Este es el primer libro que publica desde 2019, el año en el que su secuela de El cuento de la criada, Los testamentos, ganó el premio Booker y en el que murió su pareja desde hacía 50 años, el también escritor Graeme Gibson. De hecho, en Perdidas en el bosque le dedica uno de los agradecimientos: “Y, como siempre, a Graeme Gibson, que estuvo a mi lado durante gran parte de los años en que se escribieron estos relatos, y que sigue estando muy presente, aunque no del modo habitual”. Algunos aspectos de los relatos de Tig y Nell están basados en sus propias vivencias –la viudedad, mismamente– mientras que el resto vienen de diferentes inspiraciones o peticiones.
“Hay unos que proceden de material que crees que vas a poner en una novela, pero no te parece que haya material suficiente para completarla y al final quedan relatos de unas 30 páginas que pueden ser un retrato de un momento o un relato que ha durado años pero en una historia mucho más concentrada”, explica Margaret Atwood en una rueda de prensa online con medios de España y Latinoamérica. Además, una parte de las historias están ahí como respuesta a una petición específica por parte de la gente.
Por ejemplo, La impaciente Griselda apareció en el Proyecto Decamerón que The New York Times Magazine impulsó durante la pandemia basándose en la obra de Giovanni Boccaccio y La entrevista post-mortem de una serie de conversaciones de autores vivos con otros ya fallecidos. “Yo escogí a George Orwell porque a mí siempre me ha interesado muchísimo y tenía una serie de preguntas que quería plantearle. Así que lo hicimos a través de una médium. En el relato veréis que ha conseguido dejar de fumar a pesar de estar en el más allá, aunque sabe que no es bueno para su salud”, sostiene divertida.
La influencia del escritor británico en el universo de Atwood no es ningún secreto. Cuando empezó a leer Rebelión en la granja por primera vez –cuando aún era pequeña– pensó que era una historia divertida para niños, no una alegoría política y le aterrorizó. Pero cuando se enfrentó a 1984 ya había entrado en la adolescencia y su relación con Orwell cambió. “El interés en las formas totalitarias de gobierno empezó con él”, dice. “Otra cuestión que también me influyó fue que en estas historias sobre el futuro y gobiernos espantosos, siempre necesitas una explicación de cómo se ha llegado ahí”. Pese a todo, ella considera que esa novela no es negativa ni sombría como se planteó en el momento de su publicación sino que termina con una lengua común, “un inglés estándar en tiempo pretérito que indica que la época de 1984 ha terminado”, desarrolla.
Memoria y enseñanzasEn la actualidad, Atwood está en pleno proceso de escritura de sus memorias, una labor que le ha costado emprender y de las que habló en el Festival de las Ideas de elDiario.es el pasado junio. Matiza enérgicamente que no son una biografía ni una autobiografía: “Las memorias son cosas que tú puedes recordar. Y lo que normalmente recuerdas son cosas estúpidas y catástrofes. Hay gente que hace fotos constantemente de lo que comen y lo cuelgan por internet. Pues bien, unas memorias no van de eso porque si no sería algo muy aburrido. Para entendernos, no habrá mucho de mis vacaciones de verano en ese libro”, afirma. Sí que se parará en momentos importantes tipo experiencias cercanas a la muerte –mucho más sugerentes que sus desayunos, sin duda– y en las fases vitales que le parecen más jugosas.
“Creo que es más interesante leer sobre la primera que sobre la última etapa. Pasó bastante tiempo antes de que me convirtiese en escritora, y me parece que esa parte es más atrayente para los lectores y para mí. Si hablo de la parte media de mi vida contaré que escribí este libro y después el otro, y después el otro. No tiene más interés. Y la última parte pues igual es más triste o más aburrida”, reflexiona.
Después de tanto tiempo escribiendo y con más de 60 libros publicados, considera que lo que ha aprendido de su trabajo es que “escribir te enseña sobre escribir y los libros te enseñan muchas cosas sobre los seres humanos”. Y menciona el libro Escribir y fracasar, donde su autor Stephen Marche afirma que una de las cosas que se aprenden al escribir es, precisamente, a fracasar. “Tienes que tirar muchas cosas a la papelera e incluso puedes llegar a pensar que hay libros que se han publicado y que son un fracaso. Es decir, que si los volvieras a escribir los escribirías de otra manera”, comenta. “Pero no creo que escribir me haya convertido en una persona más espiritual”.
La distopía inacabableLa presentación del libro de Atwood en España no puede llegar en mejor momento porque parece que la actualidad tiende a la distopía. Ella es una pesimista optimista porque considera que “siempre podría ser peor”. Según su interpretación de la historia, el siglo XIX fue un periodo dado a las utopías porque vivían en el progreso: inventaron el alcantarillado, hubo avances médicos, aparecieron las bicicletas, las máquinas de escribir y los vehículos, soñaban con volar. Pero el futuro deja de ser halagüeño con la Primera Guerra Mundial o incluso antes, cuando se publica la primera novela de ciencia ficción La guerra de los mundos de H. G. Wells que “presenta un futuro fatal con marcianos que llegan de Marte y que devoran a la gente. Y aunque los humanos sobreviven o algunos de ellos sobreviven, pasan por una experiencia absolutamente horrenda de futuro”, comenta.
Es inevitable preguntar a Atwood –de hecho, es el tema que todos los presentes en esa reunión virtual querían tratar– qué piensa sobre los resultados de las recientes elecciones de Estados Unidos, en las que Donald Trump ha resultado vencedor. La escritora canadiense sostiene que cree que la campaña ha sido muy corta y que a Kamala Harris no le dio demasiado tiempo a desarrollar sus planteamientos. Y, por supuesto, que los votantes tenían miedo de tener a una presidenta mujer y racializada “porque temían que les hiciera a ellos lo que ellos habían hecho a gente como ella. Dicho en otras palabras, mucha gente tenía miedo de perder estatus y poder identitario con una presidencia a cargo de Kamala Harris”, declara.
Asimismo, señala que ha habido un cambio en la conversación porque los últimos años, el debate ha girado en torno a la identidad y ahora volverá a otro anterior: el de la clase. “Ya no existe la clase entendida como en 1930, pero sí hay clase de gente pobre, de clase media, de clase rica, pudiente y clase muy rica. Y la afiliación en Estados Unidos ha cambiado: antes los demócratas representaban a la clase trabajadora y los republicanos a los ricos, pero ahora la percepción es que los republicanos representan a la clase trabajadora y media. Los demócratas representan a las élites, que no quiere decir los ricos, sino a los snobs, los sabelotodos”, afirma.
En cuanto a Donald Trump y al futuro no sabe muy bien qué pensar. Considera que fue inteligente –o su partido– separar el referendum del aborto, que se hizo por Estados, de las elecciones presidenciales. “Dijo que representaba a los Estados Unidos y que había habido referéndum en diez Estados y siete habían votado lo que habían votado. Y eso significa que como mujer tú podías votar en el referéndum para proteger el aborto y al mismo tiempo votar por Trump”, expresa.
Pone en duda que el asunto derive en una dictadura “hitleriana”, pero cree que hay que esperar porque como el nuevo presidente “miente tanto”, no se sabe qué se puede esperar de él. Asimismo, considera que el tema de su edad puede ser un factor determinante, porque quizá le inhabilite. “Los Estados Unidos ha sido el país más poderoso del mundo hasta ahora, a pesar de algunos fracasos. Pero no sabemos si estamos viendo un imperio en declive, hay mucha especulación al respecto. Y creo que va a crear mucha ansiedad, sobre todo para la gente que vive cerca de Ucrania”, concluye.