Hagar Shipley, 90 años, mente lúcida y cuerpo marchito, lengua viperina y cada vez más indomable. Vive en Manawaka (Canadá), con su hijo y su nuera, en una casa que cada día es menos suya y más de ellos. Mientras la biología sigue su curso, el cerebro recuerda. Sin nostalgia; no es de enternecerse y lloriquear. Más bien, como un ajuste de cuentas. Con los demás, pero sobre todo consigo misma. Ella es la protagonista ―y el alma― de El ángel de piedra (1964), la obra maestra de Margaret Laurence (1926-1987), un clásico de la literatura canadiense elogiado por Margaret Atwood y Robertson Davies.