Más de 90 delegaciones de socios de la Nueva Ruta de la Seda, llegados de Latinoamérica, Asia y Europa, acudieron a la capital de China el pasado 18 de octubre. El objetivo era para conmemorar, en el majestuoso Gran Salón del Pueblo -en el ala oeste de la Plaza de Tiananmén-, los diez años de vida del extenso mercado perfilado por el presidente chino Xi Jinping para amplificar el poderío económico del segundo PIB global.
Sin embargo, solo 23 delegaciones estuvieron encabezadas por jefes de Estado o de Gobierno, lo que evidencia la brecha geopolítica de China frente a EEUU.
Esta dicotomía es el nudo gordiano que ha motivado el relanzamiento de la Belt & Road Initiative (BRI) en su versión 2.0, tras el despliegue, por parte de Pekín, de una dotación de un billón de dólares con cargo a sus arcas. Los recursos, dirigidos a carreteras, líneas férreas y otras infraestructuras para espolear los flujos comerciales entre Eurasia y África, han creado 420.000 empleos y sacado de la pobreza a más de 40 millones de personas, enfatiza Pekín.
Pero en las cancillerías occidentales, donde asumen la transcendencia socio-económica del más ambicioso de los programas de cooperación exterior de Xi, ponen en duda que busque solo objetivos puramente económicos. Más bien al contrario, creen a pies juntillas que persigue construir un nuevo estatus global donde puedan florecer regímenes sospechosos -al menos, a los ojos de EEUU y sus aliados-, como se encargan de destacar varios servicios exteriores occidentales al recordar la presencia en el evento del presidente ruso Vladimir Putin, representantes de la cúpula de los talibanes afganos y otros líderes con vitola de autócratas.
Los detractores de la BRI también precisan que China busca hacer de Eurasia -territorio bajo su dominio económico- un área de libre comercio y capitales que rivalice con la pasarela atlántica construida por EEUU y Europa con aranceles testimoniales y sinergias productivas, financieras y sectoriales.
La iniciativa china admite el objetivo de configurar nuevos mercados para las compañías de su país -de transporte en general y ferroviarias en particular, pero también cementeras, acereras o exportadoras de manufacturas, además de bancos y energéticas- en el volátil tablero de Asia Central, desde Turquía al Tíbet. También sondea espacios de seguridad en el polvorín en el que se ha convertido el Mar del Sur de China con la creación permanente de islas artificiales por parte de Pekín en aguas marítimas internacionales o reclamando su reivindicación territorial sobre Taiwán. De ahí el apelativo de Belt (Cinturón) que antecede al de Road (Ruta).
Sea como fuere, la táctica de Xi ha proporcionado frutos económicos en su primer decenio de existencia, a la que se unieron 150 países, incluidos 18 de los 27 socios de la UE. Aunque a la cita de Pekín solo acudió uno de sus mandatarios, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, el verso suelto de la ultraderecha en la integración europea, mientras el tercer PIB del euro, Italia, anunciaba su salida del BRI tras una larga ristra de críticas a su adhesión.
China ha consolidado en el BRI su liderazgo prestamista para las redes de transportes, telecomunicaciones y los programas de desarrollo de países de rentas bajas que se apuntaron a la iniciativa. Todo lo cual ha ensalzado la imagen de su diplomacia económica.
Sin los fondos chinos, asegura The Economist, no se hubiera hecho realidad la construcción de trazados de ferrocarril en varios de estos mercados. A pesar de los riesgos que los mecanismos crediticios de las entidades financieras chinas -todas ellas, con amplios accionariados estatales- exigen con posterioridad a sus deudores, con reestructuraciones de pagos nada cómodas para unas naciones ya altamente endeudadas.
“Es un fenómeno que arraigó en 2016” aunque XI se refiera a está estrategia como un foco de “pequeñas inversiones” que no empaña el “gran proyecto del siglo”, explican desde el American Enterprise Institute, que afecta al 10% de las transacciones realizadas por Pekín.
No es el único aspecto del BRI que levanta suspicacias. En el orden interno, ha alimentado parte del descontento social imperante por la atención que la política económica -aducen sus críticos- dedica a su proyección exterior. En el terreno internacional, ha arreciado la acusación de ciertos aliados y de bastantes rivales por incentivar una “rivalidad con EEUU” que podría fragmentar la globalización.
