Ese podría ser un punto de partida de Te siguen (Random House, en librerías a partir del 6 de marzo), la nueva novela de Belén Gopegui Durán (Madrid, 1963). Las vidas de Casilda, Jonás, León y Minerva se entrecruzan cuando una empresa decide espiar a personas que se esfuerzan en preservar su esencia y mantener lejos de la cultura de la vigilancia su cuerpo, sus deseos y su tiempo. Si este es suyo, no es de la empresa, teme esta, y si no lo es, puede volverse contra ella y lo que representa. Es así como nace el ficticio Proyecto Recalcitrantes y la nueva aventura de la escritora madrileña.
La trayectoria de Gopegui cubre más de tres décadas. Su irrupción en el mundo editorial, La escala de los mapas, fue recibida en 1993 con premios y precedió a obras como La conquista del aire, llevada al cine y uno de cuyos fragmentos cayó en un examen de acceso a la Universidad en 2020, Lo real, Deseo de ser punk, El comité de la noche, Existiríamos el mar o esta Te siguen. Esas historias, y ensayos recientes como Ella pisó la Luna, Rompiendo algo o Pequeñas heridas mortales, comparten estilo cuidado y un interés en detectar las fisuras del sistema para cuestionar y ampliar los límites de lo posible. La novelista contesta a nuestras preguntas en una conversación por chat.
¿Cómo surge la idea inicial de Te siguen?
Por algún lado tenía esta anotación: “Ya no hay espías escuchándonos, sino modelos”. Modelos en el sentido de redes neuronales combinadas con algoritmos sin comprensión real, y me dio por pensar en lo que implicaba. Por otro lado, ocurre en general que tendemos a imaginar a quien nos vigila. Qué sé yo, escribo mal una contraseña y tiendo a pensar que hay alguien al otro lado reflexionando cosas del tipo: la ha escrito mal, pero sabe cuál es, parece más una distracción que un hackeo, quizás ha dormido mal o va con prisa, le voy a dar otra oportunidad antes de pedirle la doble verificación. Claro que no es así, pero tenemos, creo, una cierta atracción por seres tutelares, presencias que nos guardan.
Todo lo contrario de lo que hace un algoritmo que precisamente nos convierte en sujetos masivos aunque finja tratarnos de manera personal. Esta fantasía se ha multiplicado con la IA. Se la humaniza como si fuera un interlocutor que de verdad entendiera lo que dice y lo que decimos. Así fue surgiendo una hipótesis narrativa en la que una empresa necesitaría acudir a los métodos de los viejos espías para conocer, más allá de nuestro rastro digital, algo así como quiénes somos en realidad.
Antes de empezar la trama, en los créditos del libro, leemos un aviso. “La autora se opone a que esta novela sea utilizada para entrenar cualquier tipo de IA, presente o futura”. Me recordó al “sí de cada no” de un artículo que le dedicó a Carmen Martín Gaite, a las posibilidades que se abren cuando rechazamos la inercia del mundo.
Hasta ahora había procurado que en mis novelas apareciese la licencia Creative Commons, pero las plataformas lo van devorando todo a tal velocidad que de repente esa licencia puede contribuir a lo contrario, a que sea el capital quien se apropie de tus datos. Y creo que ahora mismo debemos recordar que la materia y la riqueza de las plataformas procede de nuestras vidas, lo que nos contamos, lo que hacemos en nuestros trabajos, lo que escribimos, dibujamos, filmamos, construimos con muchas manos, nuestras conversaciones. Tenemos derecho a no querer contribuir a entrenar modelos sobre cuya utilidad y cuyas aplicaciones destructivas no nos han preguntado. Ese disclaimer es una mínima contribución a la exigencia de una democracia real en la red.
Hasta ahora había procurado que en mis novelas apareciese la licencia Creative Commons, pero las plataformas lo van devorando todo a tal velocidad que de repente esa licencia puede contribuir a lo contrario, a que sea el capital quien se apropie de tus datos
“Recalcitrante” es una palabra clave en la historia. Define a algunas de las protagonistas de la novela. ¿Por qué eligió esa?
Quizá porque se ha exaltado tanto la flexibilidad que quería recordar también la importancia de no ceder a veces, como en el artículo que comentabas antes. Cuando estaba a la mitad de la novela encontré el libro de Sara Ahmed Sujetos obstinados, son bonitas esas coincidencias. En mi caso había barajado la palabra obstinado, pero tenía el problema del genérico masculino, que en nuestra lengua sigue pesando. Por otro lado, me parecía que recalcitrantes podía mantener alejada la idea de rigidez. Digamos que el caballo que no quiere ser domado no es rígido, querer ser libre es lo contrario de la rigidez. Y esta sería la clase de personas que se agruparían tras el adjetivo en la novela, personas, si no “nunca en doma”, como decía Claudio Rodríguez, sí que no aceptan la doma como algo razonable.
