El despliegue monetario de las autoridades económicas y monetarias chinas es de gran calibre: -más de 278.000 millones de dólares. Son fondos procedentes principalmente de los beneficios recabados por las empresas estatales en el exterior, que han nutrido un “fondo de estabilización” con el que Pekín está adquiriendo activos a discreción. sobre todo, en la Bolsa de Hong-Kong. El mensaje intervencionista parte de fuentes que se dicen familiarizadas con la operación, próximas al primer ministro Li Qiang y ha sido divulado por Reuters y Bloomberg.
El propósito del jefe de Gobierno es restaurar la pérdida de confianza inversora a la que el propio Li hizo mención de una reciente conferencia financiera en la que apeló a dar “pasos contundentes” para reanimar las bolsas.
Entre otras razones, por la imperiosa necesidad de calmar a unos inversores que dicen temer la debacle del sector inmobiliario, los activos tóxicos adquiridos por los bancos estatales que han inyectado préstamos a raudales para mantener el pulso de una economía en fase de aterrizaje y que empieza a atenazar a la sociedad; en especial, al amplio espectro de jóvenes sin empleo. También la deuda, que debe afrontar obligaciones inconcebibles hace cinco años y que han propulsado los gobiernos locales en sus intentos de amortiguar los precios de la vivienda.
Charlene Chu, directora de análisis en Autonomous Research, señala que el escollo esencial de China es la deuda, que fluye sin freno por el sector inmobiliario tras años de exceso de construcción, que ha pasado del 25% al 35% del PIB, y que ha acabado hundiendo los precios. “Los chinos destinan el 70% de sus activos a la vivienda, lo que agudiza la deflación y acentúa la desconfianza” en una política de tipos bajos para espolear el consumo y el crédito, recuerda Wei Yao, economista jefe de Société Générale, con el que ha oxigenado artificialmente a sus firmas y proporcionado un dudoso salvavidas de 140.000 millones de dólares a sus gobiernos locales.
“La potencialidad del rescate debería ser capaz de contener los descensos bursátiles en un corto espacio de tiempo y estabilizar los mercados al inicio del Nuevo Año Lunar” explica Marvin Chen, estratega en Bloomberg Intelligence. El analista alerta de que las compras exclusivamente por parte del Estado han tenido históricamente un éxito limitado porque a la recuperación del sentimiento inversor “no le han seguido reformas estructurales agresivas”. Bajo un clima -enfatiza Chen- en el que la confianza de los consumidores “está en depresión” y la de los inversores disminuyendo y contagiando los negocios nacionales, después de años de volatilidad y descensos de valores.
No es el único que comparte este diagnóstico. Un rescate podría ser insuficiente, a pesar de que el mercado conceda una tregua inicial por el valor monetario inyectado, "si Pekín no cuida su gestión con mimo ni atiende cambios estructurales”, advierte Sern Ling, director gerente en Union Bacaire Privee. Igual opina Kevin Sneader, responsable de Goldman Sachs en Asia-Pacífico, que reclama más consistencia para restaurar el espíritu inversor. A su juicio, “la gente ya no cree en el futuro sin una agenda de reformas con acciones concretas”.
En Bloomberg Intelligence apuntan a que el montante de la intervención estatal china superará los 488.000 millones de dólares, “similar al plan lanzado en 2015”, añade Sharnie Wong en una nota a inversores. También justifica este despliegue monetario -equiparable al PIB de Singapur- para evitar en un efecto dominó sobre productos derivados y estructurados o los cupones de bonos.
Con esta táctica los jerarcas chinos también pretende sostener la caída del yuan que, pese a la política de su banco central de utilizar una banda de fluctuación fija en los mercados cambiarios internacionales, retrocedió el pasado lunes un 2,7%, su descenso diario más drástico desde abril de 2022, cuando sufrió los daños colaterales de las sanciones al rublo ruso en el sistema Swift de pagos transnacionales.
“El cambiario es el otro foco de intervención porque toda señal que revele que no se protege al yuan creará una oleada de pérdidas en los valores bursátiles”, augura Gary Ng, economista de Natixis. Las carteras de capital foráneas ya han vendido 1.600 millones de dólares en acciones chinas en lo que va de año, “enrareciendo la atmósfera bursátil” de la segunda economía global.
Aunque no son las únicas causas de esta estrategia que, en el fondo, no deja de ser un control de las ventas a corto que, en opinión de Pekín, han sido las detonantes de los más de 6 billones de dólares -cifra que supera el valor conjunto de las economías alemana y española- que se han evaporado de la Bolsa de Hong-Kong y que están permitidas desde 2010.
