Una camiseta como esa lucía Kurt Cobain cuando todo el mundo miraba a Nirvana ―Nevermind no tenía ni un año―, tanto en portada del New Musical Express de agosto del 92 como en los premios de la MTV del mes siguiente. Fue esa una accidentada velada en la que los ejecutivos de la cadena negaron al trío de Seattle tocar su entonces inédita Rape me, aunque estos vacilaron durante unos segundos a la organización tocando sus primeras notas ―y título― para pasar a Lithium. La actuación acabó como el rosario de la aurora, pero lo importante para el tema que nos ocupa había sucedido antes, a plena luz del día. Cobain quedaba inmortalizado con la camiseta de la rana Jeremías en la que se leía Daniel Johnston, poniendo este nombre en el radar.
Tanto que Johnston llegó a firmar un contrato efímero con Atlantic, pero su obra musical, prolífica y jugosa, se ha movido siempre en el llamado underground. Eso no ha impedido que contase con una base de seguidores fiel y enamorada de sus canciones lo-fi que ahora, en nuestro país, se interrogue acerca de qué ha pasado para que un pedacito de este artista de culto pueda comprarse en la tienda de un gigante del textil. Las camisetas son productos oficiales, nos aclaran desde The Daniel Johnston Trust, la entidad que preserva el legado del músico. Con su hermano Dick al frente, es él quien nos cuenta que cerraron el acuerdo con la discográfica Universal y que fue esta empresa la que se puso en contacto con ellos. El trust trabaja ahora en la puesta a punto de un timeline de la vida Johnston para un potencial biopic en formato serie o película, así como en la reedición de la música de Johnston, y también de sus dibujos, algunos de los cuales publicó en un volumen la editorial Sexto Piso en España.
Sin embargo, al tratarse de organizaciones diferentes, los beneficios obtenidos de la venta de camisetas en Inditex no irán a la fundación sin ánimo de lucro creada en torno a Johnston. De nombre Hi, How Are You Project, trata de apoyar a personas que sufren algún tipo de trastorno de la salud mental, especialmente a las más jóvenes. Y lo hace con distintas iniciativas, como la campaña Happy habits, apoyada entre otros por Jeff Tweedy (Wilco), que busca fomentar la amabilidad, la actividad física y creativa, la buena alimentación o el descanso en pos del bienestar emocional.
El proyecto también invita, haciendo honor a su nombre, a preguntar con interés genuino qué tal a los demás, a romper el hielo y abrir la conversación. A, en definitiva, si no cuidarnos, sí al menos preocuparnos un poco más unos de otros. Y han instaurado incluso el día Hi, how are you: cada 22 de enero se celebra un gran concierto por el que han pasado ya The Flaming Lips, Built to Spill, The Polyphonic Spree, Yo La Tengo o Bob Mould de Hüsker Dü. ¿Dónde? No podía ser en otro lugar más que en Austin, la ciudad tejana en la que Johnston vivió la mayor parte de su compleja existencia.
Componiendo bajo el ruido del cortacéspedEl principio de su historia podría ser el de una típica historia americana de mitad del siglo pasado. Daniel Johnston nació en 1961 en la californiana Sacramento, pero su padre, piloto veterano de la Segunda Guerra Mundial, encontró trabajo en Virginia en una empresa de aceites de motor. Impactado por los Beatles, Daniel inventaba canciones que cantaba mientras pasaba el cortacésped, de modo que nadie podía escucharle. Se matriculó en arte, aunque no iba demasiado a clase, pasando mucho tiempo en el sótano de su casa componiendo y grabando su primera cinta.
Songs Of Pain comienza con un Johnston aclarándose la voz para contar un amor no correspondido. A nadie debería sorprenderle que ya en el primer tema, Grievances, aparezca un “hi, how are you”. Para cuando tuvo listo un disco con ese nombre y la rana Jeremías en portada, era ya el sexto en apenas dos años. En esa época, Johnston, ya en Austin, trabajó en un McDonald’s. Entre la freidora de patatas y las mesas manchadas de kétchup, había un músico que aprovechaba el local para pasar sus cintas a quien estuviera interesado en ellas. Pero también había un tormento profundo en forma de trastorno bipolar y depresiones severas que le llevaron a distintas instituciones.
Un episodio conocido ocurrió en el avión de su padre. En pleno vuelo, arrebató las llaves del motor y las tiró por la ventanilla. Ambos se salvaron. Un verbo que nos sobrevuela escuchando su música, una búsqueda en la que durante algunos momentos de su carrera Johnston se atrevió a hacernos una promesa: el amor verdadero se las arreglará para encontrarnos. En cómo su tema True Love Will Find You In The End ha terminado en las gradas de un estadio de fútbol tenemos otra prueba de la importancia de este artista.
“La cantamos al final, por lo de the end, de cada partido mientras todos los seguidores levantamos las bufandas. Es una tradición muy bonita. Su mensaje de amor y esperanza nos une y nos motiva a seguir animando sin importar el marcador”, nos explica Eloy, miembro del colectivo Los Verdes, aficionados del equipo de fútbol de Austin. Hasta es posible hacerse con una bufanda o camiseta con el título de la canción y la imagen de la rana Jeremías. “Esta ranita simpática es un símbolo de la ciudad y captura perfectamente su espíritu: es amistosa, inocente y saluda sin juzgar ni nada que esconder. A Los Verdes nos enorgullece promover e inspirarnos en leyendas locales como Johnston para representar a la ciudad en el estadio. Tenemos cánticos, banderas, y pancartas que homenajean a otros artistas como Willie Nelson, Selena, Black Pumas e incluso Matthew McConaughey. Tenemos una identidad multicultural que nos da mucho para celebrar”.
