Dicha práctica involucraba sobre todo a mujeres y expresaba un malestar íntimamente ligado a la represión religiosa, según el cual se sucedieron multitud de suicidios que… daban un rodeo. Como el destino para los suicidas era el infierno, lo que estas mujeres hicieron fue cometer crímenes espantosos y entregarse a las autoridades, hallando la ansiada muerte en una ejecución que salvaría su alma.
El baño del diablo muestra un rótulo contextualizando brevemente estos hechos tan estremecedores pero no lo hace al principio como suele ocurrir con las producciones históricas, sino al final. Una vez el film ha concluido. Es una decisión llamativa, que los directores austríacos Veronika Franz y Severin Fiala meditaron cuidadosamente. “Por supuesto cambia la forma en que ves la película”, admite Fiala (Horn, 1985). “Poniéndolo al final se ajustaba más a la experiencia que Veronika y yo queríamos diseñar para la audiencia, porque hasta entonces no habría sabido al 100% qué estaba pasando”. “Iban a tener que trabajar más como espectadores”, añade Franz (Viena, 1965).
“Es más difícil decidir cómo te sientes ante lo que ves si no hay una explicación clara previamente. Las cosas se limitan a pasar y necesitas preguntarte quién eres en relación a lo que ves, sin que nadie te diga cómo debes sentirte”. Lo que el espectador ve es el sufrimiento de una de esas mujeres: Agnes, interpretada por Anja Plaschg. El baño del diablo narra cómo al poco de casarse una gran angustia hace presa de ella, sin poder entender qué ocurre y sin que la gente de su alrededor lo entienda tampoco. “Era importante que la audiencia afrontara la película sin una guía”, insiste Franz. “Queríamos inquietar, porque en eso consiste el arte para nosotros”.
Fiala prueba entonces a lanzar un manifiesto artístico que pueda representar su cine: “No existe tal cosa como el arte seguro. Eso es aburrido, nuestra película no quiere abrazar a los espectadores y decirles ‘sois geniales, lo que pensáis es correcto y exacto, y la película piensa como tú’. Así solo le dices a la gente que tiene razón, y el arte no debería hacer eso”. Estos preceptos, de alguna forma, les han conducido en El baño del diablo a saltar del cine de terror a la ficción histórica. Y, aún así, a ganar el gran premio en Sitges por ello.
De Haneke a un nuevo horror europeoEl baño del diablo se erigió como la Mejor película de la Sección Oficial en el último Festival de Sitges, consagrado al cine fantástico y de terror. La preocupación histórica de El baño del diablo le distancia en principio de este género, al tiempo que no supone un salto tan grande con respecto a lo que Franz y Fiala venían haciendo antes, o incluso con lo que podría haber pasado en los últimos años dentro de la cinematografía de Austria. Fiala recuerda en ese sentido el primer largo de ficción que dirigió junto a Franz, Buenas noches, mamá. Se estrenó con gran éxito crítico en 2014.
Buenas noches, mamá narraba cómo dos hermanos gemelos se reencontraban con su madre una vez esta había sufrido un grave accidente que había requerido cirugía plástica. Al volver a instalarse en casa ellos empezaban a sospechar que no era su madre sino una impostora, dando pie a un terror psicológico tan frío y minimalista como despiadado. No costaba identificar entre sus referentes a compatriotas como Michael Haneke o a alguien incluso más cercano para estos cineastas. “Cuando hicimos Buenas noches, mamá intuimos que a través de Ulrich Seidl y una parte del cine austríaco se habían originado películas artísticas que estaban, en realidad, muy cerca del terror”, cuenta Fiala.
“Pensábamos que con solo dar un paso adelante a partir de aquí nos situaríamos directamente en el cine de terror”. Buenas noches, mamá surgía entonces de la exacerbación de eso que cierta crítica ha llamado “cine de la crueldad” —no queda lejos de aquí el fenómeno de Speak No Evil y su reciente remake No hables con extraños—, manteniendo como maestros a Haneke y, sobre todo, al citado Seidl. Este cineasta austríaco viene siendo muy controvertido por las acusaciones de que durante el rodaje de su última película, Sparta, los niños protagonistas no habían sido informados de que la historia giraba en torno a la pederastia (tampoco sus familias), y habían sufrido diversos abusos.
Con la Historia existe este cliché de que la gente del pasado era distinta y no tenía nada que ver con nosotros. Es una creencia arrogante, asumir que todos los que vinieron antes eran estúpidos
Ulrich Seidl también es colaborador habitual de Veronika Franz. “He coescrito todas las películas de Ulrich Seidl desde Días perros”, confirma Franz. Eso fue en 2001, el mismo año en que se casó con él. “Nunca fui a una escuela de cine, así que lo he aprendido todo mientras lo hacía, y lo he aprendido todo de Ulrich Seidl. Con lo que hay algunos aspectos de su forma de trabajar que hemos integrado en nuestras películas”, reconoce en relación a la obra que comparte con Fiala, inaugurada en 2012 con el documental Kern. “Siempre intentamos rodarlo todo cronológicamente, lo que ayuda mucho a los actores y actrices no profesionales que contratamos. También solemos mezclarlos con intérpretes profesionales”, añade.