De hecho, la UE ha protegido del capital chino sus infraestructuras estratégicas, busca pruebas que activen procedimientos de arbitraje internacional contra la entrada de vehículos eléctricos chinos a su mercado interior por presunta competencia desleal y aplaude la huida final de Italia, el único socio del G-7 que quedaba en la Ruta de la Seda.
Aun así, el bloque occidental también reconoce otro de sus éxitos: la reputación a largo plazo de los corredores de transporte que conectan India con Oriente Próximo y Europa. Lo hizo en la reciente cumbre del G-20 en Delhi, donde ensalzó la transformación de las rutas logísticas de la BRI. Y lo constató con la rápida maniobra de EEUU de engendrar un megaproyecto ferroviario y marítimo que enlace Europa, Arabia Saudí e India y catapultar las líneas crediticias actuales del Banco Mundial hacia el Sur Global.
Los mensajes de Xi, lejos de admitir cualquier propensión al decoupling de la BRI, apuntan a su fomento del multilateralismo. Además, asegura que hay un rechazo chino a toda coerción económica -el término empleado por el G-7 para describir las “prácticas dañinas” que impulsan las políticas de Pekín- y a tratar de culpar a la Administración Biden de provocar la ruptura de la globalización. Aunque al mismo tiempo el líder chino admitía, junto a Putin, que la BRI es una alternativa al orden mundial que domina EEUU.
“Rusia y China, como la mayoría de las naciones del mundo, comparten la aspiración de perfilar una visión de cooperación universal, equitativa y de beneficios mutuos de larga distancia” y la BRI es “la más sólida y constructiva interacción de un modelo de desarrollo flexible y respetuoso con la diversidad de las civilizaciones y los derechos de cada estado”, explicó el presidente chino. Esencialmente a través de créditos de su China Development Bank y de su Export-Import Bank of China que han desplegado cada uno recursos superiores a los 350.000 millones de dólares y del Silk Road Fund, al que Pekín ha suministrado anualmente presupuestos oficiales.
“La BRI sirve a múltiples propósitos de Xi", asegura a Financial Times la analista del Overseas Development Institute, Yunnan Chen, quien resalta que “no por ello ha logrado evitar la aversión a los bancos y las aseguradoras chinas entre sus prestatarios”. Aunque esta circunstancia “no puede esconder su espléndido despliegue de iniciativas, la gran mayoría sostenibles”. La Nueva Ruta de la Seda “está lejos de ser solo un ejercicio de narrativa retórica”, aclara.
Uno de ellos es Pakistán, con una losa de endeudamiento que se ha duplicado desde 2015, hasta los 100.000 millones de dólares a finales de 2022 y a la que China ha engrosado 30.000 millones, según el FMI. Pakistán se beneficia de una de las rutas directas con Pekín de mayor intensidad en flujos de bienes y servicios. “Es diplomacia activa”, advirtió Hussain Sayed, presidente del Comité de Defensa del Senado de Pakistán y enviado de Islamabad a Pekín, “la diferencia entre EEUU, que aplica acciones en el exterior centradas en la seguridad y el militarismo y China, que las centra en la prosperidad económica”.
El problema, aduce Bradley Parks, director de AidData, del grupo académico William & Mary, es que “el ticket infraestructuras por deuda ha convertido a China en el mayor acreedor mundial y ha deteriorado su imagen exterior”, lectura que constata un sondeo del Pew Research Center en el que 15 de los 24 países describen como desfavorable a la marca China.
Esta percepción dificulta el plan de Xi de acumular aliados del Sur Global, esenciales para inclinar la balanza del orden global hacia Washington o Pekín. Además, aparece India, el gran rival regional de China, resalta James McBride, analista del Council on Foreign Relations (CFR). que alerta de que estos países confían más en el presidente indio Narendra Modi. En su opinión, Pekín ofrece a estas naciones “un collar de perlas geopolítico y económico” de intereses ocultos, frente a los intentos de Delhi de involucrarles en la Iniciativa Indo-Pacífico que lidera junto a EEUU y Japón.
El Sur Global será “el gran terreno de batalla” en el que EEUU podrá tomar ventaja si le ofrece a este heterodoxo grupo “incentivos frescos” como, por ejemplo, su mercado Indo-Pacífico, financiación desde el G-7 con las inversiones de su partenariado global, destinadas a infraestructuras, una dialéctica que describa la diplomacia china más como un “lobo hambriento que como un panda en calma”, y el apoyo geoestratégico a rivales como India, según un informe del Atlantic Council.