Como gran parte del universo de Daniel Johnston va de preguntas, planteemos más. ¿Cuál es el secreto para que muchas de sus canciones, grabadas con medios caseros, con un sonido casi procedente de otra dimensión, hayan cosechado más admiradores de los que podía preverse? El filósofo Pepe Tesoro identifica el secreto del interés por el creador en su “aura de autenticidad, de originalidad. Esa es la sustancia más preciada de la industria cultural. Es la sensación de estar escuchando música sin mediaciones, sin arreglos, directa desde el alma, como si se hubiese grabado sin la intención de ser escuchada, en la más profunda oscuridad, como realmente Johnston componía. Es el ideal del arte no alienado, no mediatizado. Pero, evidentemente, eso es un espejismo”. “El valor de esas grabaciones está en cómo están hechas”, coincide el periodista y promotor cultural Quique Ramos. “La fragilidad con la que suena, la vocecilla a punto de romperse, la alegría casi infantil y otras veces la tristeza abismal. No son grabaciones de alguien corriente, pese a tener canciones tan universales”.
Otra cuestión que planea sobre la obra de Johnston es hasta qué punto la visión que tenemos de ella está mediada por su condición médica. Si el arte romantiza el sufrimiento, si se nos hace fácil unir los puntos entre demonios y creación. “La idea de que la genialidad nace de la locura y del sufrimiento es uno de los mitos más arraigados en la cultura occidental. Es la idea de que solo los locos, los que están ‘fuera’ de lo aceptable, pueden ofrecer una imagen no ya completa de la sociedad, sino que apunte a sus contingencias y sus absurdos. Hay parte de verdad en ello pero, desgraciadamente, este mito es también una naturalización, en este caso, de que solo se puede hacer arte auténtico a partir de la desgracia, de lo abyecto. Y si se atiende a los hechos, se verá que eso es directamente falso”, apunta Tesoro.
“La industria cultural es hipócrita a la hora de elevar y después romantizar la destrucción de ciertos referentes. Al principio, mientras se mantiene esa ficción de autenticidad, todo es fantasía. Cuando, inevitablemente, esta es triturada por las lógicas de la industria, nos lamentamos de la caída en desgracia de nuestros genios torturados. Y, lo que es peor, llegamos a mitificar esa caída, haciendo documentales elegíacos, recopilaciones de homenaje o incluso crítica cultural superficial”, añade.
Camisetas con la portada del disco de Daniel Johnston, 'Fear Yourself'La de Bershka no ha sido la primera vez que las marcas se han acercado a Daniel Johnston. Tanto en esta ocasión como en los casos más conocidos, los de camisetas Supreme y zapatillas Vans, el artista no estaba vivo para verlo, pues falleció en septiembre de 2019. “Cuando, en pleno apogeo de la industria de la ropa low cost, se diseña casi una nueva colección por semana, parece inevitable que las marcas tengan que rapiñar en los márgenes de la cultura, parasitando el capital simbólico de cada pequeña cosa de nuestra historia cultural. La pregunta, igual que con la industria de la nostalgia, es hasta qué punto es sostenible esta circulación acelerada de los símbolos, si no estamos, hasta cierto punto, canibalizando nuestra memoria colectiva. Siempre da la impresión de que está a punto de estallar, pero nunca lo hace”, cuestiona Tesoro.
“Me da especial pena que esto pase estando muerto. Las giras y los acuerdos comerciales de todo tipo ayudaron a que Daniel pudiese tener una vida mejor de la que han tenido otras personas con patologías similares en su país. Además, Daniel siempre quiso ser un artista pop, estoy seguro de que le hubiese hecho ilusión”, indica Ramos, que se muestra crítico con el uso de las obras por parte de un gigante empresarial como es Inditex y con que los beneficios no repercutan en la lucha por mejorar la salud mental.
Ramos conoció a Johnston en 2012, cuando pudo acompañarle en las fechas españolas que organizaron Buenritmo Producciones, donde trabajaba entonces, y Acuarela. Su recuerdo es el de alguien que no se comunicaba demasiado más allá de momentos como cuando intentaba conseguir una Coca-cola (que tenía prohibida, puntualiza Ramos), cuando bajaba del escenario “con una alegría genuina” o en las tiendas de cómics que visitaba en cada ciudad. “Es uno de mis mayores ídolos musicales y me generó cierto conflicto ver que era un cascarón de sí mismo. No estaba seguro de que realmente quisiera estar allí. Esa sensación se esfumaba cuando subía al escenario con Betunizer, el grupo valenciano que le acompañaba gracias a la intuición de Jesús Llorente, con quien organizamos la gira. Entonces le veías la chispilla por estar tocando con un grupo que efectivamente rockeaba. Lo de rockear era algo que les decía con admiración al acabar el concierto antes de volver a desconectar de todo”.
“Otra de las veces en que le veías contento era visitando tiendas de cómics”, evoca Ramos. “Bajaba del coche casi corriendo y lo remiraba todo. Pilló cómics infantiles, de aventuras, superhéroes. Todo con bastante buena pinta. Uno de los días le preguntó a su hermano, que viajaba con él, si se sentía envejecer, porque él no se sentía como con los años que tenía. Su hermano, justamente, me contó que gracias a las giras y los discos habían podido comprarle una casa al lado de la vivienda familiar para que ganase un poco de autonomía. Explicaba que la tenía llena de cómics y pelis antiguas de terror y que desde entonces le veía mejor. Yo casi no vi a una persona autónoma, pero ese par de momentos en que se emocionaba con algo fueron realmente preciosos”.