La protagonista, Anja Plaschg, tiene, en efecto, un currículum muy escueto antes de El baño del diablo: es más conocida por su proyecto de música experimental Soap&Skin, y la idea antes de ser fichada como protagonista era que solo compusiera la banda sonora del film. “Pero nosotros escribimos los diálogos, tenemos un guion muy preciso, y con Ulrich Seidl no suelo hacer eso”, destaca Franz como gran diferencia entre sus formas de trabajar, que igualmente pasan por una misma compañía productora, Ulrich Seidl Film Produktion.
Seidl ha producido todas las películas de Franz y Fiala y, para rizar el rizo, resulta que además es el tío de este último. Al contrario que las duplas de directores habituales, Franz y Fiala ni son pareja ni hermana/hermano. Son tía y sobrino, y la afinidad cinematográfica les viene de cuando Fiala era un adolescente y su tía adoptiva le contrató para un pequeño trabajo. “Necesitaba un canguro, pero en lugar de pagarle alquilábamos películas en el videoclub más cercano para comentarlas luego”, recuerda Franz entre risas. “Vimos de todo, desde Viernes 13 a John Cassavetes”.
Esta variedad de películas quizá explique, antes que el lecho común de la cultura austríaca, el extraño giro que ha dado la carrera de Franz y Fiala. Tras Buenas noches, mamá llegó el salto al mercado anglosajón con La cabaña siniestra y una pequeña colaboración en Servant, la serie de M. Night Shyamalan. Y finalmente El baño del diablo, que por mucho Sitges que figure en su palmarés no es una propuesta de corte fantástico. ¿Tampoco de terror como tal? Sobre eso se muestran más dubitativos. “Nunca ponemos nuestras películas en cajas, ni queremos etiquetarlas personalmente. Eso es algo que las distribuidoras tienen que hacer para ganar dinero, pero no pensamos en esos términos. Solo encontramos una historia o un personaje, y les seguimos adonde sea que nos lleven”.
Historias de miedo para entender el presente“Claro que nos suelen interesar los temas oscuros y las películas provocadoras, pero El baño del diablo fue un desafío muy específico”, prosigue Fiala. “Porque aquí lidiábamos con una historia real, con una persona que existió realmente, y habría sido incorrecto moldear su vida de forma que encajara en una película de terror convencional, o en un drama judicial. Solo queríamos hacer justicia a Agnes tratando de seguirla… a través de sus propios terrores. Con lo que en cierto modo sí es una película de terror. El terror de una persona atormentada, forzada a cometer un crimen atroz”.
Veronika Franz y Severin Fiala, directores de 'El baño del diablo'“Es solo que estructuralmente no es una película de terror clásico. No cumple esas convenciones porque quiere ajustarse sobre todo a lo que vivieron estas mujeres”. Franz apunta, entonces, que no es que esto vaya a suponer un desvío de cara a futuras películas, apartándose por completo del terror. “Somos personas curiosas y ambiciosas que solo quieren encontrar su propia forma de contar historias. Quizá necesitemos un nuevo género o una nueva etiqueta para ello”, bromea, y su sobrino le sigue la broma. “Solo necesitamos un buen nombre para esta etiqueta”.
La confusión alrededor del género al que pertenece El baño del diablo se explica finalmente por el riguroso compromiso que muestra el film hacia su protagonista. Apenas nos despegamos de la subjetividad de Agnes, y solo podemos proyectar tentativamente lo que hay más allá de ella al tiempo que reconocemos, con un escalofrío, ciertas dinámicas. “Cuando nos enteramos de estos hechos no solo nos emocionamos: es que nos hablaron a través de los siglos. Una mujer viviendo hace 250 años con problemas actuales, estilo la depresión”, señala Franz.
Es en realidad lo que sucede con Agnes: una depresión aguda que estalla cuando se casa y tiene que ajustarse a las imposiciones sociales que el matrimonio trae consigo. “La represión contra las mujeres fue mucho peor que la de los hombres, porque los hombres tenían más libertad”, añade Franz como posible motivo de que los suicidios de aquella época —suicidios “por proxy”, como los llama Kathy Stuart en el libro que sirvió de inspiración principal para el film— involucraran sobre todo a mujeres. En este elemento también encontramos la rabia de cariz feminista con la que se agita El baño del diablo, y las vías por las que puede dialogar con el presente.
“Con la Historia existe este cliché de que la gente del pasado era distinta y no tenía nada que ver con nosotros. Y es una creencia arrogante, asumir que todos los que vinieron antes eran simplemente estúpidos”, propone Fiala. “Agnes prueba lo contrario: no era una artista ni alguien con un don, solo una persona normal que se sentía como nos sentimos hoy día. Aunque los desafíos hayan cambiado, este mundo todavía pone mucha presión sobre sus habitantes y les empuja a la depresión. Porque, a veces, no hay otra forma de lidiar con nuestras sociedades”, concluye. Ese es el terror definitorio de El baño del diablo, finalmente: el de un pasado terrible que nunca lleg a ser pasado.