Jameson empezaba su conferencia/ensayo señalando la extraña sensación, o más bien convicción generalizada, de estar viviendo el fin de casi todo, desde la lucha de clases, la ideología o el sueño de la revolución hasta el Estado de bienestar, la democracia o el arte. Todo parecía estar en crisis, a punto de alcanzar su fin. Poco después, coincidiendo con la caída del muro de Berlín en 1989 y la posterior descomposición del campo socialista en 1991, el politólogo Francis Fukuyama afirmaría que con la hegemonía de la democracia liberal la humanidad había alcanzado el fin de la historia y, con ello, había desaparecido todo horizonte vital de emancipación por resultar innecesario: vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, para Jameson, ese final no era motivo de celebración, como lo era para los pensadores neoliberales.
Para Jameson esa convicción posmoderna de fin de todo respondía a una ruptura producida en el modo de producción capitalista. Siguiendo al economista alemán Ernest Mandel, el capitalismo había entrado en una nueva fase –el capitalismo avanzado o tardío– que se distinguía de la anterior no únicamente por el proceso de sustitución de las fábricas por centros financieros en el primer mundo, sino, y sobre todo, porque había conseguido aniquilar sus antinomias: habían desaparecido del mapa los estados socialistas, pero también, por medio de políticas neoliberales y mucha represión, los movimientos laborales fueron neutralizados y se logró derrotar al proletariado con conciencia de clase y organizado políticamente. Como dice Jameson en Teoría de la postmodernidad, sin resistencia ni antinomia, la posmodernidad constituye, “la forma más pura de capitalismo de cuantas han existido”. En efecto, la posmodernidad representa el momento histórico en que el capital se totaliza, lo invade todo, satura cada uno de los poros de la sociedad.
Jameson entendió la posmodernidad no como un mero cambio cultural, uno más entre tantos, como así fue institucionalizado y canonizado el posmodernismo por la academia, como un “modernismo sin escándalo”, como un estilo fácilmente integrado en la producción de mercancías y como objeto de patronazgo de multinacionales; Jameson entiende la posmodernidad como un producto del capitalismo avanzado, que funda una nueva lógica o pauta cultural. De la misma manera que la producción se ha fragmentado y dispersado en el capitalismo avanzado, los sujetos posmodernos piensan el mundo de manera dispersa y fragmentada. El capitalismo avanzado constituye la matriz que produce formas y discursos radicalmente distintos en su significación y función social respecto a la modernidad. De esas formas y discursos hizo Jameson su objeto de estudio, que podía estar constituido tanto por una novela de Dos Passos como por un edificio de John Portman, una película de Coppola o Polanski, un cuadro de Van Gogh o un disco de David Bowie.
Marco teóricoPara llevar a cabo sus análisis sobre la posmodernidad –pero no solo–, Jameson construyó un marco teórico muy sólido que bebía de la influencia de pensadores marxistas –algunos de ellos fueron objeto de sus estudios– como Louis Althusser, Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Theodor Adorno o Jean-Paul Sartre. La obra que mejor representa ese esfuerzo por construir una teoría literaria con la que leer desde el marxismo los textos literarios acaso sea The Political Unconscious (1981), traducido al español por el poeta republicano y exiliado en México Tomás Segovia con el extraño y benjaminiano título –desconozco los motivos que le llevaron a traducirlo así– Documentos de cultura, documentos de barbarie, publicado por Visor en 1989.
En ese ensayo Jameson se propone el objetivo de construir una hermenéutica marxista que permita –y aquí late el pensamiento de Walter Benjamin– rastrear las huellas del relato interrumpido por las luchas, la realidad reprimida y enterrada de la historia. Desde este punto de partida benjaminiano Jameson recoge todo el andamiaje teórico sobre la noción de ideología de Althusser –atravesada por el psicoanálisis de Lacan– para elaborar el concepto de inconsciente político con el que pretende “desenmascarar los artefactos culturales como actos socialmente simbólicos”.