En 2015, China restringió su uso para tranquilizar las “fluctuaciones anómalas” de sus mercados. De igual manera que hizo Corea del Sur en noviembre pasado con resultados positivos si se tiene en cuanta que su Índice Kospi ha recuperado dinamismo. La decisión de Seúl se produjo en un momento en el que algunos expertos avisaron de un conato de devaluaciones competitivas de divisas que recordó a la crisis de los tigres asiáticos de 1997.
Sin embargo, los resortes han saltado por un asunto más preocupante. Esta fuga de capitales y la desconfianza en que China retorne a su potencial de crecimiento apunta al virus inmobiliario. Sin duda, el tumor maligno de su economía, advierte Derrick Irwin, gestor de fondos emergentes en Allspring y el foco de contagio de los activos tóxicos generados por el sector financiero y que han digerido los gobiernos locales con intensas acumulaciones de deuda, añade. A pesar de esta intervención oficiosa, existe un “cierto grado de capitulación”, de abandono de los mercados a “un estado de emoción” que oscila por momentos, porque el gobierno -aclara- “parece querer seguir arrojando vasos de agua sobre un fuego que se propaga con velocidad”
Marko Papic, estratega jefe de ClockTower revela a Reuters lo que busca Pekín con esta táctica. “Hay un renovado impulso para endurecer la regulación financiera” que contrasta, sin embargo, con dos crudas realidades: la primera, que el modelo debe ser inspeccionado exhaustivamente, con requerimientos más exigentes pero dejaría al sector privado sin las dóciles líneas prestamistas que conceden los bancos estatales. El segundo es que Pekín solo quiere ganar, de nuevo, tiempo.
Redmond Wong, estratega jefe de Saxo, avisa de que los capitales que se instalan en Hong-Kong son especialmente variados -institucionales y privados- y con un alto porcentaje de fondos foráneos que podrían recolocar sus activos en otras plazas asiáticas.
Una de estas plazas es su gran rival regional, India. Su gran bolsa, la NSE de Mumbai, acaba de rebasar en capitalización a Hong-Kong y se convierte así en el cuarto centro financiero global y el de mayor valor del Sudeste Asiático. Lo hizo el lunes pasado cuando sus acciones combinadas alcanzaron los 4,33 billones de dólares -cifra similar al PIB de Japón- frente a los 4,29 billones de Hong-Kong.
En UBS auguran el despegue bursátil de China este 2024, “de manera significativa una vez se restablezca el sentimiento inversor, aunque sin llegar al vigor extremo del último lustro de la pasada década”. Mientras en Goldman Sachs consideran que India, flamante quinto PIB mundial “deja un inequívoco vestigio de que su centro financiero ofrece ventajosas oportunidades de inversión a largo plazo”.
En Bernstein apuestan por China y resaltan sus bajos precios por acción que contrastan con los sobrevalorados activos de India. Pese a que el peso de los valores del gigante asiático en relación a la capitalización del Indicador MSCI de mercados emergentes está menguando desde 2021. A finales del pasado año, representaban el 26,4% de este selectivo, según FactSet. “El impacto de China sobre la órbita de las potencias de rentas medias se ha reducido sobre todo por dos factores: el receso de dinamismo de su economía y los riesgos de decoupling con EEUU”, explica Caesar Maasry, de Goldman Sachs.
En cierto modo, a estas inquietudes -y al choque arancelario, tecnológico y sobre la industria de chips y de las tierras raras con las que se abastece de metales- responde “el mal inicio de China en 2024”, enfatiza James Palmer, analista en Foreign Policy. “No solo en el orden bursátil, donde se aprecia con inusitada nitidez el decalaje entre el optimismo oficial y el pesimismo inversor”, sino también en el económico.
Pero también ha servido para ensanchar la brecha con EEUU y elevar el riesgo de fragmentación entre sus mercados de capitales. Diana Rulke, profesora en la escuela de negocios de Carnegie Mellon pone el dedo en la llaga al recordar que, aunque el gigante asiático aporta el 30% del total de manufacturas globales y aporta el 22% al crecimiento mundial, los inversores sacan sus activos de las bolsas chinas -que ostentan el 10,6% de la capitalización global- mientras avalan a Wall Street y sus 46,2 billones de dólares de negocio bursátil, el 42,5% del total del planeta.