El año pasado se convirtió en el primer actor queer en estar nominado en 21 años (el anterior fue Ian McKellen por Dioses y monstruos en 2001). Fue el primer negro en conseguirlo. Este año va camino de conseguir su segunda nominación consecutiva. Lo hace apostando por otro tipo de papeles. No es una estrella al uso, aunque tiene porte de galán, y un estilo que le ha convertido en un referente estilístico. Pero luego, a la hora de la verdad, elige esos papeles en los márgenes, los que muchos rechazarían por pequeños.
Es lo que ha ocurrido con Las vidas de Sing Sing ―ya en salas de cine―, donde no solo es el protagonista absoluto, sino también productor y uno de los impulsores del proyecto desde sus inicios. Eso se ha trasladado también en las formas. Se ha pagado a todos los miembros del reparto lo mismo, creando un modelo más justo que pretende romper las estructuras jerárquicas de Hollywood. Tiene sentido que sea con un filme como este, un drama carcelario sobre el programa de artes de una prisión en el que se mezcla ficción y realidad, ya que muchos de los presos se interpretan a sí mismos. Un filme que habla de reinserción en un sistema donde se apuesta por el castigo; y del poder del arte para cambiar vidas.
Por todo ello, Colman Domingo considera este filme uno de los más importantes de su vida. “Fui parte de él desde el principio. El director y los guionistas me escribieron con algunas ideas, pero no había ni un borrador que presentarme. Solo un artículo de la revista Esquire sobre ese programa de rehabilitación a través del arte que se hacía en la prisión de Sing Sing. Hablamos sobre lo que es importante para mí como artista, y empezaron a surgir otros temas como la hermandad y la humanidad”, dice del comienzo del proyecto.
Ahí ya se dieron cuenta de que la voluntad del filme era clara: “Romper clichés y deconstruir lo que la gente puede pensar y saber sobre estos seres humanos que están en un complejo penitenciario”. Así se entregó a fondo y les dio “cada pedacito” de su ser. Terminó entrando también como productor y empezaron a dar forma a una película que cree que “debería apelar a cada uno de nuestros prejuicios” respecto al tema.
“La gente cree que por haber visto un recluso sabe cómo son esas personas. Piensan que se merecen cómo son tratadas, y eso, de alguna forma, es quitarles su humanidad, lo que les hace seres humanos. Creo que esta película es muy astuta porque cuando piensas que crees lo que va a suceder, nunca ocurre eso. Es una película que opera en ti mientras opera en sí misma, por lo que de alguna forma todos estamos haciendo la rehabilitación juntos, rompiendo los clichés. Para mí estas personas [los presos que actúan en la película] se han convertido en mis camaradas y en mis compañeros, y hemos hecho algo hermoso juntos”, añade.
Por ello define la película como un canto en defensa de la reinserción. “Pensemos en nosotros mismos como sociedad. Las personas que han cometido un acto negativo se merecen un camino hacia esa rehabilitación, y no solo por ellos, sino también por nosotros. Creo que debemos hacer algo juntos e intentar lograrlo. Es un problema más grande de lo que parece, es un problema institucional. El objetivo de esta película es humanizar a estas personas y plantear preguntas sobre cómo podemos mejorar como sociedad. Porque no se trata solo de la persona que está en la cárcel, también se trata de sus familias y de todos nosotros. Y también es importante hablar del beneficio que tienen estas instituciones. Espero que la gente pueda asimilar todo esto. Nosotros queríamos mostrar que somos más parecidos a ellos que diferentes, y que necesitamos más herramientas para darle un rumbo mejor a este mundo”, zanja.
La gente cree que por haber visto un recluso sabe cómo son esas personas. Piensan que se merecen cómo son tratadas, y eso, de alguna forma es quitarles su humanidad
A estos presos fue el teatro lo que les cambió la vida, y para Colman Domingo, la afirmación de que el arte cura “es la afirmación más cierta que existe”. “Sé que el arte tiene el poder de sanar y transformar. Me atrevería a decir que a mí el teatro me ha salvado la vida. No solo construyes una comunidad, te da una voz cuando hasta ese momento habías sentido que estabas silenciado, te da un propósito… es que el teatro puede generar cambios reales en las vidas. He sido parte de algunas de las obras de arte más profundas que existen y sé que realmente mueven el péndulo de la humanidad. Así que creo con todo mi corazón en esa afirmación de que el arte tiene el poder de transformar las vidas de la gente”, afirma.
Aunque no conociera el programa de artes de la prisión de Sing Sing, Colman Domingo sí que sabía de la existencia de otros programas de teatro en prisiones de EEUU. Cree que el teatro es perfecto para la rehabilitación, ya que “exige respeto y apertura, requiere rigor e interrogarte sobre la condición humana, y eso es muy útil para una auténtica rehabilitación”. “Eso ayuda a los reclusos a prepararse para encontrar herramientas para contribuir a la sociedad cuando salgan afuera. Herramientas que no tenían cuando entraron. Eso es extraordinario”.
No le gusta que llamen a sus compañeros actores no profesionales, y lo dice desde su bagaje de 30 años como actor. Lo dice porque ha sido testigo de cómo han trabajado al mismo nivel que cualquier actor al que le colocan la etiqueta de profesional: “Su trabajo, aunque hasta ahora no fuera profesional, ha requerido del mismo rigor, la misma ética profesional y las mismas habilidades para construir comunidad. Simplemente, nos miramos a los ojos. Todos éramos actores que querían llegar a un objetivo y que sentían curiosidad sobre cómo lo lograrían. Y lo hicimos con una profunda generosidad y contentos por el trabajo que estábamos haciendo”.