La militancia, la presencia en las filas que pelean por una vida más amable y justa, es uno de los grandes temas del libro. Hay un subtexto que podría leerse como “vine para cambiar el mundo y me quedé por la gente”. ¿Cuál es su reflexión en torno al concepto de militancia en la actualidad?
Una autora maravillosa que murió muy joven, Rocío Orsi, decía en su libro El saber del error sobre la tragedia griega, que no basta con dar voz a un personaje, sino que hace falta construir el marco dramático necesario para que su voz se haga audible. En el caso de la novela, sería el marco narrativo. Cada vez que he abordado la militancia en las novelas he tratado de construir marcos narrativos que choquen frontalmente contra demasiados discursos tópicos que se encargan de condenar la militancia por motivos casi siempre individualistas. Basta con que un militante practique la traición, la mala fe o la chapuza para decir que no vale la pena intentar nada. Toda esta novela mía trata en parte de explorar cómo se construyen la chapuza, la mala fe o la traición también, por cierto, en el lado del poder, de lo que se suele hablar menos.
Intento esclarecer aquella frase de Marx de que la producción no solo produce objetos para los sujetos sino también sujetos para los objetos. La subjetividad se produce y no solo con discursos. La subjetividad militante, cuando no hay demasiada masa crítica y cuando se convierte todo, incluso las relaciones personales, en mecanismos de ganancia, es complicada. Pero no quisiera contar ese “me quedé por la gente” como un “en lugar de la militancia”, sino algo así como “sigo con la gente y hay momentos en que baja la marea y estamos juntas y no dejamos de esperar y de trabajar, de manera irregular, contradictoria, en medio de presiones de las que es difícil librarse, para que vuelva a subir”.
Una relación dialéctica es precisamente aquella donde suceden cosas en los dos lados, como un diálogo real, no esos donde una persona habla y otra asiente desde ninguna parte, sino esos otros en los que las dos personas tienen fuerzas, aunque sean distintas, deseos, miedos, necesidades, y los llevan al diálogo
A menudo se habla de un mundo cansado, aunque quizá convendría precisar qué personas están más cansadas que otras y por qué. ¿Siente que el cansancio, como leemos que teme la gran empresa AMX en la novela, “empieza a convertirse en causa de una inquietante inestabilidad”? ¿Hay una autoayuda colectiva a reivindicar, quizá lo que hace siglos se llamó apoyo mutuo?
En la editorial de Ecologistas en Acción nos planteamos una colección que fuera de socioayuda. Apoyo mutuo es otra buena denominación. Creo que la expresión autoayuda no designa nada con sentido. He querido construir el discurso de AMX en la novela como, digamos, un dispositivo irónico que permita decir lo que no se diría desde el otro lado. Algo así, salvando las enormes distancias, como lo que pasa cuando se lee El Príncipe de Maquiavelo no siendo el príncipe, sino siendo la persona o el colectivo sobre la que el príncipe ejercerá el poder. Colocarse en ese punto de vista permite darse cuenta de que una relación dialéctica es precisamente aquella donde suceden cosas en los dos lados, como un diálogo real, no esos donde una persona habla y otra asiente desde ninguna parte, sino esos otros en los que las dos personas tienen fuerzas, aunque sean distintas, deseos, miedos, necesidades, y los llevan al diálogo.
Esta especie de cansancio físico, no general sino estructurado por posiciones de clase, género, lugar de procedencia, etcétera, puede hacer que algo se rompa, y cuando algo se rompe se introduce lo imprevisible, cosa que suele preocupar al capital. Dice [el psicólogo] Fernando Cembranos que aplicar la idea de cansancio al ánimo es un error de metáfora. Estoy de acuerdo con él, el ánimo no se cansa, pero todo contribuye a que pensemos que es así. Lo que ocurre con el ánimo es que se confunde, se crean estructuras de sentimiento que en lugar de liberar aprisionan, encierran dentro de una idea errada del yo, y eso hace que se asuma una impotencia mayor de la real. El apoyo mutuo es, sí, una forma de tratar de comprender y transformar esa estructura errada de sentimiento.
