No me acuerdo del día que llegué aquí. Las primeras memorias que tengo son de Croqueta (que nombre tan poco digno, con lo guapa que era ella) y de las cabras. Las echo de menos, a Croqueta y a las cabras. Al principio las cabras me daban un poco miedo, sobre todo las más grandes, las de los cuernos, y su olor me impedía distinguir otros, de lo fuerte que era. Pero enseguida me habitué a ellas y a su tufillo, aprendí a distinguir otros olores: el de Venaquí Joven y el de Croqueta por supuesto, pero también el de Venaquí Viejo, y el del jabalí y el del corzo.