Pocas veces una canción de 45 segundos habrá generado tanto. Ocurrió durante una primavera de esos machaconamente estilizados años 80. La del 81, la de los atentados contra Reagan y Juan Pablo II, los disturbios de Brixton, la intoxicación por aceite de colza, el asalto al Banco Central de Barcelona y el descubrimiento de la logia anticomunista P2 o el VIH, que así de apacible entró la década. Mientras en nuestro país dos José Luis —Perales y el Puma— se disputaban el reinado en la radio, un joven de Washington DC llamado Ian MacKaye componía y grababa con su grupo Minor Threat, sin pretenderlo ninguno de ellos, una canción que pondría nombre a un modo de vida.
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