Marta Peirano, en un reciente reportaje en El País, describió a quienes participan en las actuales protestas estudiantiles de Serbia. Cambiaron, escribía la periodista, likes por acumulación de cuerpos. Una explosión de dolor emocional se transformó en rabia. El profesor de la universidad de Novi Sad Vladan Joler afirmaba que la tristeza compartida fue una catarsis que cambió la naturaleza del colectivo, que estar juntos en la pena les trajo algo parecido a la felicidad. Saben cómo moverse y protegerse no solo de los golpes. Tratan también de proteger el silencio. Tienen protocolos para resguardarse de las campañas de propaganda externas. Su intención no es proyectarse hacia fuera, sino que quieren proteger el nuevo vínculo por encima de todo. Reconozco ahí a los recalcitrantes de Te siguen.
Leí la descripción de Peirano y lo que cuenta Joler es impactante. Creo que los recalcitrantes de la novela protegerían esos comportamientos. Por otro lado, en los tiempos en que vivimos siempre falta información cuando se trata de países en los que hay intereses contrapuestos de otros países mayores. Ateniéndonos en exclusiva a los comportamientos descritos, forman parte de una lógica de lo común que ojalá logre seguir resguardándose de propagandas externas.
Quienes trabajan a veces no se dan cuenta del poder que tienen en sus trabajos. Se dan perfecta cuenta de las amenazas, que son reales, y que llevan aparejado el miedo a perder
¿Qué piensa de la frase “la gente no se da cuenta del poder que tiene”? ¿Siente que es así o que sí hay conciencia de ello aparejada a un miedo a perder lo poco que se pueda tener?
La gente es un concepto muy borroso porque no recoge los conflictos que se dan dentro de esa idea de la gente. Tal vez diría que quienes trabajan a veces no se dan cuenta del poder que tienen en sus trabajos. Se dan perfecta cuenta de las amenazas, que son reales, y que llevan aparejado ese miedo a perder del que hablas. Por eso ocurre a veces, como decía Kant, que el sufragio universal no es real en la medida en que un empresario tiene 50.000 votos: el suyo y el de la mayoría de las personas que trabajan para él. Hoy esa desproporción actúa a través del miedo a que “la economía” vaya mal. Ese miedo interfiere en el voto mediante estructuras de sentimiento erradas que, sin embargo, penetran en las vidas a través del núcleo duro de lo material: nóminas, deudas, falta de salario social, etcétera. Me gusta bastante el libro No hay atajos, de Jane McAlevey. Aunque no haya fórmulas que sirvan para todo, parece claro, como señala, que la organización es necesaria.
Escribir sobre lo que se podría hacer genera cierta incomodidad, propia y ajena, porque de alguna forma pensamos y sentimos que podríamos hacer algo más y al mismo tiempo pensamos y sentimos que no podemos
“Pueden dejarte, pero no pueden obligarte a convertir en un Excel lo que fuisteis”, sentencia la Minerva de su novela. ¿Reducimos el mundo a la razón cuando, para cambiarlo, hace falta seguir viéndole el misterio?
Me alegra que hayas reparado en esa idea. Lo del Excel, para quien lo dice en la novela y también para mí, es aún peor que reducir todo a la sola razón. Introduce “las heladas aguas del cálculo egoísta” en las relaciones personales, las anega en el modelo de ganancia e introduce la falsa idea del yo, como si un supuesto “yo” pudiera realmente calcular lo que alguien le ha dado o lo que él ha dado. Como si no estuviéramos entrelazados. En este sentido, y en relación el misterio del que hablas, acudiré a la letra de una canción brasileña escrita por Jorge Mautner. Allí dice: “Las bellezas son cosas encendidas por dentro / las tristezas son bellezas apagadas por el sufrimiento”. Excepto, podríamos decir, si encuentran el apoyo para sobreponerse. Casi siempre el apoyo está fuera porque somos también lo que está fuera.
Me quedo pensando que escribir sobre lo que se podría hacer genera cierta incomodidad, propia y ajena, porque de alguna forma pensamos y sentimos que podríamos hacer algo más y al mismo tiempo pensamos y sentimos que no podemos. Hablaba Juan Luis Panero de mantener “una alta vigilancia / contra la cómoda amargura de no creer en nada”. Y ahí vamos debatiéndonos. Para salir de los Excels y de la pretensión de reducir, en el libro he tratado de no dejar nunca de lado nuestras contradicciones, contar que querer hacer algo, intervenir, no comporta olvidar que hay cosas encendidas, ni olvidar los momentos en que se apagan las bellezas ni olvidar el deseo de volver a encenderlas por dentro.