A poder ser el relajante cool jazz o el suave jazz melódico o de fusión.
A poca gente que busque paz y tranquilidad tras un día trasegando el calor español, se le ocurriría adentrarse a esas horas en el bebop o el jazz funk, y mucho menos en el aparentemente caótico y alocado free jazz. Y sin embargo la carga hipnótica de este último estilo, su fuerza espiritual y su búsqueda de una música colectiva, democrática y, en cierto sentido, tántrica, puede provocar un viaje alucinante que la oscuridad nocturna puede ayudar a iluminar.
Pero si de buenas a primeras lo que oímos al sintonizar Lonely Woman de Ornette Coleman, Saints de Albert Ayler, Outer nothingness de Sun Ra o Of what de Cecil Taylor nos rompe los esquemas, no hay que entrar en pánico. Podemos leer –se devora con fruición– el ensayo Free Jazz. La música más negra del mundo (Anagrama, 2024) y aprender a apreciar una propuesta musical inusual pero estimulante, áspera pero altamente creativa y desde luego profundamente informalista.
Para ayudar a la tarea vale imaginar un cuadro de Mark Rothko, de Jackson Pollock –aunque siempre se le ha asociado al hardbop– e incluso Antoni Tàpies, porque el informalismo y la abstracción son el equivalente pictórico que mejor casa con esta música a priori inclasificable pero que, tal como nos explica Mariano Peyrou –poeta, saxofonista, profesor de Historia del Jazz en el Centro Superior Música Creativa de Madrid y autor del libro–, tiene una gran carga lógica.
Muerte a la tiranía del solista y su melodíaNacido a finales de la década de los 50 de la mano de geniales músicos como Ornette Coleman, Albert Ayler, Cecil Taylor, Charlie Haden, Don Cherry, Pharoah Sanders o Sun Ra entre otros, fue adoptado por dioses del género como John Coltrane, que a pesar de no sumergirse totalmente en el free jazz, siempre simpatizó con sus postulados. Hasta el punto de pedir que en su entierro tocaran las bandas de Ornette Coleman y Albert Ayler.
Fue durante los años 60, los de la lucha por la igualdad racial y la reafirmación de la africanidad de la minoría negra norteamericana, cuando se expandió como un huracán sonoro que, sin embargo, apenas tuvo audiencia o éxito comercial más allá de las élites intelectuales tanto blancas como afroamericanas.
“Su onda expansiva fue potente pero corta, superada por la rápida evolución del jazz hacia otras estéticas e intereses”, explica Peyrou, que reivindica, no obstante, “su impronta revolucionaria en la música, pues apostaba por un punto de vista coral y libre de la interpretación, anarquista en el sentido de que se pretendía abolir las jerarquías en la música de modo que cada instrumentista pudiera desarrollar su parte en igualdad de condiciones y sin tener que subyugarse a la melodía principal”.
Explica Peyrou que es una estructuración musical que “en Europa no tiene parangón (aunque su rupturismo pueda equipararse al del dodecafonismo) pero que un oyente africano poco influenciado por las corrientes occidentales comprenderá de forma natural”. Conviene el ensayista en que ciertas músicas rituales afrocubanas y afrobrasileñas como las descargas de guguancó o la percusión del candomblé, siguen la misma lógica del free jazz.
Descolonización del jazzEs pues, una música descolonizadora de lo que de blanco que pueda tener el jazz en década de los 60, que no era poco. Sostiene Peyrou que la influencia europea sobre el jazz había colonizado buena parte del género y esto se traducía en un concepto lineal y jerárquico de esa música, donde la melodía, interpretada por el solista y líder del grupo, se imponía a armonías y compases, relegadas a instrumentos secundarios –contrabajo, batería e incluso piano en ocasiones– que debían limitarse a dar un lecho rítmico a la melodía.