Jameson entiende que detrás de lo simbólico, del acto socialmente simbólico que es la literatura, es posible encontrar, dirá con Spinoza, la “causa ausente” que produce el texto literario. Para Jameson, esa causa ausente es la historia, que, como “lo real” lacaniano, solo es posible leerlo en sus efectos –o en sus síntomas. De esta manera, como dice una de las máximas jamesonianas, hay que “historizar, siempre historizar”. Para Jameson, el análisis de la causa ausente es lo que permite restaurar el contenido político de un texto literario, romper su cosificación como un todo unificado y coherente, su estructura estática. Un análisis marxista, para Jameson, encuentra el sentido del texto en las brechas y discontinuidades que existen dentro de la obra, entendida como un texto heterogéneo y esquizofrénico.
La causa ausenteEl inconsciente político –me resisto a titulado de otra manera– es un ensayo fundamental para el análisis de la literatura como forma ideológica. Pero como sucede en buena parte del llamado marxismo occidental (es decir, anglosajón), el autor apenas dialoga con las teorías literarias que, de manera paralela, se estaban produciendo en la periferia del imperio. Cuando Jameson publica su ensayo sobre el inconsciente político, en España se había publicado ya, en 1974, Teoría e historia de la producción ideológica de Juan Carlos Rodríguez, un ensayo que, también inscrito en la escuela de pensamiento althusseriana, elaboraba el concepto de “inconsciente ideológico” para el estudio de la literatura española de la transición entre el feudalismo y el capitalismo.
Los conceptos de Rodríguez y Jameson son ciertamente parecidos y responden a una misma lógica de análisis de los efectos textuales de las relaciones sociales y de explotación (esa “causa ausente” que en Rodríguez se denomina “radical historicidad”). Sin embargo, tienen también sus diferencias radicales, que se localizan en el foco de análisis de uno y otro: mientras que Jameson lee los síntomas del inconsciente en el nivel simbólico (y por eso es político), Rodríguez centra su análisis de los síntomas en el nivel de lo imaginario (y en consecuencia, es ideológico). Ambos niveles desplazan lo real (la historicidad del texto), pero operan de distinta forma. La falta de diálogo entre los marxismos de centro y periferia nos ha impedido asistir a una discusión teórica que hubiera sido sin duda muy productiva.
Pero Jameson no dio del todo la espalda a la crítica y teoría marxista que se estaba produciendo en el hispanismo. En uno de sus libros más recientes, Antinomias del realismo, donde el teórico quiere escapar de las polémicas apasionadas que entienden el realismo siempre en oposición a algo, como en un juego de contrarios, en el estudio de su emergencia o su disolución, Jameson le dedica un brillante capítulo a Benito Pérez Galdós (“El protagonismo menguante”), en el que dialoga con otros teóricos literarios marxistas que, como Juan Carlos Rodríguez, nos dejaron recientemente, como son Julio Rodríguez Puértolas, Carlos Blanco Aguinaga e Iris M. Zavala, autores de la siempre imprescindible Historia social de la literatura española.
Una teoría avivadaFredric Jameson ha sido uno de los grandes teóricos literarios y pensadores marxistas de la posmodernidad y en la posmodernidad. Además de los libros citados, hay otros imprescindibles como Forma e ideología, Arqueología del futuro o Los orígenes de la posmodernidad, todos ellos publicados en España por la editorial Akal; o Brecht y el método o Valencias de la dialéctica, publicados en Argentina. Resulta asimismo interesante el libro-conversación con David Sánchez Usanos, Reflexiones sobre la postmodernidad, publicado en Abada en 2010.
La importancia de Jameson ha sido enorme en los debates de estética y marxismo, más allá incluso de los círculos althusserianos, en un momento en que –cosas de la posmodernidad– el marxismo estaba en crisis y su lenguaje parecía que ya no servía para nombrar el mundo, y no digamos para transformarlo. Sus reflexiones teóricas y sus análisis críticos sirvieron para avivar una teoría que parecía condenada a la insignificancia, o incluso a la desaparición. Con Jameson fue posible seguir poniendo lo político en el centro de las discusiones teóricas y acaso también, aunque seguramente en menor medida, de las prácticas militantes. Pero también su influencia ha sido fundamental, y diría que incluso fundacional, entre los estudios culturales.
Ayer, 22 de septiembre de 2024, Fredric Jameson murió, dejando el campo teórico marxista un poco más huérfano. Quedan sus libros y sus ideas para mantener viva la conversación.