice que su casa “está llena de hormigas, pero son muy pequeñas”, deducimos que estas son pequeñas como hormigas: sería raro que el hablante nos quisiera decir que son pequeñas respecto a la categoría general de los animales. El conocimiento de que las hormigas son unos animales pequeños es un conocimiento que todos compartimos y, por lo tanto, el uso del adjetivo dimensional no resultaría nada informativo.
Una hormiga grande siempre será más pequeña que un elefante pequeñoLa relevancia es una relación entre informatividad (o efectos cognitivos) y procesamiento (o esfuerzo cognitivo): nos guía hacia la interpretación que resulte más interesante siempre que esta no nos obligue a estrujarnos demasiado el cerebro.
Informar a alguien de que las hormigas son pequeñas respecto a la clase de los animales es, en casi cualquier contexto, totalmente innecesario. Sin embargo, en el caso de Pilar, la mujer alta, el contexto resultará determinante para que sea posible llegar a la interpretación más relevante: si unas amigas están intentando formar un equipo femenino de baloncesto, es probable que la altura se deba poner, en ese caso, en relación con la clase de las mujeres. Si se está intentando coger un gato que no puede bajar de la rama de un árbol, el contexto nos llevará, probablemente, a que la gran altura de Pilar solo sea relevante si estamos empleando la categoría general de las personas como clase de comparación.
La situación se puede complicar todavía más: si “Pilar es alta” se dice en el contexto del baloncesto profesional ruso, probablemente no estemos ante una mujer de 1,80: una mujer de 1,80 es, cuando activamos la clase ‘jugadoras profesionales de baloncesto en Rusia’, una mujer baja. La altura de Pilar, la jugadora de baloncesto residente en Moscú, debe, por lo tanto, contrastarse con una clase de comparación muy particular (que el oyente, si el intercambio comunicativo es exitoso, inferirá de forma natural al escuchar el enunciado).
En ocasiones la clase que actúa como referencia es una clase (algo difusa) relacionada con las dimensiones con las que solemos manejarnos las personas. No sería raro escuchar en un documental algo como lo que sigue: “Esa zona del espacio se encuentra repleta de pequeñas galaxias; pequeñas en términos astronómicos, porque, en realidad, son inmensas”. Como hemos explicado en los párrafos anteriores, inferimos que el adjetivo pequeñas deberá ser puesto en relación con la categoría de las galaxias. La afirmación de que las galaxias son inmensas, sin embargo, nos lleva a deducir que en ocasiones no relativizamos respecto a clases concretas de cosas, sino a una especie de conglomerado general en el que se incluyen de algún modo los elementos del mundo con los que interactuamos cotidianamente.
Los adjetivos dimensionales no están definidos con precisión: al igual que ocurre con el concepto montón (al que hacía referencia la paradoja clásica de Eubulides de Mileto)
El problema que planteamos en este artículo no termina con la selección de la clase de comparación adecuada a cada contexto. Una vez asumida esa idea, resulta inevitable que surjan preguntas como las siguientes: ¿qué implica que algo sea grande o alto respecto a una categoría determinada?, ¿es una hormiga grande más grande que el 50 % de las hormigas?, ¿es una jugadora de baloncesto alta más alta que la media de las jugadoras de baloncesto?
A grandes rasgos, podemos decir que es el prototipo de la clase que se evoque como referencia aquello que actúa como una especie de valor medio respecto al que establecer qué entidades están de un lado (y se consideran grandes, altas, anchas…) o de otro (y se consideran pequeñas, bajas, estrechas…): una hormiga pequeña es, en un contexto normal, de un tamaño menor que el prototipo que compartimos los hablantes (de una comunidad lingüística determinada) de la categoría hormiga. La diferencia dimensional deberá ser significativa para que «merezca la pena» emplear el adjetivo dimensional en cuestión, pues, evidentemente, los elementos que presentan un tamaño similar al del prototipo quedan en una especie de zona neutra ocupada por las entidades medianas: entidades que no son ni grandes ni pequeñas, ni altas ni bajas…
Esto nos debe llevar a una nueva pregunta: ¿a partir de qué diferencia con el prototipo sale una entidad de la zona neutra y pasa a considerarse, por ejemplo, pequeña? Dicho de otro modo: ¿qué diferencia resulta (como decíamos más arriba) “significativa”? Para superar este nuevo problema, debemos tener en cuenta que los adjetivos dimensionales no están definidos con precisión: al igual que ocurre con el concepto montón (al que hacía referencia la paradoja clásica de Eubulides de Mileto), existe cierta vaguedad en su uso y esta vaguedad es aceptada por los hablantes. En la mayor parte de los casos, cuando empleamos estos adjetivos, no requerimos un alto grado de precisión… y, además, siempre contamos con nuestra capacidad inferencial para que el contexto nos ayude a llegar a las interpretaciones más adecuadas.