Fue una música descolonizadora de lo que de blanco que pudiera tener el jazz en década de los 60, que no era poco
“Es un esquema”, asevera Peyrou, profundamente europeo: “Una influencia que se cuela en el jazz en las primeras décadas del siglo XX, cuando llegan los primeros intérpretes blancos, pero que no se daba en la estructura africana original del dixie o el blues rural, donde el sonido era mucho más percutivo, paritario y colectivo”.
“Así”, observa en su vibrante, clarividente y didáctico ensayo, “el free jazz es una ruptura en la que confluyen una serie de artistas tanto desde el plano personal como el estilístico y el histórico en un tiempo de profundos cambios como fueron los años 60”. Se trató de un replanteamiento de las estructuras del jazz en busca de una mayor espiritualidad, lo que implicaba “por un lado ahondar en sus raíces africanas y por el otro rehuir las melodías comerciales que se habían impuesto hasta la fecha”.
Asiente al preguntársele si el free jazz es también un intento de colectivización del sonido respecto a los anteriores movimientos en el género, especialmente el bebop y el hardbop y dejando de lado el cool jazz, que a pesar de estar capitaneado por figuras negras como Miles Davis, tiene una estructura claramente blanca tanto en arreglos como en la preponderancia de la melodía.
Fracaso comercialComo se ha dicho, el free jazz fue comercialmente un desastre: era duro de oír, repleto de sonidos chirriantes, notas graves disonantes y soliloquios enloquecidos tanto por parte de los vientos como de la percusión, el contrabajo y la batería o el piano. Y además todo sonaba a la vez: una nube sonora a la que había que prestar atención para captar su coherencia, que la tenía.
No era casual la búsqueda de este aparente caos, que contradecía el llamado “jazz de ascensor” o smooth jazz, ideal para escuchar mientras se ejecutan tareas diversas. El free jazz reivindicaba la atención para llevarnos a un plano de elevación espiritual superior donde la polirritmia repetitiva y alternada nos condujera a una especie de estado alterado de conciencia.
Puede apreciarse esta intención en obras como A Love Supreme de John Coltrane, que a pesar de no ser free jazz en sentido puro ejerció de puente entre el género y el oyente convencional.
La muerte en 1967 de John Coltrane, gigante del jazz que respaldaba a esos jóvenes revolucionarios, supuso la sentencia de muerte del 'free jazz', que había sido aviesamente criticado por músicos y críticos
Pero la muerte en 1967 de Coltrane, gigante del jazz que respaldaba a esos jóvenes revolucionarios, supuso un terrible golpe y la sentencia de muerte de este estilo, que había sido aviesamente criticado por músicos, críticos y desde luego emisoras radiofónicas y compañías discográficas. Y desde luego no obtuvo el apoyo de la mayoría del público afroamericano, al cual buscaba regalar un sonido más conectado con sus raíces africanas.
Al final fue abandonado a pesar de que figuras como Coleman, Haden, Sanders, Cherry, el argentino Gato Barbieri o el lunático Sun Ra le sobrevivieron gracias a su gran estatura artística. “Hoy el free jazz pervive”, asegura Peyrou, “en la música de improvisación de músicos como el pianista Agustí Fernández, y también en algunas bandas de rock alternativo que apuestan en sus conciertos por la distorsión que generan los acoples con el amplificador”. También en los aullidos de cantantes como Patty Smith, que podrían corresponderse con los de la vocalista que interpreta el gutural Black Woman de Sonny Sharrock, un clásico del free jazz. O bien en algunos de los soliloquios del saxofonista Kamasi Washington.
Para cerrar la conversación con este periodista, Peyrou lanza un dardo: “Si te fijas, la gente de izquierdas gusta de música estilísticamente tan jerárquica y dictatorial como es la de los cantautores: una melodía, un compás y poco más”. Así que ya saben: revolucionen su oído este verano: escuchen free jazz y lean a Mariano Peyrou. Y por si quieren una lista de temas, el autor del libro ha preparado esta, donde se encuentran todos los que cita en sus páginas.